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Querido diario,

Espero sepas disculpar la calidad de mi escritura que antes había sido más ordenada y prolija. A pesar de mi situación compleja, el entusiasmo por escribir me acompañaba antes y ese no es un don con el que cuente ahora. Notarás que los trazos de mis letras se ven horribles y desesperados. Es que no dejan de temblar mis manos desde que me enteré de la noticia. La tormenta final del largo ciclo del que te hablé antes ha decidido azotarme con fuerza. Llegó con relámpagos y truenos ensordecedores después de varias semanas de mi cumpleaños.

Por la mañana clavaron una notificación sellada en la puerta de mi casa y esta anuncia mi condena por brujería. Se me acusa de haber matado bebés en partos para ofrecerlos en sacrificio al Diablo. Han prestado confesión algunos testigos acerca de los cuales desconozco su identidad. No puedo creer que esas mujeres hayan ensuciado mi nombre con mentiras, me niego a hacerlo. Creo que les han dado dinero para decir esas falsedades. No hay más información excepto que ese día habrá otras dos condenadas conmigo. Tampoco se me concederá la chance de tener un juicio justo para que pueda defenderme. Se que esos jueces no tienen el don de perdonar y siempre se terminan saliendo con la suya, pero no tendré la posibilidad de explicar nada ante la gente que me conoce. Las palabras que tengo para decir se quedarán atrapadas entre mis dientes cerrados por la rabia y no atravesarán mis labios jamás. Serán como aves en jaulas de hierro que nunca más sentirán el viento bajo el plumaje de sus alas.

Detrás de esta condena hay una persona poderosa para que la denuncia sea tomada como verdad absoluta y eso me niegue la posibilidad de un juicio. He sido denunciada nada más ni nada menos que por Richard Colbert y eso pesa mucho en este maldito pueblo. Ese hombre siniestro se ha quedado con mi virginidad, mi hija, mi único amor y ahora tendrá también mi vida. Moriré una cuarta vez en esta maldita aldea. Es en momentos así que decido preguntarme por qué la mano de Dios no aparece para rescatar a los inocentes. ¿Realmente obrará de manera invisible con un gran propósito o es solo esto un espectáculo que lo divierte? ¿Existirá Dios en verdad? Tal vez pronto lo descubra si es que hay una vida después de esta.

Mi madre se derrumbó en el suelo de la cocina y dio unos gritos tan horribles que parecía que la estaban apuñalando con una daga. Pensé que me odiaba por no casarme con Colbert, pero veo que ella todavía guarda algunos sentimientos en ese corazón de hielo. O tal vez le duele el hecho de haber confiado en el hombre que más tarde enviaría a su única hija a la muerte. Esa parte me complace de todos modos. Recuerdo su sonrisa en la cena en la que me ofrecían a ese horrible hombre y, ¿mira lo que él decide hacerles ahora? Mi mamá le dirá adiós a una nueva posición social y también a su hija. Tal vez le importe más la primera. De todos modos, pienso que los chillidos de esa mujer parecen los de una embarazada al dar a luz. Mi madre está pariendo oscuridad y su propio dolor. De eso solo puede hacerse cargo ella misma.

Antes de todo esto, antes de ser solo carne para el mejor postor, ella siempre dijo que yo era un milagro. De seis partos que tuvo en su vida yo fui la única de sus bebés que sobrevivió. Por esa razón siempre tuvo miedo de que me muriera cada año, pero nunca lo hice. Bueno, ahora su temor se vuelve real y ella ha tenido que ver con eso. Tendrá las manos tan manchadas de sangre como Colbert y mi padre. Él la levantó del suelo después de su colapso nervioso al ver la nota en nuestra puerta y se puso a hacerle un té de hierbas para tranquilizarla. En cambio yo apoyé el comunicado sobre mi pecho y la espalda contra la pared. No nació en mí el gesto de consolarla. Las personas no pueden lastimar a otras y luego pretender que los que fueron heridos sientan pena por ellos. La lástima se guarda para los verdaderos amigos o para uno mismo.

Apenas se enteró de la noticia, mi amiga Anne Hallows corrió hasta nuestra casa llorando. En silencio y entre llantos nos quedamos mirándonos a los ojos con los dedos entrelazados. Mi pequeña cama en el altillo siempre atesorará tus manos cálidas y las lágrimas genuinas de amistad que se desbordaron por tus mejillas. Creo que yo tuve que consolarla más a ella. ¡Pobrecita! Su rostro era el de una niña que descubrió con pesar las injusticias de la vida. Mi querida Anne, deseo siempre lo mejor para ti.

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