Cicatrices

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Draco Malfoy caminaba por los pasillos de Hogwarts con la mirada perdida, atormentado por los recuerdos de la guerra. Las paredes de piedra parecían cerrar sobre él, susurrando palabras que no podía ignorar. Cada paso que daba resonaba con el eco de su propia culpa, como si los fantasmas del pasado lo persiguieran, recordándole lo que había sido y lo que había hecho. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó a Hermione Granger acercándose, con su habitual caminar decidido y el ceño fruncido, revisando un pergamino en su mano.

Cuando finalmente levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de ella. Algo en la intensidad de su mirada hizo que Hermione se detuviera. Él nunca la había mirado así antes: con una mezcla de arrepentimiento y una vulnerabilidad tan profunda que parecía casi dolorosa.

—Granger —la llamó Draco, su voz apenas un susurro, insegura, como si pronunciara su apellido por primera vez.

Los ojos de él se fijaron en su mano. Había una marca oscura, apenas visible, pero ahí estaba, como una sombra que no podía borrar. Él se acercó lentamente, tomando la mano de ella con un gesto abrupto que la sorprendió. Sus dedos temblaban levemente.

—¿Qué es eso en tu mano? —preguntó, sin apartar la vista de la cicatriz.

Hermione miró hacia abajo, siguiendo la dirección de su mirada, y vio la marca: "sangre sucia", grabado con crudeza en su piel, un recordatorio perpetuo del odio que había enfrentado. Draco sabía quién había hecho eso; su propia tía, Bellatrix Lestrange, había sido la responsable durante aquellos días oscuros de la batalla final.

—Es solo una cicatriz —dijo Hermione, tratando de mantener su tono neutral, aunque su voz se quebró apenas—. Ya ha sanado.

Pero Draco no podía apartar la vista. Cada vez que miraba esa marca, un nuevo torrente de culpa lo atravesaba. Apoyó la frente en la mano de Hermione, su mandíbula apretada, sus ojos cerrados mientras luchaba contra las imágenes que lo asaltaban. Él había estado allí, había visto cómo Bellatrix reía mientras torturaba a Hermione. Él había estado en la misma habitación, sin hacer nada, congelado por el miedo y la lealtad mal dirigida.

—Lo siento —murmuró Draco, sus palabras apenas un suspiro—. Debería haber hecho algo para detenerla.

Hermione frunció el ceño y se inclinó hacia él, obligándolo a levantar la vista. La sinceridad en los ojos de Draco la conmovió más de lo que habría admitido. Nunca lo había visto así, tan vulnerable, tan quebrado.

—No es tu culpa, Malfoy. No podías hacer nada en ese momento —dijo ella con suavidad, su voz firme pero llena de compasión.

Pero Draco sacudió la cabeza, apartándose un poco, como si las palabras de Hermione no pudieran alcanzar las profundidades de su autodesprecio. —No... no lo entiendes. Yo... fui un cobarde. Estaba allí, viendo cómo te hacían eso y no moví un solo dedo para detenerla. No merezco tu perdón.

Hermione sintió su corazón apretarse al ver la desesperación en el rostro de Draco. Se acercó más, colocando una mano suave en su mejilla, obligándolo a mirarla. — Malfoy, hiciste lo que pudiste. No tenías control sobre lo que pasaba. Estabas en medio de una guerra, atrapado entre dos mundos. No puedes culparte por las decisiones que tomaste bajo coacción.

Pero el rubio no estaba convencido. Sabía que había sido más que simple coacción; había sido miedo, puro y simple, lo que lo había paralizado. Miedo a su padre, a su familia, a las expectativas que siempre habían pesado sobre él como una cadena invisible.

—Hermione —dijo con voz quebrada, tomando ambas manos de ella entre las suyas, sosteniéndolas con fuerza como si temiera que se desvaneciera—, necesito que sepas que lo siento de verdad. No puedo dejar de pensar en todo lo que sucedió durante la guerra. Y en todo lo que podría haber hecho diferente.

Hermione apretó sus manos, su mirada fija en la de él, buscando el modo de llegar a ese rincón oscuro donde él se había escondido durante tanto tiempo. —Entiendo, Draco. Pero eso ya es pasado. Lo importante es que estamos aquí ahora, juntos. Y no dejaré que sigas castigándote por algo que no puedes cambiar.

Draco sintió un peso levantarse ligeramente de sus hombros al escuchar las palabras de Hermione. Su respiración se hizo más profunda, sus manos más firmes alrededor de las de ella. Sabía que no podía cambiar el pasado, pero al menos, al menos, podía hacer lo correcto ahora.

—Gracias, Granger —murmuró, con gratitud en su voz—. Prometo que haré todo lo posible para protegerte y cuidarte de ahora en adelante. No te defraudaré.

Hermione sonrió suavemente, aliviada al ver que la oscuridad en los ojos de Draco comenzaba a disiparse. Sabía que no sería fácil, que ambos tendrían que enfrentar los fantasmas de su pasado. Pero también sabía que, juntos, eran más fuertes.

—Yo también lo prometo, Draco. Seguiremos adelante, juntos. Sin importar lo que venga.

Los dos se quedaron en silencio por un momento, sus manos aún unidas, conscientes de la batalla que ambos libraban internamente. Las cicatrices que la guerra había dejado en sus cuerpos y almas no desaparecerían, pero tal vez, pensó Hermione, no necesitaban que lo hicieran. Tal vez esas cicatrices eran solo pruebas de que habían sobrevivido, de que seguían luchando, de que habían encontrado algo hermoso en medio de tanta destrucción.

Finalmente, Draco soltó una risa breve, casi sin humor, pero con un atisbo de esperanza. —Quizás tú seas mi mejor cicatriz, Granger.

Hermione se echó a reír, un sonido claro y brillante que resonó en el pasillo vacío. —Y quizás tú seas el remedio para todas las mías, Malfoy.

Y así, de pie en medio de los pasillos de Hogwarts, rodeados de recuerdos y promesas, supieron que, a pesar de todo, tenían una oportunidad de redención. Juntos, enfrentarían las cicatrices del pasado, y con cada día que pasara, seguirían sanando, hombro a hombro.

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