El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura

3 2 0
                                    

—¿Y si vamos de fantasmas?

Si elegir un disfraz para una persona ya es difícil, elegirlo para tres es una absoluta desgracia. 

Resulta que cada año se celebra una gran fiesta para los estudiantes de la Universidad de Miami en la noche de Halloween. Hay alcohol, música y buen ambiente en general si la mayoría no están ya borrachos al principio de la noche, que suele ser el caso. La invitación junto con la contraseña que tenemos que decir en la puerta nos llegó hace unos días y, desde entonces, Jade ha estado dando por culo con el tema de los disfraces.

No es que me moleste o disguste pensar en disfraces, pero cuando tu compañera de piso viene corriendo a tu habitación a las cuatro de la madrugada chillando porque ha encontrado un disfraz precioso por internet, le quita un poco la gracia.

—Es muy básico, Jade— opino.

Leila, en cambio, lleva callada como quince minutos escuchando a Jade hablar. Hemos hablado de muchísimos disfraces: zombies, vampiros, payasos, superhéroes y hasta de sándwich de tres piezas. Cuando me dijeron de que yo podría ser el pan del sándwich de mantequilla de cacahuete casi vomito.

—¿Y de calabazas?

— ¿Y acabar pareciendo una pelota de baloncesto más que una calabaza?— me quejo—. Ni de coña, Jade.

Jade deja de darle vueltas a la mesa y se sienta en el sofá con una mueca de enfado.

—¿Y de que nos disfrazamos entonces? Es muy sencillo opinar cuando se está sentada.

Tengo claro que no me iba a disfrazar de comida, ni de animales ni de animadoras. No entraba en mis planes ponerme un tutú rosa y unos pompones de plástico y salir a la calle más incómoda que un drogadicto en una comisaría. Me alegraría hasta no ir disfrazada.

— ¿Y si vamos de princesas?— sugiero.

Jade abre los ojos y salta del sofá, tirándose justo a mi lado.

— ¡Eres una genio, Erin!— esboza una sonrisa tan amplia que me da miedo que se disloque la mandíbula—. Podríamos ser las princesas putonas.

Abro lo ojos como platos reteniendo un chillido de la impresión. Leila se aguanta la risa desde su lugar.

—¿A qué te refieres con putonas, Jade?—no se puede describir con palabras el miedo que siento con solo hacer una pregunta.

Jade se levanta de mi lado y corre hasta colocarse delante de la televisión.

—Imaginaos esto— comienza a hablar con las manos bien abiertas—. Corsets inspirados en nuestras princesas favoritas combinados con minifaldas de seda y tiaras a juego.

La idea la principio no me suena mal, pero contra más vueltas le doy, menos ganas de llevar a cabo mi idea me entran.

—¿Y de que princesas iríamos?— Leila abre la boca por primera vez desde que Jade sacó el tema de los disfraces.

—Yo podría ir de Bella—contesta Jade—. Tengo el pelo marrón  y largo, así que con hacerme un recogido bonito y un conjunto amarillo voy perfecta.

—Yo quiero ir de Maléfica— la expresión seria de Leila me pone la piel de gallina.

—No— se niega Jade—. Tu deberías ir de Mérida.

— ¿Y eso por qué?

—Porque eres pelirroja y el azul te quedaría de muerte.

— Este pelirrojo es falso— contesta Leila señalando su pelo.

Cuando nos volvamos a verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora