Dentro de una historia de villanos había uno que tenía la corona del rey de los superdotados, mejor conocidos como la generación de los milagros. Un grupo de 7 adolescentes capaces de jugar al mismo nivel de un profesional sin siquiera sudar, tambié...
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En los enormes pasillos de Samezuka, Kise Ryōta iba saliendo de las duchas con una gran sonrisa en su rostro y tarareando una canción pegajosa hasta llegar a una ventana que daba a los gimnasios, específicamente, los de baloncesto. Ver una luz encendida en uno le dió curiosidad, pero más por ver a Vincent entrar ahí.
—"¿No sé exige demasiado?" —piensa preocupado, luego suspiró. —Se ve que algunos hábitos no se borran fácil... —sonrió al pensar en él —. Bueno, nadie se va a enojar si yo también entreno, después de todo, no jugué nada hoy.
—Kise Ryōta —el mencionado gritó y rápidamente giró para buscar a la persona. Giró hacia un lado, luego otro y solo cuando miró al frente notó unos enormes ojos celestes que le hicieron gritar de nuevo. —Por favor, no grite.
— ¡Entonces no me espantes así! —chilla indignado — ¿De dónde saliste?
—Tu capitán te anda buscando.
Sin esperar respuesta, se marchó. Kise lo siguió con la mirada, tratando de buscar en su mente de dónde lo conoce por lo altamente familiar que se le hace. Finalmente decidió dejar el tema de lado para irse a buscar a su superior en las habitaciones que les asignaron a todos los de Kaijo, verlo hablar muy tranquilo le chocó un poco, pero aún así se acercó alegre a él.
—Senpai, no debió mandar a nadie por mi —se burla apenas llega, exagerando con una pose algo ridícula. — ¡No sabía que me extrañaba tanto!
— ¿Ah? ¿De qué demonios hablas? Yo no te estaba buscando. —Kasamatsu Yukio, su capitán, dejó de hablar con los otros miembros para ver con confusión a su estrella.
— ¿Eh? Pero...un chico me dijo que me buscabas...
Ninguno de Kaijo entendió lo que estaba pasando. Mientras tanto, Nagisa Kasamatsu respiraba de alivio por haber logrado proteger a su capitán. Desde que lo vieron ir con Alexandra García a una de las canchas, todos se movieron para evitar que interrumpieran lo que sea que vaya a pasar ahí. Entienden que van a jugar y que posiblemente el balón diga lo que las palabras no.
O bueno, es lo que les dijo Mikoshiba.
"—Si no lo pueden expresar con palabras... ¡Jueguen baloncesto!"
Madre e hijo ataron sus cabellos en una coleta alta, Alex tuvo más cuidado ya que enganchó sus lentes a su peinado para que no se movieran de lugar. Parte de las razones por las cuales dejó el baloncesto fue por su paulatina ceguera, más para ella que era la estrella del equipo. La segunda razón fue por su embarazo y, por último, que su cuerpo jamás podría jugar de nuevo, al menos, no en las grandes ligas. Vivió apostando, así se gana la vida y gracias a eso ella tranquilamente enseña a niños en las calles.
Se juró mentalmente darlo todo, aún cuando hace demasiado tiempo no tocó un balón de forma seria. En su corazón sentía que le debía al menos esto al niño, la oportunidad de jugar contra ella y aclarar su mente. Sin embargo, está nerviosa.
