Capítulo Ocho

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Dos meses después de la boda de Fluke, una mañana, Faith le mandó un mensaje.

¿Cómo es que he tenido que enterarme por una revista de que has
conocido a mi cantante preferido?

El mensaje se convirtió en un reproche.

SABES QUE LO ADORO.

Fluke le contó el encuentro con el cantante en cuestión e incluso se
dedicó a hacer comentarios fantásticos sobre él. A ambos les gustaba mucho hacerlo sobre personas a las que creían que nunca conocerían.

Cuando dejó a Faith satisfecha, tras haberle dicho que solo ella era el
verdadero amor de aquel joven al que probablemente nunca llegaría a
conocer, se quedó inquieto. Esa inquietud lo persiguió durante todo el día, durante sus tareas habituales: por la mañana, clases y correspondencia, porque era el encargado de enviar invitaciones a toda clase de actos sociales a los habitantes de Florencetta; después, leer los titulares de la prensa, repletos de las intrigas del palacio.

Redactaba invitaciones, hacía preguntas a sus ayudantes y escuchaba lo que le decían y lo que no iba dirigido a él.

—Mi madre dice que un hombre siempre tiene que tener problemas,
ya sea en el trono o en la mina —dijo uno de ellos en alemán, después de
que Fluke le hubiera hecho una pregunta sobre los padres de Ohm.

—Es difícil soportar el peso de la corona —apuntó otra en francés.

Era evidente, aunque ellas lo negarían si se les preguntaba, que ninguna sentía simpatía por el rey anterior. Y todas eran monárquicas de
los pies a la cabeza, porque, si no, no estarían atendiéndolo.

Fluke iba recogiendo detalles con el fin de conseguir entender a su
marido.

Y estaba seguro de que cada vez estaba más cerca.

Pero durante los diez días anteriores, aquella espera había comenzado a resultarle agotadora.

Y ese día, una vez cumplidos sus deberes, en lugar de salir a pasear
por los jardines del palacio, con independencia del tiempo que hiciera, se dirigió a su biblioteca preferida.
Se acercaba otra tormenta de nieve. Fluke se sentó al lado de la
chimenea sin haber seleccionado un libro para leer. No tenía ganas.
Contempló el fuego mientras intentaba analizar por qué los mensajes intercambiados con su prima esa mañana lo habían dejado tan inquieto.

No tardó en hallar la respuesta.
Estaba atrapado en un triste matrimonio del que no podría escapar aunque lo quisiera, así que bromear con su prima sobre relaciones imaginarias lo había aliviado.

De repente pensó que el verdadero problema de su matrimonio no era
que fuese triste.

Todo lo contrario.

Con Ohm, todo era salvaje y apasionado.

Y no se acostumbraba a él, pensó asombrado. No se saturaba. Cada
vez que lo acariciaba era mejor que la anterior. Cada vez que hacían el
amor, era como la primera.

Era increíblemente hermoso.
Y catastrófico.

Porque lo cierto era que Fluke ansiaba vivir un cuento de hadas como los que le contaba su madre de niño, como los que se inventaba con Faith sobre cantantes o sobre quien les llamara la atención.

Deseaba ser una persona mayor que mirara con sabiduría a los jóvenes,
como los que lo habían acompañado durante el almuerzo, para decirles que
merecía esperar, porque el cuento de hadas en el que cada una creía se
haría realidad.

Si realmente creían en el y dejaban que sucediera.

Y que, a veces, dejar que sucediera tardaba tanto que una persona
debía hacer lo necesario para presionar al hombre.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora