Capítulo Uno

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—No tienes que casarte con él —dijo la prima, que era también la mejor amiga y la madrina de honor de Fluke Natouch. Se hallaban en la antesala de la catedral.

Desde fuera de la pequeña estancia les llegaba la música del órgano y el ruido de la multitud. El prodigioso traje de novio de Fluke que relucia blanco en el piso de piedra y ramos de las flores que crecían en los Alpes, en el reino de Florecetta, entre Italia y Francia, decoraban la habitación.

Su prima continuó hablando con pasión.

—¿Qué más da que sea rey? Yo misma te llevaré lejos de aquí.

A Fluke le pareció un ofrecimiento encantador, pero innecesario, aunque comenzó a hacerse preguntas sobre el modo de realizarlo.

—¿Huiríamos a pie por las calles controladas por la guardia real y
atestadas de partidarios del rey?

Pensar en una estrategia de huida, que en realidad no deseaba, era un
agradable cambio, mientras esperaba, con el corazón desbocado, para
entrar en la sala principal de la catedral, donde recorrería lentamente la nave para casarse con un rey, ante la multitud que se hallaba presente y la que lo vería por las cámaras.

—Y si lo consiguiéramos, ¿qué haríamos después, tal como voy
vestido? ¿Escalaríamos la montaña más cercana con la esperanza de
deslizarnos sobre el trasero hasta Francia? Con estos zapatos me deslizaría de maravilla, suponiendo que eligiéramos la montaña adecuada. Me han dicho que algunas de las cimas del lado italiano son muy traicioneras.

La encantadora y leal Faith tomó aire como si fuera a salir corriendo a toda velocidad hacia la colina más próxima, cuando Fluke no recordaba que su prima hubiera hecho otro ejercicio en su vida que cruzar la arena de la playa para tumbarse al sol.

—Solo tienes que decirlo. Hablo en serio.

—Lo sé.

El volumen de la música del órgano subió, así como las toses y los pasos de los cientos de invitados. Fluke se imaginó que el rey ya estaría allí, al principio de la nave, como si los muros de la catedral se hubieran levantado a mayor gloria de él, no de Dios.

Aunque tal vez fuera así.

Fluke sonrió y notó un cosquilleo en el cuerpo.

—Pero creo que voy a seguir adelante, ya que todos se han tomado tantas molestias, ¿no te parece?

—Espero que se trate de una de tus bromas, Fluke —dijo su padre
mientras cerraba la puerta de la sala, que él no le había oído abrir. Se quedó de pie mirándolo con frialdad.

—Por supuesto que vas a seguir adelante. Es tu boda con el rey de
Florecetta. No hace falta que te lo pienses.

Fluke quiso decirle: «Ya sé que a ti no te hace falta, papá».

Pero hacía tiempo que había decidido que no merecía la pena discutir con su padre.

Herbert Marcel Natouch siempre se sentía indignado e insultado.

Era inútil discutir con él. La última vez que lo había intentado había sido
antes de que su alegre y encantadora madre muriera.

Después ya no hubo nada de qué discutir.

Fluke no esperaba que su padre le prestara atención ni que intentara
comprenderlo. Y él le había expuesto claramente sus expectativas: debía
realizar un buen matrimonio, como su madre había hecho casándose con
él.

Debía continuar con la tradición de casarse con un hombre de posición más elevada y destacar en todo para convertirse en un premio que
reforzara la riqueza e importancia del elegido, como la familia Natouch
llevaba haciendo durante generaciones.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora