lunes

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Cuando Juanjo se despertó, eran cerca de las cinco de la mañana. Miró por la ventana y observó las calles solitarias y pobremente iluminadas. Solía ver a los vecinos que madrugaban para trabajar y se había quedado con sus caras después de tanto tiempo. Enero seguía golpeando sin piedad y Juanjo sintió la oleada de frío cuando se asomó hacia afuera, reconociendo a la lejanía uno de los hombres que siempre paseaban temprano por su calle. Se preguntó si alguno de ellos le reconocería también. Los codos se le enfriaron contra el hierro y el cielo empezó a clarearse después de un rato. Miró la hora y vio que todavía quedaba casi una hora para empezar a vestirse. Se pasó las manos por su cara, descartando la idea de volver a intentar dormirse y queriendo entrar en calor. Se sentía exhausto, cada hueso de su cuerpo pesando diez kilos más de lo normal. A veces, le costaba mantener los ojos abiertos y tenía dificultades para recordar cosas del esfuerzo que hacía por mantenerse despierto. Su madre le solía decir que su cabeza se desvivía tanto por seguir activa que eso le ocupaba la mayoría del trabajo y por eso no podía enfocarse en nada más.

Se quedo mirando como se hacía en café, sintiendo de repente la necesidad de comer algo para distraerse. En el móvil tenía los últimos mensaje que le había mandado a Martin, quemándole desde la distancia. Los analizó y notó su mejillas calentarse mientras la cafetera empezaba a sonar. Le pilló por sorpresa la incipiente necesidad de hablarle y aún más que Martin le hubiera contestado. En realidad, le sorprendía cualquier cosa que Martin hiciera. Le intimidaban demasiado sus ojos y su sonrisa, su manera de hablar y de caminar. Durante mucho tiempo, Juanjo evitaba encontrarse con él voluntariamente. No iba a la cafetería cuando era su turno y solo saludaba a Bea cuando Martin estaba cerca, asustado de que si se acercaba mucho, podría ver la respiración de Juanjo entorpecerse y huir a propósito. Ahora, apenas siente que nada de eso haya cambiado. Le seguía aterrorizando la idea de Martin girando al rededor suya, cerca y pendiente, pero cruzarse con él no le causaba miedo. Ahora lo buscaba y lo ansiaba como descansar.

Pasó la mañana en la cocina hasta que Alex se despertó. Tambaleó hasta Juanjo y le abrazó por la espalda.

"¿Cuánto llevas despierto?"

"Un rato."

"Pero, ¿has dormido?"

"No mucho, es la tercera vez que me levanto y ayer me dormí tarde, pero está bien. ¿Tú?"

"Pues más que tú, campeón. Ponme un café, anda."

"Mandón."

Alex se sentó suspirando mientras que las farolas se iban encendiendo y le iluminaban la cara. La ventana de la cocina estaba arriba de la mesa del comedor y los árboles hacían sombra en las sillas de madera. La habitación olía a café recién hecho y solo se oían sus respiraciones pesadas. Juanjo se apoyó en la encimera y se imaginó si en lugar de Alex sentado detrás suya estuviera Martin en esa misma situación. Se preguntó si Martin aguantaría sus desvelaciones y pocas horas de sueño, si quizás le acompañaría cuando fuma de madrugada como lo hacía al salir de la biblioteca. Intentó quitarse ese pensamiento de la cabeza, consciente de que era muy poco probable y que Martin no tenía porque aguantarle, aunque le costó dejarlo ir. Hacía mucho tiempo que no sentía el calor de otra persona cerca suya, la inercia de querer abrazarse a un cuerpo caliente y poder cerrar los ojos con fuerza. El vacío de apretó tanto el pecho que tuvo que aguantarse las lágrimas y concentrarse en no derramar el café de Alex. Demasiado temprano.

"Toma."

"Gracias."

Se quedaron callados y aire siguió entrando por la ventana. Se vistieron y salieron del piso, helados de pie a cabeza. Parecía que aunque cuando más se acercaban a febrero mas frío hacía. Llegaron al campus y Juanjo fumó antes de entrar en clase. Dejó a Alex en la puerta y se acercó a la cafetería por si veía a Bea abrir. La ojeó, con un cigarro en la boca y un bolso de tela enorme colgado del brazo.

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