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El silencio que siguió a mi pregunta era ensordecedor. Todos en el círculo dejaron de moverse, las sonrisas se desvanecieron, y de repente, las miradas estaban fijas en Richard. Yo misma sentí el peso de la tensión en el aire, pero no me arrepentía de haber preguntado. Quería saber su respuesta, aunque parte de mí temía escucharla.

Richard tomó un sorbo de su cerveza, como si estuviera tomándose un segundo para pensar. Su mirada no me soltaba, y era difícil adivinar lo que pasaba por su mente. Al cabo de un momento, dejó la botella a un lado y finalmente habló.

—Pues... supongo que me acercaría a esa persona —dijo con una sonrisa ligera, pero algo en su tono me dejó nerviosa—. No se puede dejar pasar la oportunidad, ¿cierto?

El grupo reaccionó con murmullos y algunas risas nerviosas. Era claro que todos querían saber a quién se refería, pero Richard no daba más detalles. Mi corazón latía tan rápido que sentía que todo el mundo lo podía escuchar.

—¡Qué misterio, eh! —bromeó West, tratando de suavizar el ambiente mientras levantaba otra cerveza—. Pero bueno, sigamos con el juego. No se vale quedarse en incógnitas toda la noche.

La atención se desvió un poco, pero yo seguía pensando en la respuesta de Richard. "No se puede dejar pasar la oportunidad." ¿Lo decía por alguien en esta sala? Y si era así, ¿podría ser yo? Sacudí la cabeza, intentando despejar esos pensamientos. No quería hacerme ilusiones ni sacar conclusiones apresuradas.

Pelícanger, siempre el bromista, tomó la palabra y alzó la voz.

—¡Listo, señores! Vamos a hacer esta noche interesante. Propuesta: el que pierda la próxima ronda tiene que hacer un reto que el grupo elija. Y tiene que ser un reto de verdad, nada de cobardías. ¿Están listos?

Las risas volvieron a llenar la sala, y todos aceptaron el desafío. La ronda consistía en hacer preguntas rápidas, y si alguien titubeaba o no respondía en menos de tres segundos, perdía automáticamente.

—¿Quién empieza? —preguntó Lucho, mirando a todos con ojos de travesura.

—Yo empiezo —dijo Anastacia, levantando la mano—. Yuli, ¿cuál es tu peor miedo?

Me pilló desprevenida. No esperaba que fuera tan directa, pero no iba a retroceder ahora.

—Mi peor miedo es... fallarle a las personas que amo —respondí, algo más sincera de lo que había planeado.

—¡Vaya! Profunda la respuesta —dijo Mojica, asintiendo con respeto.

Las preguntas siguieron, cada una más personal que la anterior. El juego estaba poniéndose interesante cuando de repente fue el turno de Richard de hacer una pregunta.

—Pelícanger —dijo Richard, mirándolo con una sonrisa que parecía esconder algo—. ¿Alguna vez has tenido una relación secreta?

El grupo estalló en risas, sabiendo lo difícil que era para Pelícanger ocultar cualquier cosa. Él, con su cara de inocencia, levantó las manos como si se defendiera.

—Bueno... bueno... digamos que he tenido mis aventuras —respondió, guiñando un ojo.

—¡¿Relación secreta con quién?! —gritó James, riendo mientras le daba un codazo.

—Eso no lo van a saber ustedes —contestó Pelícanger, misterioso, mientras todos abucheaban su falta de detalles.

En medio de todo el bullicio, Richard se levantó y se acercó a la mesa para servirse más cerveza. Al pasar a mi lado, me miró de nuevo, esta vez con una expresión que no supe descifrar.

—Ven un momento —me dijo en voz baja, lo suficiente como para que solo yo lo escuchara.

No sabía a qué se refería, pero sin pensarlo mucho, me levanté y lo seguí. Salimos al balcón de la casa de West, donde el aire fresco de la madrugada nos envolvía. La música y las risas se oían a lo lejos, pero en ese momento, el mundo parecía haberse reducido a nosotros dos.

—¿Por qué me seguiste el juego con esa pregunta? —me preguntó, apoyándose en la barandilla y mirándome a los ojos.

Me encogí de hombros, tratando de aparentar indiferencia.

—Quería ver qué tan lejos llegarías —dije con una sonrisa tímida.

Richard soltó una risa suave y bajó la mirada.

—Sabes... —empezó, con un tono más serio—. A veces siento que juego con fuego. Hay cosas que no deberían decirse, pero igual lo hacemos, ¿no?

Lo miré, sintiendo una mezcla de curiosidad y algo más que no podía identificar. Estaba siendo honesto, más de lo que esperaba, y eso me descolocaba.

—¿A qué te refieres? —pregunté, tratando de entender lo que estaba insinuando.

Él me miró de nuevo, sus ojos reflejaban algo más profundo, pero antes de que pudiera responder, la puerta del balcón se abrió de golpe. Anastacia apareció, medio ebria, con una sonrisa traviesa.

—¡Ey! ¿Qué hacen aquí? ¡Vuelvan adentro, que se están perdiendo la fiesta! —gritó, haciéndonos volver a la realidad.

Richard soltó una risa y se encogió de hombros.

—Vamos, antes de que piensen cosas raras —dijo, señalando hacia adentro.

Asentí y lo seguí de vuelta al caos de risas y música. Pero la sensación de que algo había quedado sin decir seguía latente.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora