En el momento en que punzaron sus dedos índices con una aguja plateada y los unieron por las yemas cuando la primera gota de sangre asomó como el rocío del alba, Valentino no fue capaz de comprender que allí había firmado un pacto terrible que podía traer trágicas consecuencias. Los contratos hechos con palabras susurradas y dedos sangrantes en una noche oscura ante la mirada de un búho no eran cosas para tomar a la ligera, pero un adolescente a veces no tenía la palabra peligro incorporada en su vocabulario o la conocía solo con liviandad. En aquel momento, el muchacho rubio no sabía acerca de la gravedad real de aquel suceso. Los jóvenes siempre se creían eternos como estrellas recién nacidas tan altas e inalcanzables en el firmamento que nada podía hacerles mal.
Valentino se encontraba allí esa noche de brisa cálida porque Casiano Blackwood siempre había tenido poder sobre él. Aunque quisiera negarlo, el otro chico solo debía dar la orden y él la acataría. Desde que lo había conocido ese primer día del último año de escuela secundaria cuando su familia compró la vieja mansión en la colina se había quedado bajo un embrujo. Esa mañana lo vio por primera vez en su aula. El moreno tenía los brazos más gruesos que otro adolescente que conociera, cruzados sobre el pecho y estaba sentado en el fondo del aula. Llevaba la camiseta blanca con cuello del uniforme mejor que cualquiera en el lugar. Levantó el rostro para verlo cuando caminó por el pasillo a ocupar la silla libre a su lado y desde ese día se había quedado atado a él y a esos ojos verdes intensos que parecían un faro que guiarían siempre su camino.
Casiano era un año más grande que los demás en la clase porque había repetido un curso en su escuela anterior. Eso lo convirtió en el rebelde del colegio. Los chicos lo admiraban, las muchachas lo amaban sin razón y Valentino lo adoraba. También ayudaba a su posición de celebridad el hecho de que su padre era muy adinerado y él podía vivir de fiesta, viajar por el mundo y darse todos los gustos. De su madre no se sabía nada. Solo Valentino supo la verdad luego de un tiempo de frecuentar su casa.
Esa noche, en los últimos días antes de finalizar la escuela secundaria y luego de meses de conocerse, su amigo lo arrastró hasta el interminable bosque que existía detrás de la mansión Blackwood para hacer ese tonto juego del que había hablado por días. Desde que cumplió dieciocho años se había obsesionado con la magia oscura que supuestamente existía en su familia desde la época de las brujas de Salem. Valentino no podía afirmar eso porque el otro nunca le había revelado más datos que esa simple afirmación. Solo le seguía la corriente porque eso era lo que los muchachos inexpertos hacían cuando guardaban secretos amorosos tras los labios y no querían decepcionar al otro. Era eso lo que hacía un adolescente cuando quería agradar a pesar de que muchas veces sufriera.
Debajo de sus manos que estaban unidas por los dedos entrelazados en el aire, había una vela roja encendida sobre un plato de metal maltratado por el paso de los años. El plato se hallaba sobre una cama de flores marchitas. Era la cuna perfecta para una fotografía. En ella se veía el rostro de un compañero del colegio. Un nudo se formó en la garganta de Valentino al contemplar la cara del muchacho. Lo conocía hacía cinco años. No habían hablado mucho, pero era de la ciudad y asistía al mismo curso que ellos. A Marco no se le había ocurrido otra cosa que hacer correr el rumor que durante una fiesta de fogata junto al río y luego de beber demasiado alcohol, Casiano lo llevó hasta una arboleda y lo besó de manera apasionada por varios minutos. Valentino no había asistido a esa fiesta porque esas actividades no eran de su agrado y prefirió quedarse a leer una nueva saga distópica en su casa. Marco era el único chico gay que asumió su verdadero ser en la escuela y su amigo había estallado en furia al enterarse del chisme. Al ver la reacción de Casiano, Valentino sintió como su corazón se resquebrajaba lentamente y desde allí se había cerrado un poco con su amigo. Saber que le había desagradado tanto el rumor fue un gran letrero luminoso con letras de neón rojas advirtiéndole sobre el peligro que corría si decidía confesarle sus sentimientos al chico de ojos verdes. En la penumbra no pudo dejar de ver la foto con la cara de Marco. Se veía sonriente y sobre su cabeza había un cielo azul sin nubes. Habían copiado la imagen de Instagram y la imprimieron en la casa de Casiano porque su padre político tenía una oficina con todos los artilugios necesarios. ¿Quién necesitaba una foto de papel en tiempos modernos? Su amigo sí, al parecer. Todo tenía que seguir un protocolo estúpido para que la magia fuera real. Luego de lastimar sus dedos pintaron de rojo el rostro de Marco y Casiano envolvió la fotografía con una cinta ancha de color negro y sobre ella dejó tres nudos. La cinta cubría los ojos y la boca del muchacho de cabello rojo. Además de eso tuvieron que decir en voz alta unas frases que Valentino había estudiado durante días porque nada podía fallar. Eso le producía nervios. Como si decenas de hormigas caminaran por su piel. No era necesario decir que Casiano era perfeccionista al extremo cuando se apasionaba por algo. Ante un gesto con su cabeza sus voces se unieron para terminar con el silencio del bosque.
Con dos gotas de nuestra sangre te atamos para siempre.
Cortamos tus alas negras para que ya nunca vueles.
Lo hacemos esta noche para que jamás dañes.
Te enterramos en la tierra húmeda para que a otros no engañes.
Con dos gotas de nuestra sangre te sepultamos.
Para que seas un secreto que tras los labios callamos.
La luz de la vela roja le da fuerza a mis palabras.
La oscuridad cierra tus ojos para que ya no los abras.
Cuando dejaron de hablar al mismo tiempo, la llama de la vela tembló por un momento y casi se apagó. Valentino soltó la mano de su amigo, esa en la que llevaba varios anillos con piedras negras en los dedos y él se rió de manera burlona ante su reacción.
—No seas tonto, Valen. Era solo una brisa, es común aquí. No puedes asustarte con tan poco. Si tan solo supieras que otras cosas se esconden en la oscuridad —comentó Casiano formando una O con sus labios rojos rellenos para apagar la vela. Se quedaron en la penumbra que era abrumadora. Una luna redonda y plateada hacía de farol esa noche y un poco de luz plateada iluminaba el claro. Valentino no tenía miedo de la llama de la vela sino de lo que creyó ver entre los troncos de los árboles, a unos metros de la espalda de su amigo justo cuando había dicho que otras cosas se escondían entre las sombras. Aunque bien podía haberse sugestionado. Él moreno solía crear un ambiente espeluznante cuando empezaba a hablar de magia. No sabía si había visto con claridad, pero ahora solo quedaban esas polillas pálidas aleteando sobre el tronco de un árbol.
—Bueno, me arrastraste al bosque en medio de la noche. Eso me pone los pelos de punta. No me gusta estar aquí. Quiero irme a casa. Marco no hablará más según tú. ¿Era eso realmente necesario? ¿Tanto te molestó su comentario como para tomarte tanto trabajo? Si es mentira solo debías quitarle importancia.
—Detesto que la gente mienta. Si Marco seguía con ese cuento y mi padre se enteraba... —susurró el moreno y Valentino pensó en ese hombre corpulento de mirada gélida y negra que rara vez veía en la mansión Blackwood. Era un político que iba en contra de todo lo que Valentino era, creía o pensaba. Era alguien capaz de decir las cosas más horribles.
—Mejor nos vamos, Cas.
—Espera. Tengo que enterrar la foto para sellar el hechizo —comentó Casiano y utilizó una pequeña pala de acero inoxidable que el jardinero de la mansión usaba para remover la tierra de las grandes macetas en los tantos jardines de la casona. Su amigo hizo una mezcla de tierra húmeda, flores marchitas y gusanos. Luego de unos minutos un pozo oscuro había quedado abierto en la tierra como una herida. Casiano metió la foto y la cubrió con todo lo que acababa de remover. Sin esperarlo, como muchas veces sucedía, los dedos sucios del moreno tomaron su barbilla para fijar su mirada verde en él. Valentino por poco soltó un suspiro a través de sus labios húmedos.
—Gracias, amigo. Teníamos que hacer esto para que Marco deje de decir estupideces. Gracias por estar siempre conmigo. Tú y yo, juntos hasta el final. ¿Recuerdas? Como el primer día que nos vimos.
—Sí. Siempre juntos —susurró Valentino sin poder explicar los incendios incontrolables que nacían en su piel cuando él tenía esos gestos espontáneos y lo tocaba de manera descuidada. ¡Si tan solo supiera la verdad! Ese era otro secreto que iba a llevarse a la tumba porque no quería que una foto suya quedara enterrada bajo las raíces viejas de un árbol en un bosque donde las sombras se movían y las polillas eran dueñas de la noche.
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PERVERSO
ParanormalCon dos gotas de nuestra sangre te atamos para siempre. Cortamos tus alas negras para que ya nunca vueles... Un conjuro de magia negra hecho en la adolescencia. Un muchacho internado en un asilo mental como consecuencia del hechizo. Dos amigos separ...