Calma mi dolor

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¡Qué triste mi pesar, pues cuando sonrío piensan que soy un torpe del más allá!
¡Qué desgracia se me acerca cuando las puertas se achican, pero no quisiera que así lo fuera! Mis ojos se iluminan cuando se rodean de un cambio de flores, aunque por fuerte que opine sigue murmurando lo indignante de mis pasajes.
¡Qué sorpresa, todo el mundo se queja!
¡Y qué pena, que con mis actos se destensa la cuerda!
Debo felicitarte, amigo mío, pues qué asombro el mío cuando te veo y sigues con fuerte en un exilio.
Lucha, pues, una bandera blanca, que me cansa y abruma.
Pelea, porque la hora de lucir con rojo es todo lo que un caballero necesita para mostrarse sin antojos, sin miedos o sollozos.
Pronto llegará tu pequeño salto, tu pequeña partida o incluso tal vez tu pequeña travesía.

Las cuatro estaciones de un corazón quebrantado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora