Capítulo 3

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Es un milagro que consiga llegar a la residencia y colarme en el piso que comparto con mis amigas de la infancia sin que me atrapen

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Es un milagro que consiga llegar a la residencia y colarme en el piso que comparto con mis amigas de la infancia sin que me atrapen.

No hay luces encendidas y el único sonido es el melancólico violonchelo que sale de la habitación de Rosé.

Si me ve así, cubierta de arañazos, con un agujero en los vaqueros y una mirada frenética, seguro que empieza un cuestionario lleno de drama.

Mucho drama.

Me quito los zapatos en la puerta y atravieso de puntillas el salón, haciendo una mueca de dolor cada vez que me palpitan el corte de la rodilla y las laceraciones de la mano.

Una vez en mi habitación, cierro la puerta, me apoyo en ella y luego me deslizo hasta el suelo, abrazando mis piernas contra mi pecho.

Mis uñas tintinean entre sí mientras miro fijamente las paredes completamente cubiertas
por páginas de mis mangas favoritos. Las figuras aparecen sombrías bajo la tenue luz, como si fueran a hacerse realidad y saltar a mi lado.

Eso es lo que me consuela: las imágenes de los personajes de ficción.

Nunca he sido de las que piden ayuda a mis amigos o les cuentan lo que me cuesta. Todos
me ven como la figura materna, la que resuelve los problemas y la que escucha.

Cada vez que anhelo que me escuchen en su lugar, las uñas se clavan en mi pecho, prohibiéndome moverme. De encontrar refugio en alguien que no sea yo misma y en personajes de ficción que no existen y que tienen pocas posibilidades de ofrecer consejos prácticos.

Mis dedos se ciernen sobre la herida de mi rodilla y gimo de dolor cuando toco la piel desgarrada.

Pero esa no es la única sensación que me desgarra. No. Es algo mucho más potente y
condenatorio.

El dolor puede empezar en mi piel, pero termina en los rincones oscuros de mi psique. En lugares desconocidos y sin nombre que ni siquiera yo sabía que existían hasta que hoy me han golpeado en la cara.

Mis dedos se deslizan desde la rodilla hasta el borde de mis vaqueros rotos, pasando como un fantasma por el muslo. Me estremezco y aprieto la pierna cuando me toco la cadera.

Algo mucho más intenso que el dolor me atraviesa, y mis dedos tiemblan antes de subir a
acariciar mi pecho.

El mismo pecho que Máscara Naranja agarró tan salvajemente, torturó y clavó sus dedos hasta que yo jadeaba. Pero ahora no es la misma sensación.

La carne está tierna, me duelen los pezones, pero la electricidad de antes ha desaparecido.

Levanto la otra mano, la envuelvo alrededor de mi garganta y aprieto. Como la longitud del palo de golf que me aplastó la tráquea. Aprieto y sostengo, pero ninguna presión de mis delicados dedos es suficiente para recrear la misma imagen.

Dark Temptress | Adaptación Jenlisa (G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora