Capítulo 8 - Mi mejor amigo...

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El año era 1953. El cielo despejado sobre la pequeña escuela primaria "La Esperanza" dejaba caer un sol cálido y acogedor que iluminaba cada rincón del patio de recreo

La escuela, un modesto edificio de ladrillo rojo con ventanas grandes y ligeramente empolvadas, tenía un patio con algunos columpios oxidados, una cancha de fútbol marcada por líneas torcidas, y una fuente de agua que, en más de una ocasión, se desbordaba creando pequeños charcos donde los niños chapoteaban felices

Las paredes del edificio, decoradas con murales de arcoíris y animales sonrientes, intentaban darle vida al lugar... aunque la pintura comenzaba a desgastarse en algunos rincones...

Era la hora del receso, y todos los niños y niñas salieron al patio como un enjambre de abejas desatadas, corriendo, gritando y riendo sin parar

El sonido de los columpios chirriando, el constante botar de pelotas, y las carcajadas infantiles llenaban el aire. Los grupos de niños se repartían por todo el espacio: algunos jugando a las escondidas detrás de los viejos árboles que bordeaban el patio, otros corriendo tras la pelota de fútbol en la cancha improvisada, mientras que un par de niñas compartían secretos en voz baja mientras saltaban la cuerda

Ya saben...

Típicos chamacos miados...

En una esquina más tranquila del patio, cerca de una banca de metal que había visto mejores días, se encontraba un pequeño Simon

Era un niño moreno, de piel suave, con un par de lentes gruesos que siempre le resbalaban por la nariz. Su cabello negro, cuidadosamente peinado hacia un lado, reflejaba el sol de manera brillante

Vestía una camisa blanca perfectamente planchada, con el cuello almidonado, unos pantalones cortos de tirantes que se veían demasiado grandes para él, y un par de zapatos pulidos con esmero... Parecía un pequeño académico en medio del caos del recreo...

Su apariencia no hacía más que subrayar su imagen de "ñoño". A pesar de su atuendo impecable, su rostro mostraba una calma inusual para un niño de diez años. Simon era de estatura promedio, ni muy alto ni muy bajo, pero su postura erguida y tranquila le daban un aire de confianza que no siempre era común a su edad

Aunque en el fondo era bastante nervioso y tímido...

Con una pequeña lonchera de metal decorada con imágenes de magos y distintas criaturas fantásticas, Simon estaba en su propio mundo, mordisqueando un emparedado de crema de cacahuate con mermelada... cuando un grupo de niños mayores comenzó a acercarse...

Eran los típicos bullies de la escuela. El líder del grupo, un chico llamado Oscar, era alto y de cabello despeinado, con una camiseta sucia y unos pantalones rasgados que apenas le llegaban a los tobillos. Sus secuaces, Toño y Rodrigo , eran un poco más bajos, con caras que reflejaban su falta de inteligencia, y vestían de manera igualmente desaliñada... (Chamacos mugrosos)

Miren quién está aquí, el cerebrito -dijo Oscar con una sonrisa burlona mientras se cruzaba de brazos.

¿Qué estás comiendo, Simon? ¿Un sándwich de ecuaciones matemáticas?-añadió Toño, riéndose como un burro

Rodrigo, que parecía más perdido que sus amigos, solo los imitaba, soltando risitas de raton

Simon, sin inmutarse, siguió mordiendo su sándwich, mirándolos de reojo tras sus lentes que reflejaban la luz del sol. Esa tranquilidad, esa indiferencia, comenzaba a irritar a los bullies

¡Oye, cuatro ojos!, ¿por qué estás tan tranquilo, eh?-preguntó Oscar, ahora acercándose más, tratando de intimidarlo

Simon masticó lentamente, limpiándose los labios con una servilleta que sacó de su lonchera, y respondió con voz pausada-Porque estoy esperando a mi mejor amigo...

Hora de aventura; "En busca de un corazon"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora