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Gracias a Dios hoy tenía clase en la tarde, así que la mañana la pasé tranquila. Me levanté más tarde de lo habitual, preparé un desayuno ligero y revisé mi tarea del moodboard. Todavía sentía que le faltaba algo, pero no quería estresarme. Sabía que las ideas vendrían a medida que avanzara en el curso.

Después de almorzar, revisé mi horario. La clase de la tarde empezaba a las 4 y terminaba a las 9. Dos bloques seguidos con una pausa rápida en el medio. Por suerte, no tenía que preocuparme por madrugar.

A eso de las 3 me empecé a arreglar para llegar a tiempo. Me puse un look sencillo pero cómodo. Me maquillé ligeramente, solo un poco de máscara de pestañas y un labial nude, suficiente para sentirme arreglada pero sin exagerar. Al salir de casa, el aire de Medellín estaba fresco, el cielo nublado prometiendo lluvia más tarde.

Al llegar a la universidad, el campus estaba animado pero no tan lleno como en la mañana. Me dirigí al salón, el mismo en el que tuve mi primera clase, y me senté en una de las sillas de atrás. Me gustaba estar al fondo, más cerca de la puerta. Sentí el peso familiar de mi mochila sobre mis piernas mientras sacaba mi teléfono y me perdía en las redes sociales, pasando el tiempo mientras llegaba el profesor.

Unos minutos después, escuché pasos que se acercaban y, sin mirar, supe que alguien se había sentado a mi lado. No le presté mucha atención; seguí deslizando mi dedo en la pantalla del teléfono, viendo fotos de moda y diseños que me inspiraban para futuros proyectos.

La clase comenzó, y el profesor, un hombre joven con un estilo urbano bastante marcado, nos habló sobre el uso de textiles. Estaba tan concentrada tomando notas, que apenas noté cuando la chica a mi lado se inclinó un poco hacia mí. Fue en la mitad de la clase, justo cuando el profesor hacía una pausa para que termináramos de anotar algunos puntos importantes.

—Soy Anastacia, pero me puedes decir Ana —dijo en voz baja, con una sonrisa amable.

Me tomó un segundo reaccionar. No estaba acostumbrada a que la gente me hablara tan de repente. Dejé de jugar con el bolígrafo entre mis dedos y le devolví la sonrisa, algo tímida.

—Soy Yuli —respondí.

Ana asintió, como si estuviera evaluando mi nombre, y luego agregó:

—¿También es tu primer semestre?

—Sí —dije, girándome un poco hacia ella—. Empecé apenas ayer.

—Yo también. Qué locura todo esto, ¿no? —se rió suavemente, como si estuviéramos compartiendo un secreto. Sus ojos brillaban de curiosidad—. No soy de aquí, soy de Bogotá. ¿Tú?

—Medellín... bueno, me mudé hace poco con mi tía, pero soy de aquí —expliqué, sintiendo que la conversación fluía con naturalidad.

Ana parecía relajada, alguien que no tenía miedo de acercarse a los demás, mientras que yo solía ser más reservada. Aun así, su compañía me resultó agradable, como si hubiera una oportunidad de hacer una nueva amiga.

—¿Cómo te va con la tarea del moodboard? —me preguntó, con un gesto rápido hacia la pantalla de mi computadora, donde tenía algunas imágenes abiertas.

—Más o menos, todavía estoy trabajando en ello. ¿Y tú?

—¡Ah, lo terminé esta mañana! —dijo con un toque de orgullo—. Pero me pasé horas en Pinterest anoche buscando ideas.

—Igual yo —dije riendo. Nos reímos juntas, lo que alivió un poco más el ambiente.

La clase continuó, y aunque no hablamos mucho más, sentí una conexión con Ana. Era refrescante conocer a alguien nuevo en este lugar que todavía se sentía tan desconocido para mí. Cuando el primer bloque terminó, nos tomamos un receso antes de la siguiente clase, y ella me acompañó hasta la máquina de café en el pasillo.

—¿Te gusta el café? —preguntó mientras sacaba unas monedas de su bolsillo.

—Depende del día, pero hoy creo que lo necesito —dije mientras también buscaba cambio.

—Es que las clases largas son brutales —dijo Ana, haciendo una mueca cómica mientras la máquina dejaba caer su café.

Después del receso, volvimos al salón para la siguiente clase. Este profesor era más formal, con una voz grave y calmada, y su lección se centraba en las tendencias contemporáneas y cómo éstas influyen en el diseño de modas. Me perdí en las explicaciones, tomando nota de todo lo que podía, y a pesar de que la clase era larga, el tiempo pasó volando.

Cuando finalmente terminó, salimos del salón y caminamos juntas hacia la salida.

—Oye, ¿y mañana también tienes clases? —preguntó Ana.

—Sí, pero en la mañana esta vez. ¿Tú?

—Igual. Pues, nos vemos mañana entonces, ¿no? —me sonrió, con una energía tranquila que me hacía sentir más cómoda.

Nos despedimos en la puerta y tomé el bus hacia casa. En el trayecto, me di cuenta de lo bien que me sentía haber conocido a alguien con quien podría compartir este nuevo capítulo de mi vida.

Al llegar a casa, el apartamento estaba vacío como esperaba. Mi tía aún estaba trabajando, y me moría de hambre. Fui directo a la cocina y decidí preparar espaguetis, algo rápido pero delicioso.

Primero, puse a hervir el agua con un poco de sal y aceite. Mientras esperaba que el agua empezara a burbujear, saqué una sartén y eché un chorrito de aceite de oliva, dejando que calentara mientras picaba un diente de ajo y lo doraba suavemente. El aroma a ajo comenzó a llenar la cocina, mezclándose con el sonido del agua hirviendo.

Añadí una lata de tomates pelados que había en la despensa, y mientras se cocinaban, los machaqué un poco con una cuchara de madera. Le agregué sal, pimienta y unas hojitas de albahaca que encontré en la nevera. La salsa comenzaba a tomar forma, espesa y fragante, como las que me enseñaba a hacer mi tía cuando era más pequeña.

Cuando los espaguetis estuvieron listos, los escurrí y los mezclé directamente en la sartén con la salsa, dejando que absorbieran todos los sabores. Serví un buen plato, espolvoreé un poco de queso parmesano por encima y me senté a comer en la barra de la cocina.

Cada bocado me recordó lo mucho que me gustaba cocinar para mí misma. Disfrutaba de esos momentos de tranquilidad, donde el único sonido era el de mis pensamientos y el suave tintineo de los cubiertos en el plato.

Mientras comía, reflexioné sobre el día. Había sido productivo, había conocido a alguien nuevo, y las clases iban bien. Estaba lejos de ser fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que las cosas podían mejorar.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora