Capítulo Dos

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Hasta que Ohm se sentó a la mesa dispuesta para la real pareja, mientras el elegante banquete proseguía a su alrededor, no se había permitido pensar en otra cosa que no fuera su deber.

Porque necesitaba pensar solo en eso, a pesar de lo sorprendentemente difícil que le resultaba cuando Fluke, ya su esposo, estaba a su lado.

Le preocupaba lo difícil que era, incluso aquel día, aunque siempre
había sabido que casarse sería inevitable. Solo se trataba de cuándo y con quién. Y, a diferencia de otros hombres de su posición, no había intentado eludir sus responsabilidades.

Por el contrario, había tratado de hallar a la rey consorte perfecto para el reino, desde que la muerte de su padre, que se había producido hacía diez años, había convertido el asunto de su boda en una prioridad.

Sin embargo, a pesar de su interés por la tarea de buscar un esposo y rey consorte adecuado, no lo había conseguido hasta conocer a Fluke, al que no le daba miedo mancharse de tierra ni decirle lo que otros no se atrevían; Fluke, que poseía un atractivo que lo impulsaba a echar a toda aquella gente de palacio para poder explorarlo a su gusto.

Pero ese era otro de los detalles en el que no iba a pensar. De momento.

A diferencia de sus padres, había tardado en encontrar a la persona
adecuada para el puesto. Aunque se dijera que convertirse en su esposo era algo a lo que aspiraría cualquier persona, sabía que ser rey consorte de Florecetta era un trabajo ingrato en mucho sentidos, sin posibilidad de ascender ni de cambiar.

Tenía que estar seguro de saber con quién se casaba. Había estudiado
a las personas que, esperanzadas, esperaban su aprobación, y solo había
tomado una decisión tras examinar a fondo todo lo que había que saber de
Fluke Natouch, para bien o para mal.
Él se hallaba entre la multitud hablando con su prima, mientras los
engreídos del reino lo miraban buscándole defectos, cuando carecía de ellos. Era tan inteligente como hermoso, cortés con quienes se acercaban a él a felicitarlo, aunque era evidente que buscaban algo de lo que poder cotillear después.

Y él no dejaba de lanzarle miradas para saber dónde estaba en cada
momento.

Ohm comenzaba a creer que su matrimonio sería un éxito, que
tal vez fuera la mejor decisión que había tomado en su vida.

Pero no miraba a Fluke como deseaba, porque no quería que su matrimonio se convirtiera en tema de conversación en el reino, como había
hecho su padre, ni siquiera esa noche.
No estaba dispuesto a consentirlo.
Tenía experiencia en ocultar lo que pensaba tras una expresión neutra, de lo que ahora se alegraba. No le gustaba pensar en sus padres. No
lo hacía, si podía evitarlo.

Había algunos momentos oscuros, aunque estaba casi convencido de
que se trataba de pesadillas que había tenido de niño, pero no se permitía
analizarlo.

Lo que le seguía ofendiendo era la mancha que la conducta de sus
padres, ampliamente conocida, había dejado en el reino. A causa de ella, se
había impuesto demostrar que no se parecía a ellos en absoluto.

No consentiría que el rey consorte se comportara como lo había hecho su
madre al burlarse de los votos matrimoniales y arrastrar la corona por el fango; al exhibir asuntos privados entre la opinión pública para vengarse de su marido porque lo había hecho sufrir.

Era lo que ella decía. Pero si las cosas hubieran estado tan mal, se
habría ido. Lo cierto era que le encantaba ponerse dramática y la atención que recibía cuando lo hacía.
Intentó tranquilizarse sabiendo que mucha gente lo miraba. Inclinó la
cabeza hacia un grupo de diplomáticos. Sonrió a sus primos lejanos, pero no indicó a nadie que se acercara, por lo que nadie lo hizo.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora