Me depositó en el suelo con suavidad sin despegar sus labios de los míos, el aire comenzaba a faltarnos. Fue cuando nos despegamos y nos miramos a los ojos con la respiración entrecortada.
Alfonso me miraba con intensidad, sus ojos se habían oscurecido.
-Yo... no sé lo que me ha pasado -susurró falto de aire-, esto no debería pasar.
-¿Está mal? -pregunté, avergonzada.
Alfonso se quedó callado unos segundos que se me hicieron eternos.
-No, claro que no. Pero no quiero obligarte a nada y menos después de lo que ha pasado esta noche.
Había una cierta distancia entre ambos, la reduje a nada y agarré su cara.
-No me siento obligada, poncho-confesé-. Me gustas, me atraes y siento la necesidad de sentirte. Yo... nunca había sentido esto por un hombre.
-Eso es porque nunca has estado con un hombre -dijo, agarrando mi nuca-. Ese hijo de puta te ha engañado, vigilado y encima ha intentado sobrepasarse contigo. Eso no es ser un hombre.
-Quiero que me enseñes como hace el amor un hombre, Álfonso.
No sé si fueron mis palabras, pero Alfonso me miró fijamente durante unos segundos que para mí, se volvían eterno. Cómo si estuviera luchando con algo y luego me besó intensamente como nunca lo había hecho. Puse mis manos alrededor de su cuello para acercarlo más a mí, sus manos descendieron hasta rozar mi trasero y apretarlo. Pegué un respingo al notarlo. Alejandro me dio la vuelta en cuanto dejó mis labios hinchados, poco a poco deslizó la cremallera del vestido sin dejar de mordisquear ese hueco entre el cuello y la clavícula que me volvía loca.
Era indescriptible lo que me estaba haciendo sentir.
Deslizó el vestido por mi cuerpo hasta caer en el suelo. Aún con la espalda pegada a su pecho, sus labios en mi cuello y sus manos en mis senos turgentes, me mantuve en pie. Sus manos hicieron que mis dos cumbres color rosado se marcasen en el sostén de encaje negro. Me agarré a sus brazos y dejé que me excitara con sus caricias. Hizo que mis senos saltasen del sujetador para poder torturarme con los pezones. Su miembro estaba pegado a mi trasero, abultado y excitado esperando la liberación.
Me llevó a la cama e hizo que me tumbara con el cuerpo medio reclinado en él, no podía parar de gemir. Esto no se comparaba a nada. Entonces, una de sus manos comenzó a bajar despacio por mi vientre hasta parar en la cinturilla de mi tanga. Alfonso dejó mi cuello para morder el lóbulo de mi oreja. Apartó la tela negra y rozó con sus dedos esa pequeña montaña en mi interior que me hizo gemir más alto. Alfonso mantenía una mano en mi seno y la otra en mi sexo, torturándome con sus dedos expertos. No podía parar de abrigarme en ese placer tan intenso que comenzaba a sentir en lo más profundo de mi ser, pero aparté a Alfonso.
-¿No quieres seg...?
Lo callé con un beso intenso y moví mis manos para quitarle la camiseta y el pantalón. Sin darme cuenta, le quité el bóxer, dejando su miembro libre. Me sorprendí por su tamaño y anchura, era digno de admirar. Me puse encima de él y comencé a besar su cuello. Bajé lentamente hasta su miembro erecto, tragué saliva y no dudé en comenzar a chuparlo. Alfonso se sacudió, no esperaba que hiciera eso. En aquella habitación solo se escuchaban nuestros gemidos, hasta que ese placer se convirtió en algo más.
Un tremendo orgasmo me abrigó, Alfonso no paró de tocarme hasta que los espasmos cesaron. Estaba muy húmeda, preparada para su entrada.
Me tumbó bocarriba y se levantó, abrió un cajón en su mesilla y sacó un preservativo. Se lo puso y volvió a ponerse encima de mí. Me abrió las piernas con las suyas, me besó y, cuando noté que su pene estaba en la entrada de mi sexo, me hizo mirarlo a los ojos. Lo rodeé con las piernas y dejé que se deslizara dentro de mí.
Gemimos cuando ya no quedó ni un centímetro de su miembro fuera. Al principio, su invasión me había dolido, pero nada que no se pudiera aguantar. Al contrario, era un dolor-placer- que me excitó más. Poco a poco comenzó a moverse en mi interior, dentro y fuera hasta llevar un ritmo abrasador. Me agarré a sus brazos, arañé su espalda. Él sabía cuándo acelerar y cuándo parar para hacerme enloquecer. Sus labios besaban los míos, los mordía y dejaba descansar su cabeza en el hueco de mi cuello.
Alfonso me hizo el amor aquella noche, ambos llegamos al orgasmo, a la cúspide del placer carnal, juntos.
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sobran razones para amarte
RomanceAdaptación, Adaptación, Adaptación. todos los derechos reservados a su autora. El hecho de coincidir contigo en esta vida es algo por lo que siempre viviré agradecido. Anahi Puente siempre se había considerado una mujer fuerte, romántica empedernid...