Capítulo 11:
El calor de la nocheLos días habían transcurrido con una pesadez apabullante, aprendí la rutina del palacio por mero aburrimiento.
Por otra parte, al menos me había reconciliado con el resto de las doncellas.Aprendí que Enora había sido educada en una Casa de Señoritas, que Melody no producía ningún sonido al hablar, pero, por extraño que fuera, poseía una voz angelical para el canto, y que era mejor no indagar sobre el pasado de Megara ─o en nada referente a ella.
Mi disgusto eran las horas nocturnas, demasiado frías y largas, en un palacio vacío de vida.
Eran esas largas noches de pernoctar donde la vulnerabilidad me abrumaba y añoraba mi hogar. Extrañaba la vieja casona que crujía bajo cada uno de mis pasos, donde sabía que mi hermana dormía al otro lado del pasillo, mis padres estaban subiendo la escalera al tercer piso y Vellia dormía al final del corredor.Ese viejo palacio no era más que la morada de un depredador.
El aire dentro de sus paredes era gélido y su interior hueco, la noche se extendía desde cada rincón de la habitación.
El rey debía estar en sus aposentos, siendo entretenido por alguna de sus doncellas, quizás varias de ellas.
Renata decía que el rey Balakhar era un amante gentil y paciente. Era consciente de que intentaba aligerar mis miedos, pero poca calidez encontraría en los brazos de un déspota que me veía como otro objeto de su propiedad.
Al ver que era imposible conciliar el sueño, salí de la cama. El susurro de las sábanas cortó el silencio, el murmullo del edredón, y después el golpe seco del cajoncito de luz que cerré tras sacar unas velas.
Encendí la lámpara, apenas una llama tímida para contrarrestar el aire sepulcral.
Un crujido dentro de la habitación me puso en alerta.
Las criadas nunca se acercaban por la noche, y los guardias tenían prohibido entrar en las habitaciones de las doncellas del rey.
Recordé las historias sobre fantasmas y espectros del palacio que fascinaban a Mara, realmente esperaba encontrarme con alguno, le temía menos que a la furia de los vivos.
La voz se me perdió en la garganta.
Corrí hacia mi tocador y tomé el abrecartas como si fuera un puñal.
Volví a la cama, desaté las cortinas del dosel para dejar que cayeran como pétalos para envolver un capullo.
Estuve a punto de tirar del cordel con el que llamaba al servicio, cuando reconocí la cadencia suave de la voz al otro lado de las cortinas.──¿Estás asustada, cariño?
Ahí estaba, su voz suave, profunda, musical.
──Herrsek Karravarath.
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La rosa del cazador
FantasíaPara pagar las deudas de su familia, Levana Daverone deberá aceptar un puesto como una de las doncellas de sangre del rey.