Capítulo Cuatro

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Fluke estaba incluso más hermoso bañado en la luz de la mañana. Los ojos le brillaban y el aire le enrojecía las mejillas. Tenía un aspecto majestuoso allí de pie, envuelto en una colcha, como si llevara el traje de un rey.

Era hermoso, era el rey consorte de Florecetta y era un mentiroso.

¿Cómo se le habían pasado desapercibidas todas las señales?
Fluke lo miró con los ojos como platos, como si estuviera
conmocionado.

¿Cómo se había casado con una persona como su madre, cuando había
hecho todo lo posible para evitarlo?
Fluke abrió la boca y la volvió a cerrar. Volvió a intentarlo.

—¿Qué?

Ohm negó con la cabeza.

—¿Es lo único que se te ocurre decir? Creí que tenías más imaginación.

Ohm se había despertado en un estado cercano al pánico. Se sentó bruscamente en la cama y miró a Fluke, su esposo y su rey consorte, que dormía a su lado y era la viva imagen de la inocencia.

Pero la noche que habían pasado juntos indicaba lo contrario.

¿Había soñado la desagradable verdad? ¿O simplemente se había
despertado con un intenso deseo de Fluke de nuevo, lo que no era propio de él?

En la cama era tan comedido como en cualquier otro aspecto de su vida. Rechazaba la tiranía de la implicación emocional con otra persona,
porque había presenciado adónde conducía.

Conocía muy bien esa desgracia.

Revivió imágenes que no eran producto de una pesadilla: su madre
sollozando y gritando al tiempo que tiraba al suelo lo que tenía a mano,
mientras su padre, furioso, la insultaba y Ohm intentaba desaparecer.

Se había jurado que nunca sería esclavo de sus emociones, porque
sabía lo que eso suponía.

Una vez, su padre le dijo, mientras trataba de no tropezar con los
objetos esparcidos por el suelo que Electra le había lanzado: «Búscate a alguien que no solo aspire a ser tu consorte, sino que sepa llevar la corona».

Ohm creía haberlo hecho. No se había apresurado y se había informado. Sin embargo, había fracasado.

Era indudable que una persona inocente no habría participado como
Fluke lo había hecho la noche anterior. Desafiaba toda lógica.
Al despertarse por primera vez, intentó hallar un motivo, pero no
logró convencerse de que quien lo había recibido con tanto entusiasmo,
tantas veces, fuera virgen y no hubiera estado con otro hombre.

Al principio experimentó una furia que no pudo identificar, porque no era como la que sentía hacia sus padres. Tardó en entender que se sentía
traicionado.

Y entonces, la furia tuvo sentido.
Incluso fue, durante unos segundos, una especie de alivio.

Se levantó y deambuló por la habitación, mientras amanecía,
intentando hallar una solución a la traición de su nuevo esposo.

Pero el daño estaba hecho. Se habían casado y lo había declarado su consorte delante de todo el país.
No solo lo había convertido en un mentiroso, sino que había conseguido que participara en una actividad ilegal. Él, el rey; él, Ohm San Thitiwat, que se vanagloriaba de su carácter intachable, de ser lo opuesto a sus padres.

Suponía que ese era el plan de Fluke.

Por eso, aunque estaba amaneciendo, despertó a su secretario y le pidió que volviera a investigar a Fluke de forma más exhaustiva.

«Como desee, Majestad», había dicho el secretario. «Pero lo hemos
investigado a conciencia».
«No lo suficiente».

Después, como si se negara a aceptar que no podía dominarse, lo que
hasta ese momento siempre había conseguido, había salido del dormitorio donde se hallaba su hermoso y traicionero esposo para dirigirse al gimnasio y dedicarse a levantar pesas y a correr kilómetros.
Sin embargo, volvió a sentir el mordisco de la traición al verlo de
nuevo.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora