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"Salimos?"

Me quedé mirando el mensaje de Ana en la pantalla de mi celular, dudando si responder o no. No es que fuera la persona más sociable del mundo, y la idea de salir de fiesta me ponía algo nerviosa. Sin embargo, me decidí a darme la oportunidad.

"Sí, ¿a dónde vamos?", le respondí finalmente.

" A una disco de Westcol. ¿Sabes quién es?", me contestó.

"Vivo debajo de una piedra, no tengo ni idea", le escribí, riéndome de mí misma.

"JAJAJAJA, nos vemos allá a las 10. Te paso la dirección."

"Listo, beffa."

Miro el reloj, convencida de que aún era temprano, pero para mi sorpresa, ¡eran ya las 9! "Maldita sea", murmuré mientras me lanzaba a la ducha. Sabía que tenía poco tiempo para alistarme, pero lo que realmente me bloqueaba era qué ponerme. Me probé al menos cinco conjuntos y nada me convencía. Al final, después de 30 minutos de puro drama frente al espejo, opté por un vestido brillante, ajustado pero sin ser demasiado revelador. Me hice un maquillaje básico, con un delineado al estilo latina, que resaltaba mis ojos oscuros, y me dejé el cabello suelto, cayendo en suaves ondas sobre mis hombros.

Ya eran las 9:45 cuando llamé un InDriver, que llegó en menos de cinco minutos. Me despedí de mi tía, que ya estaba metida en su habitación viendo alguna serie, y salí con mi dinero y celular en mano.

Al llegar a la disco, no tuve problemas para entrar. La música retumbaba desde adentro, una mezcla de reguetón y electrónica que hacía vibrar el suelo. Miré a mi alrededor, buscando a Ana, pero no la vi, así que le envié un mensaje.

"¿Dónde estás?"

"A la derecha", contestó rápidamente.

Me giré y, entre la multitud, ahí estaba ella, sentada en una mesa con varias personas. Pero no eran personas cualquiera. Mientras evaluaba la escena, sentí un escalofrío recorriéndome. Ahí, en esa mesa, estaba alguien que jamás pensé volver a ver: James Rodríguez.

Y aquí es donde les tengo que contar algo que nunca mencioné antes. Hace varios años, cuando mi tía apenas estaba empezando a estabilizarse económicamente, vivíamos cerca de la casa de la mamá de James. Ella tenía una tiendita de barrio, y yo solía ir a comprar cositas allí. Sabía de mi situación familiar y lo que mi tía había tenido que pasar para obtener mi custodia, incluyendo peleas con mi mamá, con la policía de por medio. Un día, James vino a visitar a su mamá, y yo, obvio, le pedí una foto. No sé cómo, pero a partir de ahí empezamos a hablar, nos saludábamos cada vez que nos cruzábamos. Y bueno, sí, llegó un día en que nos besamos, y una noche hasta lo metí en la casa de mi tía cuando ella no estaba. No pasó nada más allá de besos, pero esa historia quedó enterrada en el pasado... o al menos eso creía.

Porque ahora, ahí estaba él, sentado en la misma mesa que Ana, riéndose como si nada. Rezaba en silencio para que no me reconociera, pero apenas llegué, nuestros ojos se cruzaron. Mierda. Me hice la loca y seguí caminando como si no pasara nada.

En la mesa estaban Westcol, Pelicanger, James, Richard Ríos, Daniel Muñoz, Lucho Díaz y Mr. Stiven. ¡Qué combo! Saludé a todos, aunque ellos se presentaron como si yo no supiera quiénes eran.

Me senté junto a Ana, y Richard, con toda la tranquilidad del mundo, llamó a un mesero.

—Me puedes traer una ronda de caipirinha —dijo Richard con su voz profunda.

Ana lo miró de reojo, sonriendo. —Con bastante limón, por favor —añadió.

Yo, por mi parte, no tenía ni idea de qué era esa bebida.

—¿Esa monda qué es? —pregunté, más para mí misma que para los demás.

Ana soltó una carcajada mientras Lucho, que estaba sentado frente a nosotras, se inclinaba un poco.

—¿Cómo es que te llamas? —me preguntó, con curiosidad.

—Yuli —le respondí, sonriendo tímidamente.

—Me gusta tu nombre —dijo Pelicanger, asintiendo como si estuviera evaluando algo importante.

—Gracias —contesté, todavía un poco nerviosa.

—Parece nombre de streamer, ¿verdad? —dijo Ana, girándose hacia mí con una sonrisa pícara.

—Sí, JAJAJAJA. ¡Y mirá! Te falta solo abrir un canal y decir "¡Qué lo que, mi gente!" —soltó Westcol, haciéndonos reír a todos.

—O "Like y comparte si querés que Pelicanger se corte el pelo" —añadió Mr. Stiven, haciendo que casi escupiera la risa.

Llegaron las caipirinhas, y me animé a probarla. Apenas di el primer sorbo, el sabor ácido y fuerte del limón con el alcohol me quemó la garganta.

—¡Ay, esto quema, Dios mío! —dije, tratando de no hacer una mueca mientras todos se reían.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora