Capítulo Siete

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Unas semanas después, Ohm se hallaba en otra gala benéfica.

No sabría decir para quién sería la ayuda. No recordaba la cantidad
de compromisos sociales que llevaba esa semana y se había olvidado de lo
que el personal le había susurrado al oído sobre los dignatarios que se
paseaban a su alrededor.

Solo pensaba en Fluke.

Sobre todo en fiestas como aquella, donde observaba cómo dejaba
encantados, sin pretenderlo, a aquellos con los que se cruzaba.

—Pareces disgustado —murmuró él sonriendo, mientras salían a la
pista de baile, siempre los primeros, antes de que otras parejas se les
unieran.

Aunque él nunca reparaba en los demás.

—Pensaba en tu habilidad para ocultar los colmillos, que sé que
posees, detrás de tu sonrisa.

Fluke no se quedó desconcertado, sino que su sonrisa se hizo más
resplandeciente.

—¿Los colmillos? ¿Insinúas que debo arreglarme la dentadura?

A Ohm le entraron ganas de reírse, pero se contuvo. Seguía sin creerse que lo hubiera engañado una de esas personas que se había jurado
que evitaría: una persona como su madre.

«Las personas como Electra», le había dicho su padre en el lecho de muerte, «no atacan a plena luz del día. Son como las víboras, que aguardan, ocultas, para lanzarse sobre ti cuando menos te lo esperas».

Sin embargo, la víbora de su esposo bromeaba sobre su dentadura en
medio de la pista de baile. ¿Qué podía hacer al respecto?

Nada, solo bailar.

Como si aquello no fuera un juego, sino algo de verdad.

Fluki se había acostumbrado a los deberes reales con extremada facilidad, pensó Ohm al acabar el baile y volver a saludar a los súbditos que pagaban para acudir a fiestas como aquellas y tener la oportunidad de hablar con ellos unos momentos.

Tan fácilmente y tan bien que Ohm se preguntó, mientras él dejaba deslumbrado al grupo con el que estaban, qué habría pasado si fuera
quien parecía en aquellos paseos veraniegos en la Provenza.

Pensar así no lo ayudaba.

Pero Fluke se absolvía a sí mismo en cada acontecimiento social. Era
encantador e interesante. La prensa estaba embelesado no solo con lo que
denominaban el romance real, sino con el hecho de que el consorte
ejemplificara lo que una persona de Florencetta debía ser.

Era elegante y desenvuelto. Sabía ser el sofisticado anfitrión de una cena formal de jefes de estado y diplomáticos, pero poseía un sentido
práctico que hacía que rieran y estuvieran a gusto, que nadie se sintiera fuera de lugar en aquella mesa.

Y por mucho que Ohm se dijera que se debía a la escuela a la que había ido, famosa porque los alumnos salían de allí convertidos en perfectos anfitriones, se daba cuenta de que Fluke era especial.

«Son sus colmillos, que los tienes profundamente clavados debajo de
las costillas».

Más tarde, tras haber dado el consabido discurso y de nuevo en el
coche, camino de palacio, Fluke se volvió hacia él.

Ohm esperaba que le reprochara lo de los colmillos, que él fingía no poseer.

Ahora que él le había dejado claro que no iba a salirse con la suya, las cosas evolucionarían entre ellos como lo había hecho la relación entre sus padres.

Esperaba que Fluke lo atacara y que se volviera cada vez más amargado. La única ventaja era que él sabía precisamente adónde conducía
aquello.

Y precisamente allí pretendía colocarlo, con independencia de lo que brillara en público.

Pasión  sin amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora