Capítulo Cinco

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Al principio, Fluke creyó que todo iría bien.

Tendrían que hablar de lo sucedido, por supuesto, descubrir qué había impulsado a Ohm a acusarlo de aquel modo. Probablemente sería una conversación desagradable.

Pero era optimista.

Al fin y al cabo lo habían alimentado con cuentos de hadas desde niño.

Y mientras estaban tumbados sobre la colcha, miró el techo del dormitorio intentando recuperar el aliento. Se dijo que, si las cosas fueran a ir mal, no se sentiría tan bien, incluso mejor que la noche anterior, que había sido espectacular.

Pero resultó que estaba equivocado, porque, aunque llevaba toda la vida soportando el malhumor de su padre, no estaba preparado para el de Ohm.

—¿Estás dispuesto a...? —comenzó a decir Fluke cuando él se removió a su lado. Pero se calló cuando le clavó la mirada—. ¿Estás dispuesto a hablar?

—¿De qué? ¿Qué más se puede decir de esta farsa?

Se levantó bruscamente. Fluke, desnudo sobre la colcha, se sentó con
cuidado, sin saber si se esperaba algo tan rápido, abrumador y
maravillosamente sensual, como lo que acababa de suceder.

Pero tampoco se esperaba que él le dijese que era un mentiroso y que había infringido una ley del reino de Floncetta por haber disfrutado
en su noche de bodas.

—Es un tema del que deberían habernos informado en el internado
—dijo en voz alta, sobre todo para comprobar si era capaz de hablar o si el nudo que se le había formado en la garganta se lo impedía.

Se levantó, agarró la colcha y se envolvió en ella de nuevo. Y oyó la
alegre voz de su madre en la cabeza.
«Pero claro que resolvemos las cosas difíciles del mismo modo que las fáciles, cariño: pasito a pasito».

Fluke pensó que si dejaba de ir paso a paso, la terrible vulnerabilidad que sentía acabaría consumiéndolo y, entonces, no sabía qué sería de él. Se había preparado para diversas situaciones, pero no para aquella.

No esperaba que él le gustara tanto ni que deseara lanzarse a aquel
casamiento como lo había hecho, como si estuviera hechizado; como si su madre hubiera estado cuidando de él todo el tiempo y lo hubiera lanzado
al príncipe azul para que vivieran felices y comieran perdices, como en los cuentos que le contaba de niño.

Tal vez Fluke debería haber recordado que el objetivo de un alumno de su internado no era la felicidad, sino la armonía.

No eran lo mismo.

Se apartó el cabello del rostro y se lo acomodo. Buscó la camisa que llevaba la noche anterior.

Y acababa de sentarse en una las sillas frente al fuego, cubierto con la camisola y un poco más tranquilo, cuando se abrieron las puertas y entró un grupo de empleados de palacio.

Fluke se dio cuenta de que se trataba de sus doncellas, el mismo grupo de personas que lo habían ayudado a vestirse la noche anterior.

Entraron y se lo llevaron del dormitorio del rey charlando alegremente.

—Hace buen día, aunque hace frío —dijo una de ellas en francés—. Sin duda en honor de nuestro rey consorte.

—¡Qué boda tan romántica! —exclamó otra en italiano—. ¡Los reyes eran la viva imagen de la elegancia y la hermosura! Los periódicos están
revolucionados.

—Incluso los medios de comunicación de Estados Unidos. Han tenido que localizar Florencetta en el mapa, lo cual no impide que su boda haya tenido repercusión internacional, Majestad.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora