Para pagar las deudas de su familia, Levana Daverone deberá aceptar un puesto como una de las doncellas de sangre del rey.
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El gran palacio era el corazón de Santa Amerise, una fortaleza amurallada de piedra lo contenía, dentro, el complejo de edificios que conformaban la estructura descansaban como un gigante inquebrantable.
Su fachada de piedra caliza, terminaciones rígidas y balcones barrocos le brindaban a la morada del rey una apariencia excelsa.
El carruaje se detuvo a sus pies.
Los guardias reales vestidos con su característico uniforme azul marino se plantaban firmes a ambos lados de la entrada sostenida por una fila de columnas marfil.
Tomé el brazo que me ofrecía herrsek Caín y él nos guió dentro del recinto.
Un lacayo nos indicó que siguiéramos directo a la presentación.
Inhalé de forma profunda detrás de la puerta de roble.
──Tranquiliza tu respiración, cariño, estás hiperventilando.
──Gracias, no se me había ocurrido que también tenía la opción de serenarme.
──Guarda un poco de tu encantador humor para nuestro monarca.
Cuando las puertas se abrieron, un imperioso salón se levantó ante nosotros.
Paredes blancas de ornamentaciones perladas, a cada lado filas de estatuas contoneándose en poses provocativas unas, aguerridas otras; el suelo era de un mármol resplandeciente.
Una larga lengua de terciopelo marcaba el camino hacia el trono del rey Balakhar.
──La señorita Levana Daverone y su mentor herrsek Caín Karravarath ──anunció el esbelto heraldo a su izquierda.
No encontré caras amables entre los presentes, eran jueces y jurados envueltos en seda; y jubones de cuero y terciopelo.
La fiesta parecía haber detenido su auge debido a nuestra llegada.
Sentado en el trono de ébano sobre un estrado se encontraba el rey Balakhar.
Era tal como lo había imaginado por retratos populares, su cabello tan pálido como la nieve, sus ojos del azul de un mar profundo que nunca pude ver, su piel era alabastro afilado.
Tenía una mano sobre su mentón, lo cual no ayudaba a revertir la sensación de que mi presencia era un lastre que debía soportar.
Caín se adelantó para realizarle una reverencia.
──Permítame honrarlo con una ofrenda, majestad.
El rey enarcó una ceja albina.
──Nunca lo imaginé como un mentor, herrsek Karravarath.
Caín sonrió con fingida modestia, dio un paso hacia atrás para quedar a mi lado, corrió el pelo de mi hombro para dejar mi cuello al descubierto.
──No me tendría aquí si no tuviera la certeza de que sabrá valorar esta adquisición, majestad.