Luego de cenar con Lucca, él dijo que saldría con sus amigos a beber algo en un bar y charlar un rato. Era viernes por la noche y Valentino ni siquiera se había dado cuenta de ello. En la ciudad podía notar con facilidad cuando las energías de las personas se agotaban cerca del fin de la semana y las fiestas comenzaban para muchos, pero El Milagro era un lugar tan tranquilo que todos los días parecían iguales. También estaba el hecho de que su mente se encontraba en varios sitios a la vez
Luego de comer una pizza que él mismo amasó y cocinó para matar el tiempo y calmar sus pensamientos hasta que Casiano llegara, su hermano se despidió de él. Se había puesto una camisa blanca arremangada hasta los codos, unos jeans azules y zapatillas blancas urbanas. Valentino sonrió porque por primera vez en esos días notaba que él se arreglaba un poco y se disponía a disfrutar dejando el trabajo de lado.
Minutos antes de la cena, un mensaje del moreno lo había sorprendido en su celular. Le dijo que pasaría por él antes de la medianoche. Como siempre, su amigo se dejaba guiar por reglas mágicas y al parecer esa era la hora perfecta para los conjuros.
Se quedó sentado en la mecedora del porche delantero de la casa sintiendo la brisa nocturna acariciar sus brazos. Le estaba echando un vistazo al diario de Irina y cuando su bella caligrafía terminaba, otras diferentes se sumaban en las páginas y habían palabras allí que nada tenían que ver con una confesión íntima. Una frase llamó su atención de manera poderosa. Era una rima acerca de una gota de sangre para atar a una persona. Eso lo llevó al pasado y saboreó en los labios las palabras que había pronunciado siete años atrás. Cerró el diario con prisa para guardarlo en su mochila. Tuvo que espantar mosquitos y casi se dejo arrullar por lo grillos en la noche hasta que un auto tan negro como el carbón disminuyó la velocidad en la calle y se detuvo frente a la casa de ventanas iluminadas. Era un BMW. Había visto ese modelo en la ciudad, pero nunca en el pueblo. La ventanilla del lado del pasajero se deslizó hacia abajo.
—¡Hey! ¡Valen! Hora de irnos —gritó Casiano estirando su cuerpo para asomar su rostro por la ventana. Valentino se armó de coraje, poniéndose una armadura plateada y caminó hacia él concentrándose en cada paso que daba. Le fue imposible no pensar en esos tiempos cuando eran adolescentes. Cada vez que el moreno daba esa orden, él acudía a su llamado sin dudar. Lo mismo estaba haciendo en ese momento. Se metió al auto sin pensar y los labios húmedos del muchacho de cabello oscuro se posaron en su mejilla para enviar una ola cálida a través de su piel. Además de eso olía a perfume caro, de esos que sí duraban por horas sobre la piel.
—Hola, otra vez —comentó Valentino apoyando la mochila sobre su regazo. En cierto modo odiaba que el otro fuera tan natural haciendo esas cosas, como saludarlo con un beso espontáneo. Era como si todo su enojo previo no importara. Le era fácil olvidar lo que había sucedido y los sentimientos que él le había confesado. ¿O era él mismo que no podía soltar el pasado y se dedicaba a sabotear su presente? Su mente de escritor hizo una corrección. Quizá debía saborear el momento.
—Buenas noches, rubio. Iremos directo a casa para hacer el conjuro, así puedo ponerte a salvo lo antes posible. ¿Ya cenaste o quieres que compre comida por ahí? —comentó Casiano. Llevaba el cabello mojado y revuelto. Se había puesto una camiseta negra que se ajustaba a su cuerpo y le quedaba pintada. La tela hacía un gran esfuerzo por no romperse en las costuras. Esos siete años le habían sentado de maravilla. Valentino pudo notar que el otro chico llevaba un pequeño aro negro en su oreja derecha, como un punto de tinta sobre el lóbulo.
—Está bien. Si eso te deja más tranquilo, haremos el bendito conjuro. Ya cené con mi hermano así que no es necesario que gastes en comida.
—Por supuesto que me dejaría más tranquilo. Quiero protegerte, Valen. Sé que una vez te lastimé mucho y nunca me vas a perdonar por eso. Pero no voy a dejar que esa cosa u otra persona te hiera —afirmó tomando con fuerza el volante con sus manos grandes y miró el asfalto iluminado por la luz de los faroles delanteros del auto. Hablaba con tal seguridad usando su voz rasposa que Valentino no pudo evitar sentir un aleteo en el estómago. ¿Era posible que su historia fuera de esas en las que ambos habían estado en momentos equivocados de la vida y ahora el destino los había vuelto a juntar para que algo sucediera?
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PERVERSO
ParanormalCon dos gotas de nuestra sangre te atamos para siempre. Cortamos tus alas negras para que ya nunca vueles... Un conjuro de magia negra hecho en la adolescencia. Un muchacho internado en un asilo mental como consecuencia del hechizo. Dos amigos separ...