Adoptacion y adaptación

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Era una mañana nublada en un pequeño pueblo pesquero en Japón. Kanjuro, un viejo pescador de piel curtida por el sol y el viento, había salido al mar como lo hacía todos los días desde que tenía memoria. El mar estaba calmado, pero algo en el aire le hacía sentir que ese día sería distinto.

Kanjuro lanzó su red y al recogerla, notó que había atrapado algo inusual. Entre peces y algas, un pequeño tiburón, no más grande que un gato, se debatía entre las redes. Sus escamas brillaban bajo la luz gris del día.

-"Hmm, esto será una buena cena," -dijo el viejo pescador, mirando al tiburón con curiosidad. Nunca había visto uno tan pequeño tan cerca de la costa.

Sin embargo, algo extraño sucedió. Justo cuando se preparaba para sacar al tiburón del agua, este comenzó a brillar suavemente. Kanjuro retrocedió, sorprendido, mientras observaba cómo el tiburón cambiaba de forma. Frente a sus ojos, el animal se transformaba en una niña pequeña, de unos cinco años, con cabello negro que terminaba en puntas rosadas. Su piel aún tenía un tono azulado y sus dientes eran afilados, como los de un tiburón. Tenía una cola escamosa y cicatrices en los brazos y la espalda.

-"¿Qué... qué eres tú?" -Kanjuro dejó caer su red, aún en shock.

La niña lo miró con ojos grandes y asustados, su voz era suave pero decidida.

-"Mi nombre es Ellen Joe... Estaba escapando de algo horrible, un monstruo del mar... un Kraken me hizo esto." -dijo, señalando sus cicatrices-. "Por favor, no me devuelvas al mar. Tengo miedo."

Kanjuro se quedó en silencio por un momento, observando las heridas en su pequeña figura. Había visto cosas extrañas en el mar, pero esto era algo completamente nuevo. No podía dejarla así, no con esas heridas.

-"Ven conmigo, niña. Te llevaré a mi casa. Te curaré y luego veremos qué hacer." -dijo Kanjuro, envolviéndola en una manta.

La llevó a su humilde cabaña cerca de la costa. Allí, con manos cuidadosas, limpió las heridas de Ellen Joe y le dio comida. La pequeña parecía desconfiada al principio, pero poco a poco se fue relajando en la presencia del viejo pescador.

Pasaron los días, y Ellen Joe sanaba lentamente. Kanjuro intentaba convencerla de que debía regresar al mar, su hogar natural, pero cada vez que mencionaba la idea, la niña negaba con la cabeza y sus ojos se llenaban de lágrimas.

-"No quiero volver," -decía ella-, "El Kraken aún me busca... Y el mar ya no es mi hogar. Quiero quedarme aquí... contigo."

Kanjuro suspiraba cada vez que la escuchaba. Sabía que el mar era peligroso, pero nunca pensó que podría sentir miedo de él. Miró a la niña, con sus cicatrices y su determinación, y algo en su corazón, que había estado cerrado por tanto tiempo, se abrió.

-"Está bien," -dijo finalmente una tarde, mientras el sol se ponía en el horizonte-, "Si no quieres volver al mar, no te obligaré. Me apiado de ti, pequeña. Te quedarás conmigo. Te llamaré Ellen Joe, mi hija."

Ellen Joe lo miró con asombro, y luego una sonrisa brillante, aunque con dientes afilados, apareció en su rostro.

-"¿De verdad? ¿Seré tu hija?"

Kanjuro asintió, con una sonrisa cansada pero sincera.

-"Sí, desde hoy, eres mi hija. Pero con una condición... me ayudarás con la pesca," -bromeó.

 me ayudarás con la pesca," -bromeó

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Con el paso de los días, la piel azulada de Ellen Joe comenzó a adquirir un tono más humano. Aunque aún conservaba su cola de tiburón y esos dientes afilados, cada vez parecía más una niña normal. Sin embargo, Kanjuro, preocupado por cómo reaccionaría el pueblo ante una niña como ella, le prohibió salir sola.

-"No entiendes, Ellen," -le decía Kanjuro una y otra vez-, "La gente teme lo que no comprende. Te podrían hacer daño si te ven."

Ellen asentía cada vez que Kanjuro le advertía, pero su curiosidad infantil era más fuerte. A menudo miraba por la ventana, observando a los niños jugar en las calles. Aunque se sentía segura en la casa, había algo en el mundo exterior que la llamaba.

Un día, mientras jugaba en el pequeño jardín trasero con una pelota, ésta rodó accidentalmente hacia la calle. Sin pensar en las advertencias de Kanjuro, Ellen corrió tras ella.

Cuando llegó a la calle, recogió la pelota y, al levantar la vista, se dio cuenta de que varias personas la estaban mirando. Los ojos de los vecinos estaban llenos de asombro y miedo. Murmuraban entre ellos, señalándola.

-"¡Miren eso! ¡Es un monstruo!" -gritó una mujer.

-"¿Qué es esa cosa? ¡No pertenece aquí!" -dijo otro hombre.

Ellen sintió un nudo en el estómago, el miedo y la vergüenza la invadieron. Sin saber qué hacer, soltó la pelota y corrió, alejándose lo más rápido que pudo. Las voces seguían resonando en su cabeza: "monstruo", "no pertenece aquí".

Corrió hasta que llegó a un rincón más alejado del pueblo, donde los edificios eran más viejos y las calles más solitarias. Allí, mientras trataba de calmar su respiración, vio a un niño agachado, cubierto de tierra, concentrado en algo. Tenía el cabello despeinado y las manos llenas de grasa y barro. Frente a él había un pequeño cohete de madera y metal, un prototipo que parecía haber construido él mismo.

Ellen dudó en acercarse, temiendo que él también la rechazara. Pero antes de que pudiera retroceder, el niño la miró. Para su sorpresa, no gritó ni la miró con miedo.

-"Hola," -dijo el niño, limpiándose las manos en su camisa ya sucia-, "¿Eres nueva por aquí? No te había visto antes."

Ellen, aún asustada por lo que acababa de vivir, solo pudo asentir, con la mirada hacia el suelo.

-"No tienes que estar asustada," -continuó el niño, sonriendo-, "Mi nombre es Jesús. Estoy construyendo un cohete para que un día pueda volar al espacio. ¿Te gusta?"

Ellen levantó la vista, sorprendida por la amabilidad de Jesús. No parecía tener miedo de ella. Miró el cohete, impresionada por el detalle y la dedicación.

-"Es... es increíble," -murmuró ella tímidamente.

Jesús sonrió, contento de que alguien apreciara su trabajo.

-"Gracias. Aún no funciona del todo, pero estoy mejorándolo. ¿Quieres ayudarme? No me importa si tienes una cola de tiburón o lo que sea. ¡Eso suena genial!"

Ellen lo miró asombrada. Por primera vez, alguien la veía no como un monstruo, sino como una niña.

-"¿No te asusto?" -preguntó ella, aún con dudas.

Jesús se rascó la cabeza, pensativo.

-"¿Por qué me asustarías? Mi abuela siempre dice que lo importante no es cómo te ves, sino cómo eres por dentro. Además, ¡tu cola de tiburón es asombrosa! Yo soy solo un niño sucio haciendo un cohete. Creo que estamos igualados."

Ellen sonrió, una sonrisa que no había sentido desde hacía tiempo. Se acercó más, sintiéndose segura por primera vez fuera de la protección de Kanjuro.

-"Me llamo Ellen Joe," -dijo ella, tomando coraje-. "Me gustaría ayudarte con tu cohete."

-"¡Perfecto, Ellen!" -respondió Jesús, emocionado-. "Juntos lo haremos volar. Y no te preocupes por lo que dicen los demás. A mí no me importa, y si quieres, seré tu amigo."

Y así, mientras el sol comenzaba a ponerse, Ellen Joe y Jesús comenzaron a trabajar juntos en su pequeño cohete. Entre tornillos y risas, Ellen sintió que finalmente había encontrado a alguien que no solo la aceptaba, sino que también veía más allá de lo que todos los demás temían.

ELLEN JOE AMOR IMPOSIBLE ¿O NO? (historia no fiel al juego(Donde viven las historias. Descúbrelo ahora