8- El partido

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Era el día del tan esperado partido escolar. Hanna y yo nos encontrábamos sentadas en las gradas junto a los demás estudiantes.

Después de un largo rato dieron los diez minutos para el descanso que tanto deseaban ambos equipos y todos los jugadores salieron cansados, sudando y con la respiración entrecortada.

Pude ver a Nicolás dirigirse hacia los bancos con sus amigos y al llegar allí también se encontraba Mía, la porrista con la que no tengo la mejor relación del mundo.

Arrugué el entrecejo cuando Mía y sus amigas fueron hasta los chicos para darles sus pomos de agua. Como era de esperarse ella fue la que se lo dio a Nicolás

—¿Qué cree que hace? —dije en voz alta sin darme cuenta.

—Algo me dice que te estás muriendo ahora mismo —dijo Hanna cerca de mi oído—. Acabo de ver eso y déjame decirte... —dio un sorbo a su bebida—... que creo que estás celosa.

—Para nada —me encojo de hombros—. Me prometí pararle los pies al engreído de Nicolás sin mezclar los sentimientos y eso es justo lo que voy a hacer.

—¿Crees que podrás enamorarlo sin hacerlo tu también? —ladeó la cabeza.

—Claro que puedo —tragué en seco intentando convencerme más a mí misma que a Hanna.

—Quiero ver eso —le dio otro sorbo a su bebida.

Quedamos un rato en silencio, mi cabeza con mil pensamientos. Me sentía atormentada con tantas personas a mi alrededor y con las preguntas de Hanna. Por lo que bajé de las gradas para tomar un poco de aire, sola. Justo antes de que pudiera adentrarme en la escuela alguien me tomó por la muñeca y me detuvo.

—¿A dónde vas? —me preguntó Nicolás.

—Voy... voy a tomar el aire.

De cerca pude ver el brillo de su piel, estaba sudando y su cabello se pegaba levemente a los costados de su cara. Mi corazón saltaba como loco al ver lo jodidamente perfecto que se veía en su ropa deportiva y mis ojos viajaron a examinar cada parte de su cuerpo hasta que Nicolás soltó una risita que me hizo desviar la mirada al darme cuenta de lo que estaba haciendo sin ser lo suficientemente discreta.

—Buen primer tiempo, jugaste bien —dije, intentando obviar mi momento incómodo pero como esas cosas no se me dan bien volví la situación aún peor.

Como cuando no sabes qué decir y terminas haciendo la situación aún más incómoda... ¡APLAUSOS A MÍ!

—Todos lo hicimos —respondió tranquilo—. Fue trabajo en equipo.

—Sí, claro —hice una pausa—. Debo irme.

Antes de que pudiera procesarlo Nicolás tomó mi mano y me llevó detrás de las gradas. Allí era casi imposible vernos desde arriba así que podíamos estar ahí sin ningún problema. Él soltó mi mano y se volteó a verme mientras se acercaba y me acorralaba contra la pared que sostiene la estructura.

—No pienso dejarte ir —me susurró a la vez que acercó su rostro al mío y yo sólo pude ladear la cabeza intentando no encontrar sus ojos—. Ahinoa mírame.

Podía sentir mis mejillas enrojecer cuando mis ojos cayeron en sus labios, estaban totalmente tentadores.

—Dime una cosa, Ahinoa, ¿por qué te cuesta tanto mirarme a los ojos?

<<Esa pregunta me la hago todos los días a mí misma>>

Cómo te explico que cuando estás cerca de mí causas sensaciones que jamás sentí por nadie. Provocas sentimientos inexplicables, sentimientos que intento controlar, que intento detener. Cuando me miras me vuelvo totalmente sensible, débil, expuesta. Cuando me miras todos mis planes tambalean y me da miedo perder el control.

¿Pasado o presente?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora