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La habitación en la que se encontraban era clara y luminosa. Solo tres de las paredes parecían estar hechas por el mismo cemento que cubría el exterior. Otra vez Valentino tuvo que derribar sus propios mitos. Pensó que el lugar estaría acolchado por seguridad. La pared opuesta a ellos era de cristal. Era un gran ventanal de cortinas descorridas que permitía tener una linda vista a los pinos del bosque que se mecían en un leve vaivén en la brisa proveniente del lago Más allá podía apreciarse la cima de las montañas.

En el interior del lugar había solo una cama donde un chico de cabello color cobrizo estaba sentado mirando hacia afuera con mucha concentración. Tenía puesto un equipo deportivo negro y zapatillas cómodas.

—Hola, Marco. ¿Cómo estás? Somos Casiano y Valentino. De la escuela en El Milagro. Fuimos juntos a la secundaria. ¿Nos recuerdas? —dijo Casiano en un susurro y ambos se quedaron con los pies clavados en el mismo lugar. La cabeza del muchacho se movió por un segundo, tan rápido como las alas de un colibrí, pero no torció su rostro para verlos. Su vista seguía puesta en el exterior.

—¡No trajiste el diario! —exclamó Valentino dándose cuenta de eso.

—No iban a dejarnos entrar con objetos personales. David puede ser un corrupto, pero no es tonto. Tengo el conjuro memorizado y algo más que necesitaba. Por suerte ese tipo no nos revisó la ropa.

—Mira la pared detrás de él —comentó Valentino notando hojas de papel adheridas con cinta adhesiva. Los retazos estaban llenos de manchas negras y con un minuto más de análisis se dio cuenta de que eran dibujos hechos con lápiz. Se podía ver la silueta de polillas y en el centro de ellas había un dibujo más grande. Era una mujer con velo negro y vestido anticuado. Aquello hizo que la culpa se despertara en el rubio. Ese chico había sido atormentado por siete años por el recuerdo de la entidad que se escondía en los rincones. Rogaba con el alma que lo que planificaba hacer Casiano funcionara para liberarlo de ese tormento.

El moreno caminó hasta la cama y se arrodilló frente a Marco. Con cuidado tocó una de sus rodillas. El pelirrojo lo observó, torciendo la cabeza hacia un lado.

—Eres un fantasma, un espíritu viejo —dijo el muchacho con voz grave. Era la versión más madura de aquel chico lleno de vida que conocieron en la secundaria. Aunque se veía perdido y confundido mentalmente, su cuerpo no era delgado. Todo lo contrario. Se notaba tonificado. Así como la institución no era un palacio gótico, Marco tampoco se veía como un cadáver en un altillo abandonado. Seguro tenían actividades físicas en ese lugar.

—Soy real. No soy un fantasma. ¿Puedo regalarte algo? —preguntó Casiano tomando un objeto del interior del bolsillo de sus jeans. Marcó asintió varias veces y sonrió como un niño pequeño. Lo que el moreno sujetaba en la mano era un lazo de cuero marrón entrelazado con una pequeña piedra negra—. Es una pulsera. ¿Me dejas ponértela?

—Sí. ¡Es muy bonita! —exclamó Marco todavía sonriendo—. Muchas gracias.

Con cuidado Casiano tomó su mano para atar la pulsera en su muñeca y luego habló con voz clara para decir un conjuro.

—En una noche oscura de verano cegado por el miedo yo te até, pero libre de eso mereces ser. Ya no hay mentiras ni arroyos revueltos. Todos nuestros problemas ahora están resueltos. Atrás queda la ira, el enojo y la maldad. Con tres gotas de mi sangre enciendo luz en la oscuridad. Ya no habrá más sombras, tormentos ni dolor. Tendrás visión clara y por la niebla pasada te pido perdón. Con tres gotas de mi sangre el mal a tu alrededor yo alejo. Para que nuevamente te veas claro y feliz en el espejo. Libre eres y libre serás. Y a este nudo nuevo, nada lo podrá desatar.

Marco parpadeó varias veces y dejó escapar un suspiro que pareció no tener fin. Se escuchaba cansado. Parpadeó varias veces y miró a su alrededor como si despertara de un largo sueño. Su ceño estaba fruncido denotando confusión.

—Yo te conozco... ¿Casiano Blackwood? ¿Qué haces aquí? ¿Qué hago yo aquí? —preguntó mirándolo y luego dirigió su vista al rubio que no se había movido de su lugar—. ¿Valentino?

—Sí. Somos nosotros —respondió Casiano apoyando una mano en la rodilla de Marco—. Tranquilo. Estarás bien.

—Yo te di un beso una vez. En una fiesta de fogata en el bosque —dijo el pelirrojo con una sonrisa—. Y luego no recuerdo qué pasó. No me acuerdo de nada.

Así que todo era verdad. Por una razón egoísta, Valentino no pudo evitar sentir celos.

—Sí, eso sucedió. A cambio te hice padecer un infierno y vengo a pedirte perdón por eso. Estoy seguro que después de hoy tu vida va a cambiar.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el hombre de la recepción, ajustando sus anteojos en el puente de la nariz. En algún momento se había metido en la habitación y nadie se había dado cuenta—. ¿Es posible que Marco esté hablando o tienen que encerrarme a mí en este lugar? ¡Carajo!

—Sí. ¿Por que no habría de hablar? Ellos son mis compañeros de secundaria y vinieron a pedir disculpas por algo que no recuerdo bien. A ti no te conozco. Quisiera llamar a mis padres si es posible. Quiero irme de aquí de repente —dijo el muchacho poniéndose de pie y observó los dibujos en la pared—. ¡Dios! ¡Qué tétrico! No sé qué está pasando, pero quiero irme a mi casa.

—¡Esto es un milagro! —exclamó David con la boca abierta, la mandíbula casi por el piso y negó con la cabeza—. Este chico no ha hablado en siete años. Llamaré al equipo de profesionales, pero estoy seguro que después de algunos exámenes podrás irte, Marco. Juro que no lo entiendo. Es como magia.

—Por favor, contacten a su familia cuanto antes. Ellos querrán saber que está bien. Yo creo que él no tiene nada malo —dijo Valentino y sonrió por primera vez desde que habían llegado.

—Te ofrezco un nuevo trato —comentó Casiano mirando al encargado—. Recibirás en esa cuenta que me pasaste una buena suma de dinero más si llamas ya a su familia y lo dejas ir. Sin exámenes ni pérdida de tiempo. Él ya ha perdido demasiado.

—¿Pero qué le diré a la familia? —cuestionó el tipo razonando por primera vez.

—Yo creo que cuando lo vean hablar, no van a estar interesados en nada más que recuperar a su hijo —afirmó Casiano con seguridad—. Y no te olvides de la plata que tendrás.

—Sí, por supuesto. Tienes razón —respondió el hombre de anteojos ante semejante propuesta—. Lo siento, Marco. Pero tengo que cerrar la puerta por un instante. Estoy seguro de que pronto te irás de aquí.

Antes de marcharse Casiano le dejó un beso en la mejilla a Marco y Valentino lo saludó con un buen apretón de manos.

—En verdad lo siento mucho. Te mereces lo mejor, Marco —dijo el moreno antes de abandonar la habitación. Luego de eso y con sus corazones rebosantes de alegría regresaron a la cabaña. Después de una ducha y sentados sobre la cama con el diario abierto en medio de los dos se miraron a los ojos.

—Necesito que me ayudes a escribir un conjuro para dejar ir a la entidad que me cuida. Necesitamos darle descanso a ella y sus polillas. Es hora de cerrar la historia como pidió Irina.

—Te ayudaré. Por Irina y por nosotros también —aseguró Valentino y en esa hermosa cabaña junto a las montañas con un cielo estrellado sobre el techo, cerraron su nuevo pacto con un beso apasionado.

PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora