. 16 .

14 3 3
                                    

Durante el trayecto que recorrieron en taxi desde el pequeño y pintoresco aeropuerto hasta la cabaña que Casiano había rentado en un complejo exclusivo, Valentino entendió porqué la gente que visitaba ese lugar luego regresaba diciendo que era mágico. A unos cuantos metros de la ruta había un extenso lago azul que desprendía destellos bajo el sol y era tan grande que se perdía a lo lejos donde estaban las montañas que en sus cimas todavía tenían restos de la última nevada del invierno. Era una postal preciosa que el rubio no podía dejar de apreciar. No había edificios muy altos que opacaran el cielo azul y todas las casas eran bajas con tejas de color naranja en el techo más colores cálidos en sus paredes. Enormes macetas de concreto gris repletas de flores rojas y amarillas decoraban el centro de la ciudad y la avenida por la que el taxista los llevó hasta una zona más retirada. Después de varios minutos de viaje el auto ingresó en lo que debía ser un bosque. Valentino conocía los bosques de El Milagro, por supuesto, pero este era diferente. Había árboles altísimos por todos lados que no eran parecidos a los de su pueblo natal y el terreno era irregular donde no había calle ni construcción humana. La noche tardaba en llegar durante el verano en esa zona por lo que su amigo le había contado. Así que la luz del sol todavía tenue luego de las nueve de la noche pintaba el cielo en un degradé de azules y naranjas. El moreno le pagó al taxista porque había insistido con cubrir cada aspecto del viaje y luego tomaron sus dos bolsos pequeños del portaequipajes para dirigirse a una cabaña de madera que funcionaba como recepción. En la galería de entrada había cables negros con lámparas que emitían una luz ámbar como si decenas de luciérnagas estuvieran flotando sobre sus cabezas.

—Buenas noches. Tengo una reserva en el complejo a nombre de Casiano Blackwood —dijo el muchacho de tatuajes a la chica rubia que tenía el pelo ajustado en una cola de caballo alta. Ella estaba detrás del mostrador hecho con madera y tenía la pantalla gigante de una computadora casi cubriendo su rostro entero. Su amigo le mostró el celular con el correo electrónico confirmando el pago de la reserva y con una sonrisa, la muchacha se puso a tipear su nombre.

—Perfecto. Casiano Blackwood. Aquí estás. Es una cabaña con cama matrimonial. ¿Está bien? —dijo ella mirándolos a los dos con interés y un leve rubor apareció en sus mejillas.

—No. Debe haber un error. Creí pagar por una cabaña en habitación doble. O sea con dos camas separadas —explicó el moreno mirando la reserva en su celular.

—Sé lo que es eso. Trabajo aquí —dijo ella con una risita entretenida—. Pero alquilaste la que tiene cama matrimonial solamente. Estamos en temporada alta así que lo único que puedo ofrecer es otra cabaña aparte. Estarían separados y un poco lejos de cada uno. De todos modos, las vistas son geniales en cualquiera de nuestras casitas.

—No hay problema, Cas —dijo Valentino y se encogió de hombros. No era que aquella situación no lo pusiera nervioso, pero sabía cómo Casiano se volvía con las cosas que no salían perfectas—. Estoy tan cansado que no voy a prestarle atención a tus ronquidos.

—¡Yo no ronco! —protestó Casiano dedicándole una mirada fulminante mientras las chica les entregaba una tarjeta magnética y se mordía el labio para no reírse.

—¿Están seguros? Realmente les puedo ofrecer otra cabaña con un descuento y mañana ubicarlos en otra. De seguro alguna se liberará.

—Sí. Tomaremos la habitación. Solo estaremos aquí dos noches. Gracias —dijo Casiano tomando la tarjeta.

—El desayuno se sirve desde las ocho de la mañana hasta las diez, en la cabaña del comedor junto a esta oficina. Que tengan una buena estadía.

—Gracias —dijo Valentino y notó como la chica rubia de ojos celestes miraba a Casiano. Por supuesto. Parecía salido de un anuncio de perfumes italianos con esa camiseta musculosa negra exponiendo sus brazos y tatuajes en la piel. Llevaba su cabello negro más revuelto que de costumbre y se manejaba con ese aire de seguridad que quizá no era tan real, por lo que había dicho en el avión. El sabor de su boca todavía estaba en sus labios. Él había decidido abrir una puerta esa tarde que no sabía adónde lo llevaría. ¿Por qué se había molestado su amigo por tener solo una cama luego del beso? Solo iban a dormir para descansar, ¿verdad?

PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora