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Me levanté lentamente, el frío del cuarto aún me envolvía como una manta de niebla. No quería moverme, la cama parecía un refugio seguro del mundo que me esperaba afuera. Cerré los ojos por un segundo más, hasta que la hp alarma sonó por segunda vez, rompiendo mi pequeña burbuja de tranquilidad. Apenas la apagué, escuché la voz familiar de mi tía resonando por las paredes de la casa.

—¡Yuliii, cariño, el desayuno está listo! —gritó desde la cocina.

—¡Voyyy! —respondí con un tono que no ocultaba lo mucho que me costaba despegarme de las sábanas.

Puse mis pies en las pantuflas calentitas que mi tía me había regalado hace poco, un pequeño detalle que me hacía sentir querida, y caminé arrastrando los pies hasta el baño, aún adormilada. Mientras me lavaba la cara, el agua fría me arrancó de golpe la pereza que se aferraba a mí. Una ducha rápida pero gélida terminó de espabilarme. Me puse un jean un poco roto, mis Air Force One, que ya tenían algunos desgastes por el uso, y un top de manga larga. Miré mi reflejo en el espejo mientras me maquillaba de manera básica, solo lo suficiente para no verme tan cansada. Me dejé el pelo suelto, cayendo en ondas desordenadas sobre mis hombros.

Mientras metía un cuaderno de siete materias en una mochila pequeña, la ansiedad comenzaba a hacerse más fuerte. Hoy sería mi primer día en la universidad y no sabía bien qué esperar. A pesar de eso, intenté mantenerme tranquila mientras bajaba las escaleras hacia la cocina.

El aroma del desayuno llenaba el aire: fruta fresca, omelette y jugo de naranja natural. Mi tía siempre ha sido media fitnes, obsesionada con la vida saludable, algo que he terminado aceptando con el tiempo. Me senté en la barra, picoteando un poco la fruta mientras esperaba que ella bajara. La escuché acercarse con sus zapatillas de deporte, lista para el gimnasio. Después de dejarme en la universidad, seguro iría a entrenar, como siempre.

—¿Lista para hoy, amor? —me preguntó mientras se ponía su chaqueta deportiva. Su sonrisa era cálida, pero noté la preocupación detrás de sus ojos. Ella siempre había estado ahí, desde que papá murió, y mamá se perdió en el infierno de las drogas.

Tragué el pedazo de fruta que tenía en la boca y asentí, aunque una parte de mí quería gritarle que no, que no estaba lista, que tenía miedo.

—Sí... creo —respondí, tratando de parecer tranquila, aunque mis manos temblaban un poco al coger el vaso de jugo.

—Te irá bien, Yuli —dijo con un tono firme, poniendo su mano en mi hombro—. Eres fuerte, mucho más de lo que crees.

Quise creerle. Desde que llegamos a Medellín hace dos semanas, todo había sido un torbellino de emociones. Nos mudamos para empezar de nuevo, para alejarnos del pasado. Aunque mi tía nunca lo decía abiertamente, sabía que también intentaba protegerme de lo que quedaba de mamá. Los recuerdos de ella desmoronándose, perdiendo la batalla contra su adicción, me perseguían constantemente. A veces, en los momentos más inesperados, su imagen venía a mi mente, dejándome con un nudo en el estómago. Pero aquí estaba, en una ciudad nueva, con la oportunidad de empezar desde cero.

—Vámonos ya, antes de que llegues tarde —me dijo mi tía, rompiendo el silencio de mis pensamientos.

Subí al auto, y durante todo el trayecto hacia la universidad, miré por la ventana, observando cómo el paisaje de Medellín pasaba rápidamente. Esta ciudad tenía su encanto, pero no dejaba de ser intimidante para mí. Todo era nuevo: la gente, las calles, los acentos. Me preguntaba si encajaría, si encontraría mi lugar en este mundo que parecía tan ajeno.

Cuando llegamos a la universidad, sentí un nudo en el estómago. El edificio frente a mí parecía más grande de lo que imaginaba. Mi tía se giró hacia mí, dándome una sonrisa que intentaba calmar mis nervios.

—Recuerda, eres capaz de esto y mucho más. Ya pasaste por cosas peores, ¿no? —dijo, su voz era suave pero llena de determinación.

—Sí... tienes razón —murmuré mientras abría la puerta del auto.

Respiré hondo y di el primer paso fuera. Mi tía me observó desde el auto, asegurándose de que entrara al campus antes de irse. Cuando finalmente desapareció en el tráfico, sentí que estaba completamente sola, pero también que este era el momento de enfrentar todo lo que había dejado atrás.

Caminé hacia la entrada, apretando la correa de mi mochila, sintiendo los ojos de los demás estudiantes sobre mí. Sabía que este primer día sería complicado, pero también era mi oportunidad de empezar una nueva etapa. Intenté recordar las palabras de mi tía: "Eres fuerte", y por un instante, casi logré creerlo.

 Intenté recordar las palabras de mi tía: "Eres fuerte", y por un instante, casi logré creerlo

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Mi tía y yo

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora