Un día de perros y unos tapapezones

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—Por supuesto que lo haré.

La Sra. White esboza una gran sonrisa y aplaude alegremente.

—Me alegro mucho de que hayas decidido hacerlo, cielo. Sé que has tomado la decisión correcta. Ya verás, no te arrepentirás — hace una breve pausa para calmar sus emociones—. Y ahora, me voy que llego muy tarde a una reunión.

Y así, coge su bolso de Christian Dior y sale corriendo por la puerta.

—¡Chaíto!— dice antes de cerrar definitivamente la puerta y escucho sus tacones corriendo por el pasillo.

Me paso el resto del día pensando en si es verdad que he tomado la decisión correcta. Las clases se hacen eternas como siempre. Algunos hablan de fonemas y otros de literatura, aunque lo único que yo puedo escuchar y repetir en mi cabeza son las palabras de la Sra. White.

<<Tienes un don, Erin Carter pero, aunque sea por tus miedos, sigo pensando que es algo que deberías mostrarle al mundo.>>

Nunca me he considerado una persona con suerte por saber comunicarme con la gente más que con solo el habla. Tampoco lo había considerado como un don, pues si, me gustaba expresarme libremente y disfrutaba mucho con ello, pero lo consideraba más como una parte privada de mi y no como algo que tuviese que mostrar al resto del mundo. O, al menos, no a decenas de policías graduados junto con cientos de familiares.

Sigo observando la carpeta con el resto de eventos a los que acabo de aceptar en el autobús: la gran mayoría son reuniones con altos cargos universitarios franceses y otros tantos son en galas benéficas o como traductora personal.

No te quejes porque además te pagan por ello.

Nuestro edificio  se encuentra en completo silencio mientras subo las escaleras hasta mi planta. Al acercarme a la puerta del piso, el volumen de una melodía extraña va en aumento hasta que cuando meto la llave en la ranura, siento como la puerta vibra levemente y al abrirla, la imagen de la Jade saltando en el sofá me congela en el recibidor.

Está gritando a todo pulmón agarrando un bote de desodorante como si fuera un micrófono.

Leila se encuentra justo en el sofá de al lado, con los auriculares puestos y con cara de pocos amigos mientras Jade sigue chillando y, cuando la canción llega a su punto más alto, salta del sofá y aterriza sobre las dos rodillas en el suelo, aunque eso parece no importarle porque sigue cantando.

 —¡AAAAAAAAH!— exclama cuando finalmente se da cuenta de que he llegado a casa—. ¡CASI ME MATAS DEL SUSTO, ERIN!— chilla, llevándose una mano al corazón.

Después se baja del sofá y para la música.

—Perdón, pero deberías disculparte por no invitarme a tu fiesta privada— bromeo mientras dejo el bolso en una silla del salón. Acto seguido, cojo uno de los cojines que Jade habrá tirado durante su espectáculo y lo lanzó en dirección a Leila.

—¡EEEEEEEH!— grita cuando el cojín hace que sus auriculares caigan sobre su regazo—. Que yo sepa ya he tenido suficiente maltrato auditivo como para empezar con el físico.

—¡OYE, QUE NO CANTO TAN MAL!

—¡ESO DIRÁS TÚ PORQUE NO TE HAS ESCUCHADO!

—¡AL MENOS CANTO MEJOR QUE ALGUIEN QUE SOLO CANTA EN UN REGISTRO QUE NO LE QUEDA!

—¡NO SE LO QUE SIGNIFICA ESO PERO ME ESTÁS OFENDIENDO!

—¡BASTAAAA!— chillo, ya cansada de que se peleen como dos gatas en celo—. Ya ha sido un día duro para mi como para seguir sumando problemas.

Cuando nos volvamos a verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora