Las cosas de tener el corazón más congelado que una pizza de supermercado

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Tengo al puto Andrew Williams delante de mi.

Por mi poco instinto de supervivencia, cojo mi carro y lo empujo a toda velocidad hasta llegar a la panadería del supermercado. Saco la cabeza por el pasillo y me aseguro que no me ha visto. La peor de mis pesadillas, también llamado Andrew esta viendo las mismas pizzas que yo he visto hace menos de tres minutos

Veo que coge la misma pizza que había estado a punto de meter en el carro y la mete en el suyo. A continuación, camina hacia la panadería, que es justo donde yo estoy. Mi instinto de supervivencia, que pensé que estaba completamente inerte, se activa de repente 

—Mierda.

Agarro a mi aliado, es decir, mi carro con los tomates congelados y echo a correr hacia el pasillo de las conservas. Me va el corazón a mil porque, si llega a cruzar el pasillo, se dará cuenta de que estoy aquí por el simple hecho de que soy la única persona corriendo por el supermercado. Siento como al carrito el falla una de las ruedas y da un bote en medio del pasillo, creando un estruendo inmediato.

Por fin llego a mi objetivo y, cuando me giro, no hay ni rastro de Andrew. Mi corazón se va relajando por segundos y puedo empezar a respirar de forma normal otra vez. Hasta por unos momentos me planteo volver a la zona de congelados a por una pizza.

Ahora el objetivo se convierte en llegar a la caja para poder pagar e irme lo más rápido posible del supermercado. Saco la cabeza por el pasillo, fijando la vista en las cajas. No me muevo hasta que estoy completamente segura de que Andrew no está en una de ellas. Mis pies se colocan en la caja con menos personas y empiezo a colocar mis productos en la cinta. Casi estoy a punto de terminar de colocar todo hasta que un golpe a mi carro hace que levante la cabeza.

Primero me fijo en el carro del culpable del accidente. Contiene mucha fruta y verdura, yogures de proteína y una pizza de peperoni. Me da curiosidad verle la cara a la persona a la que le pertenece semejante y extraña mezcla de productos.

— Hola.

La voz de Andrew es bastante más masculina de lo que recordaba. Más grave y ronca. Lleva una camiseta negra sencilla ajustada a su cuerpo, marcando todos sus músculos, unos vaqueros, unas deportivas negras y una chapa colgada a cuello con una inscripción que no puedo leer. Su pelo esta mucho más revuelto que en la graduación de ayer.

Nuestros ojos se encuentran otra vez y un intenso dolor en el pecho me azota. El corazón vuelve a latirme a mil por segundo, hasta puedo sentirlo en la garganta. Creo que me tiembla la mano que sostiene la bolsa de tomates muy poco congelados después de tanto tiempo y puede que me este pensando tirarme al suelo y esconderme debajo de la caja.

Me es casi imposible dejar de mirarlo, pero hago un esfuerzo sobrehumano y aparto la mirada sin responder a su saludo. Paso por su lado sin reaccionar y empiezo a meter los artículos en las bolsas, a la máxima velocidad que me permiten los brazos. 

—Serían cuarenta y siete dólares con noventa centavos.

Con manos temblorosas entrego el billete de cincuenta dólares a la cajera, quien se gira cada cinco segundos a observar a Andrew. Esboza una sonrisa para nada natural y se ríe cuando Andrew se acerca después de colocar sus artículos.

Después de su pequeño intento de interacción, me devuelve el cambio y cojo las dos bolsas y salgo del supermercado sin mirar atrás.

El destino parece estar casi de mi parte y, al cruzar la puerta, casi puedo volver a respirar acompasadamente. Y digo casi porque el destino no está conmigo del todo y mi bolsa se rompe, dejando caer todos los artículos que salen rodando por toda la calle.

Voy recogiendo desde el champú especial de Leila hasta tampones súper absorbentes de Jade. Ninguna persona que camina por mi lado se para ayudarme. Ellos solo se pasean por mi lado, ignorando a una damisela en apuros.

Cuando nos volvamos a verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora