Tranquilidad de tenerte cerca

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Violeta llegó a casa, el peso de la tarde con Chiara aún sobre sus hombros. Esperaba encontrar un poco de calma, pero lo que vio era una escena que, aunque dolorosa, ya era familiar para ella.

Su madre yacía en el suelo del salón, rodeada de botellas de cerveza vacías. La pantalla del móvil de su madre mostraba claramente diez llamadas perdidas, todas dirigidas a su padre. Violeta cerró la puerta con un suspiro resignado, preparándose para enfrentar una realidad que conocía demasiado bien.

Con manos temblorosas, se agachó para despertar a su madre. La movió suavemente, susurrándole para que se despertara. Cuando finalmente su madre abrió los ojos, Violeta la ayudó a levantarse, con el mismo cuidado con el que se trataría a un cristal delicado. Sin embargo, en lugar de recibir un agradecimiento, su madre la miró con una furia repentina y sin razón.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —gritó su madre, su voz cargada de una rabia inesperada—. ¿No tienes nada mejor que hacer que vigilarme?

Violeta, sorprendida y herida, bajó la mirada, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con brotar. Estaba acostumbrada a estos estallidos de furia sin motivo aparente, pero eso no hacía que el dolor fuera menos real. Aceptaba esta rutina desde que era pequeña, pero cada vez le resultaba más difícil no dejarse consumir por la tristeza.

—Solo estoy tratando de ayudarte, mamá —respondió Violeta, su voz temblando—. ¿Por qué estás enfadada conmigo?

Su madre bufó y se recostó en el sofá, apartando la vista de Violeta como si su presencia fuera una molestia. El silencio que siguió fue pesado, cargado de una tensión que Violeta conocía demasiado bien.

A pesar de la furia injustificada de su madre, Violeta continuó con su tarea, recogiendo las botellas de cerveza con movimientos meticulosos y lentos. Sus lágrimas caían silenciosamente mientras lo hacía, cada botella vacía era un recordatorio de la realidad dolorosa que había aceptado como parte de su vida cotidiana.

Cuando el reloj finalmente marcó las cuatro, Violeta se dirigió a la casa de Chiara con la esperanza de que el trabajo en el proyecto podría ofrecerle un escape, aunque temporal, de la angustia que la envolvía. La idea de estar en un entorno diferente y centrarse en algo productivo le ofrecía un pequeño consuelo.

Al llegar a la casa de Chiara, Violeta tocó el timbre y esperó con una mezcla de nervios y determinación. Chiara abrió la puerta con una sonrisa que intentaba ser cálida, pero Violeta pudo percibir una nota de inquietud en sus ojos.

—Hola, Violeta —dijo Chiara, apartándose para dejarla entrar—. Pasa, por favor.

Violeta entró en la casa, notando cómo el ambiente era más acogedor y menos cargado que el suyo. Mientras caminaban hacia la mesa de trabajo, escuchó el sonido de pasos que se acercaban desde el pasillo.

El padre de Chiara apareció en la entrada del salón, con una expresión amable y relajada. Vestía un traje elegante y tenía una sonrisa en el rostro que contrastaba marcadamente con el estado emocional de Violeta.

—Hola, Chiara —dijo el padre, dirigiéndose a su hija con un tono cálido—. ¿Ya están listas para trabajar en el proyecto?

Chiara sonrió de vuelta, claramente contenta de ver a su padre en buen estado de ánimo.

—Sí, papá. Violeta acaba de llegar.

El padre de Chiara se volvió hacia Violeta y le ofreció una sonrisa amigable.

—Hola, Violeta. Me alegra verte. ¿Cómo estás?

—Hola, señor —respondió Violeta, sintiéndose un poco incómoda pero agradecida por el saludo amable—. Estoy bien, gracias.

I hate loving you - KIVI - Enemies to loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora