Capítulo VIII

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NOTA DE LA AUTORA:

ES POSIBLE QUE OCURRA ALGÚN ERROR Y APAREZCA ESTE CAPÍTULO ANTES DEL CAPÍTULO VII, DEBEN BUSCAR EL CAPÍTULO ANTERIOR.

Continúe mi camino hacia la cafetería y me permití recordar lo que ocurrió con Míriam.

Eso fue hace algún tiempo, no recuerdo exactamente cuando, en aquel entonces eramos las tres mosqueteras, inseparables, todas para una y una para todas. Me atreví a contarle a Míriam lo que sentía por Cristian, incluso le conté sobre nuestro primer beso, el estaba de lo más atento conmigo, me regalaba flores a escondidas, recitaba frases de Romeo y Julieta, era todo lo que pude soñar.

Después de nuestro primer beso, no hubo mas, solamente me hacía cumplidos hermosos, me ayudaba con los deberes, era maravilloso, aunque he de recalcar que de vez en cuando hacia un comentario un poco fuera de lugar haciendo relucir su personalidad.

Un día me dijo que me reuniera con el en un pequeño parque que era nuestro lugar, era donde nos reuníamos a las 6 pm todos los días. Ese día cuando fui no me lo podía creer, estaban Míriam y Cristian dándose un apasionado beso en todo su esplendor. Ella era mi mejor amiga, ella sabía todo lo que había ocurrido.

Cristal nunca se enteró de lo que había ocurrido, ella solo supo que no quería saber nada más de ella y ella lo respetó, un mes más tarde su familia y ella se mudaron a algún lugar bien lejos de aquí.

Sobre Cristian, hable con el y me dijo que no tenía derecho a molestarme ya que solamente eramos amigos.

Estuve un tiempo que solamente lo ignoraba y a el no parecía importarle.

-¿Qué ocurrió?- preguntó Cris cuando me vio con una lágrima rodando por mi mejilla.

Me la seque con la mano y negué con la cabeza. Me adelanté al puesto de mercado y compre mis tres paquetes de papitas fritas.

Me senté al lado de ella y los abrí, le ofrecí uno y lo rechazo, ella sabía que los necesitaba y mucho.

-¿Si sabes que después hablaremos verdad?- sabía que tenía que hablar con ella, tenía que decirle toda la verdad a fin de cuentas ella era mi mejor amiga.

Asentí con la cabeza, si hablaba se me rompería la voz y estallaría en sollozos.

Después de poner mi sonrisa de aquí nada pasó volví a las clases, al salir me fui con Cristian y Cristal a sus casas, no podía irme con mi hermano porque se fue a trabajar, el era chófer de unas personas ricas que le pagaban bien por llevarlos de aquí para allá, esperarlos y volver a andar con ellos, le pregunté si no le molestaba ser de niñera y me respondió muy simplemente encogiendose de hombros : no, me pagan bien por eso.

Y no puedo ir al mi casa porque mi hermano tiene una llave y mi querido cerebro se encargó de olvidarse coger las llaves, si, las dejé dentro de la casa genial.

Entramos a la casa y Cristal me dijo que tenía que ir a comprar los ingredientes de la comida.

Me quedé sola con Cristian, era un momento demasiado incómodo para mi gusto.

El pareció notarlo porque realizó una sonrisa diabólica.

Caminó hacia mí, yo retrocedi hasta que choque contra la pared, me encerró con sus manos atrapandome, cada vez mi nerviosismo aumentaba más y más.

-¿Por que no acabas de confesar tus sentimientos?- susurro en mi oído poniéndome los bellos de punta.

-¿Hacia ti?- dije riendo ocultando mi nerviosismo- No siento nada, solo odio

-Shhh- dijo poniendo un dedo sobre mis labios- el odio es un sentimiento, uno de los más fuertes, pitufa y del amor al odio solo hay un paso. Recuerda que los Montesco odiaban a muerte a los Capuleto.

Me hizo pestañar ante el recuerdo, no dejaría que me hiciera daño otra vez.

-Entonces trataré con la última célula de mi cuerpo extinguir incluso mi odio, hasta que todos mis sentimientos hacia ti queden extintos.- respondí en un susurro cerca de su oído con forme el lo había hecho.

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