Capítulo 06: El Ritual de Iniciación

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El Gran Santuario era veinte veces más grande ahora que lo tenía delante

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El Gran Santuario era veinte veces más grande ahora que lo tenía delante.

Rune calculó que debía de medir cerca de ciento cincuenta metros de alto. Las columnas blancas eran mucho más robustas de lo que le habían parecido en un principio desde lejos. Estaba construido con piedra y mármol, desde la escalera que accedía al interior hasta el frontón y los frisos que le daban un aspecto antiguo.

Había una calma sobrenatural. Rune, junto a Melody y Tabit, subió los escalones con cuidado y sin dejar de mirar hacia arriba. Era tan inmenso que a Rune le costaba hacerse una idea incluso estando dentro.

El interior era casi tan increíble como el exterior. De alguna parte emanaba un brillo frío y azulado que lo iluminaba todo. Al fondo de la estancia había, delante de las columnas que funcionaban a modo de pared, una enorme estatua de mármol rosado con forma de dragón (estaba tan bien esculpido que Rune incluso se sintió un poco inquieto bajo su mirada). Sobre la cabeza del dragón, en una de las columnas, estaba tallado un símbolo y pintado con pintura azul oscura: un sol grande y, en su interior, una luna puntiaguda y fina, a medio llenar. Era el mismo símbolo que la camisa del uniforme que llevaban.

Sin embargo, no era la única estatua de la estancia: a la derecha había tres estatuas de tres mujeres y a la izquierda, otras dos estatuas de otras dos. Eran muchachas jóvenes talladas en mármol y Rune enseguida reconoció a Nuestra Señora Arabella, diosa de la oscuridad y fundadora del clan Sombras Profundas. La diosa estaba rodeada de sus cuatro hermanas: Lavinia, protectora del clan Ojos de Cristal; Donatella, madre de los Marcas Eternas; Celandine, fundadora de los Hierbas Verdes, que portaba su mítica rama de laurel y sonreía con dulzura; por último, en una esquina aparecía representada Dione, la angelical y frágil quinta hermana que había fundado el extinto clan de las Alas Blancas.

Una gran parte de la estancia estaba ocupada por largos bancos de mármol como si fuesen los de una catedral, y sobre ellos estaban sentados muchos alumnos, hablando animadamente entre ellos. Entre los dos grupos de bancos, izquierdos y derechos, había una larga alfombra roja de terciopelo que Rune apenas pisó un poco para llegar a sentarse en los bancos de las últimas filas, puesto que todos los demás estaban ocupados.

El interior era sencillo, pues no había muchas cosas; sin embargo, las que había eran suficientes para que Rune encontrara aquel sitio probablemente el más fascinante que jamás había pisado.

Se percató en ese momento de que delante de la enorme estatua del dragón, en el gran hueco que la separaba de los bancos de mármol, había gente.

Parpadeó mientras veía al profesor Val, a la profesora Hayley y al profesor Houndstaff pasar por su lado, recorriendo la alfombra roja hasta llegar a donde estaba la multitud. Rune contó ocho personas en total, aunque la cifra aumentó a once cuando los tres profesores se hubieron integrado en las filas, con los que Rune supuso que serían sus compañeros.

Eran gente de todas edades: desde personas jóvenes que debían tener cerca de treinta años hasta ancianos como la mujer que se encontraba en medio. Era más baja de estatura que el resto, pero había algo en ella que la hacía destacar sobre los demás. Tenía la espalda recta, el mentón alto y las manos detrás de la espalda. Lucía una túnica larga dorada diferente al resto de las vestimentas y saludó a los profesores que acababan de llegar con cara seria y una inclinación de cabeza. Por su pecho descendía un collar con una cuerda negra y una bola de cristal bastante grande. Dentro de ella, Rune observó con incredulidad que había un dragón en miniatura. Entornó más los ojos, consciente de que no había visto bien; sin embargo, se encontró con que no estaba en absoluto equivocado: dentro del cristal había un pequeño dragón dorado que se encontraba solemnemente quieto, pero que movía sus alas de vez en cuando.

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