El despertador vuelve a sonar por cuarta vez desde que estoy despierta y por fin, me obligo a salir de la cama. Me estiro y siento como todo mis huesos y músculos vuelven a su sitio después de una larga noche y múltiples posturas para nada naturales. Suspiro, me froto los ojos y finalmente pongo los pies en el suelo.
El frio del mármol contrasta con el calor de mitades de junio. Miro por la ventana y los coches ya comienzan a llenar las carreteras de la cuidad. El sol brilla con fuerza y no hay ni una nube en el cielo. Un día perfecto para la mayoría pero uno normal para mi.
Cuando me mude a Miami hace tres años para estudiar en la universidad, los días parecían únicos e incluso especiales y emocionantes por lo que podría pasar a la jornada universitaria. Al terminar el primer año, me di cuenta de que nada extraordinario podía pasar.
Los días son repetitivos y rutinarios. Ya se todo lo que va a pasar en el día de hoy sin ni siquiera salir de mi pequeño piso. Es un círculo de que no suelo salir normalmente.
Salgo de mi habitación hacia mi sitio sagrado; mi cocina.
Es el lugar donde me libero de todo mi estrés y estudio mientras hago tortitas.
Nunca pensé que cocinar pudiese ser lo más parecido a un lugar seguro que hay en mi vida junto a la lectura. Es algo a lo que puedo recurrir para despejarme cuando siento que el mundo potencialmente se me puede caer encima y aplastarme. Al menos ahí se que las tortitas no me van a aplastar.
Agarro mi taza favorita con la frase <<¡Eres la mejor tía!>> qué me regaló mi hermana cuando se quedó embarazada por primera vez hace casi cuatro años años. Debería darle un descanso pero no pienso hacerlo. El apego emocional que le tengo a esta taza hace que hasta el café tenga un sabor distinto.
Y me niego a comprar otra taza para el café.
Miro atenta como van cayendo lentamente las gotas de café de la cafetera mientras reviso mi lista mental de cosas que tengo que hacer en el día, dentro de las cuales está: ir al supermercado, limpiar la casa, ir a la universidad y sobrevivir.
Salgo de mis pensamientos cuando escucho que la cafetera ha terminado y me está avisando de que retire la taza. La cojo y me desplazo hasta mi lado de la pequeña isla de la cocina, visualizo una montaña de papeles, libros y post-its arrugados encima de mi pobre portátil. Entonces recuerdo la noche anterior.
Siete horas antes:
Reviso el documento sobre fonética que debo enviar en menos de una hora y vuelvo a apuntar cosas sin sentido en los post-its que según mi mentora "me ayudarían con mi obsesiva organización"
Ni de coña una mujer que tiene el despacho hecho un vertedero me va a hablar de organización.
Miro el reloj del ordenador.
Son las 02:56 am.
Y solo me quedan cuatro minutos para entregar el trabajo en el que me juego más de la mitad de la nota final.
Me apresuro como alma que lleva el diablo a colocar los documentos en el correo y me cercioro de que están todos.
Me falta uno.
Y son las 02:59 am.
Corro a mis archivos a buscar el que me falta y lo descargo. Por fin consigo adjuntar el archivo que me falta. Noto como el corazón me late rápidamente en la garganta y ,solo cuando le doy al botón de enviar, siento como se ralentiza poco a poco.
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Cuando nos volvamos a ver
RomanceLa vida no te enseña lo suficiente en cuanto a despedidas se refiere. Puedes despedirte de una persona sin saber si esa será la ultima vez que las vea en tu vida o solo por un periodo corto de tiempo. Y puede que cuando te encuentres en la primera...