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Regresaron a El Milagro un poco más silenciosos de lo que se habían ido, pero quizá con un peso menos sobre los hombros. Valentino podía notar la mezcla de sensaciones en ese auto. Casiano había dejado su BMW en el estacionamiento del aeropuerto y tendrían al menos dos horas para llegar a su pueblo natal. Estaban complacidos con el resultado del viaje y también cansados por el peso de ese conjuro que había estado vivo por siete años. Era posible que también se sintieran un poco atormentados por aquello que Marco no había podido vivir por su culpa durante tanto tiempo. Aunque ahora podía empezar a hacerlo y dedicarse a tener una vida plena. Era por eso que el rubio no tardó en aceptar la propuesta del chico a su lado. Habían decidido descansar esa noche, cada uno en su casa y cuando la oscuridad llegara otra vez al día siguiente con su enorme capa negra, irían al bosque para cerrar una historia que en verdad había comenzado en 1691 y terminaría con ellos.


Por la mañana, cuando el sol decidió coronar un cielo azul sin nubes, el hermano de Valentino no le hizo muchas preguntas. Solo mencionó que se lo veía más tranquilo y contento. Supuso que el viaje le había hecho bien y se fue a trabajar como todos los días. Casiano le envió un mensaje más temprano diciendo que se pasaría el día entero mejorando el conjuro, pero que si quería visitarlo por la tarde, antes de que la noche llegara, podía hacerlo. Eso le produjo nervios. No habían hablado acerca de la intimidad que compartieron en la cabaña en todo el trayecto de regreso. ¿Se terminaría ese acercamiento esa misma noche con el conjuro? ¿Era posible que estuviera creándose falsas expectativas y Casiano estuviera jugando con él? No quería terminar con el corazón roto de nuevo y menos a manos de ese muchacho, que era de esos tipos perfectos para hacerlo. Sin embargo, en esos días lo había notado tan maduro y diferente que parecía otra persona. ¡Tenía que ir a verlo! Se había comprometido a ayudarlo con el hechizo. Juntos habían dicho esas frases que lo habían comenzado todo y juntos tenían que escribir las que limpiarían tanto dolor.

Llegó a la casa Blackwood por la tarde con unos pantalones cortos de color marrón y una camiseta liviana de mangas cortas de color blanco. El calor ese día era insoportable. La humedad nacía desde las cerámicas para deslizarse hacia el suelo y la piel se sentía pegajosa. En la parte baja del cielo podían verse varias nubes grises que comenzaban a agruparse. Eran presagios de una tormenta.

—¡Viniste! —exclamó Casiano y lo atrapó en un abrazo fuerte. Tenía su torso desnudo y también llevaba pantalones cortos azules. Sus pies estaban descalzos y tenía una pluma de tinta negra ajustada en su oreja.

—Nos vimos hace unas horas, Cas —comentó Valentino devolviendo el abrazo y sonrió. Su piel siempre estaba cálida y se sentía demasiado bien bajo la yema de sus dedos. El moreno le dejó un beso en la mejilla y tomó su mano para que ingresaran en la casa. Fueron directo a la sala de estar.

—¿Eso qué importa? Y no fueron un par de horas. Ya pasó toda una noche. Además, no te vi por siete años. ¿Puedes dejarme disfrutar de este encuentro? Ven, tengo limonada fría —dijo sentándose en el sofá y señaló la jarra de cristal transparente que contenía líquido de un color amarillo pálido con rodajas de limón flotando en él. Valentino tomó un vaso y se sirvió un poco. Sobre la mesa de madera junto a los sillones, el diario íntimo de Irina estaba abierto en la página amarillenta que debían llenar con palabras. Antes de arruinar el diario, escribieron en un papel aparte unas cuantas frases por varios minutos. Las leyeron en voz alta hasta que les parecieron correctas. Valentino hizo uso de todos sus conocimientos y experiencia como editor para que el hechizo final quedara listo y observó a Casiano agregar su magia en el diario familiar.

Cuando el sol murió sobre la arboleda en tonos naranjas y rosados, los dos muchachos salieron de la mansión. Rodearon la piscina en el patio trasero y atravesaron la primera línea de árboles altos que serían testigos otra vez de la magia a la que darían vida esa noche. Los dedos de sus manos estaban entrelazados.

La brisa era fresca. Sin embargo, Casiano seguía con el torso desnudo y sus tatuajes eran visibles. Eran runas y palabras hermosas que decoraban su piel. Llegaron al mismo destino en el que habían estado hacía siete años. El claro solo se iluminaba con la luz pálida de la luna y las estrellas que brillaban más arriba. Esa noche el rubio acarreaba un farol eléctrico de luz blanca que dejó en el suelo para iluminar un poco más el lugar. Los dos se arrodillaron junto al árbol que un tiempo atrás había aprisionado entre sus raíces la foto de Marco. Casiano cavó un nuevo hueco en la tierra negra y húmeda, uno tan grande como para que el diario de Irina pudiera descansar. Lo habían envuelto con una tela negra y atado con una cinta roja.

Valentino podía sentir una presencia detrás de ellos, alguien moviéndose a sus espaldas, acariciando los troncos de los árboles con uñas largas y llenas de suciedad. Podía escuchar el murmullo inquieto que las alas de las polillas blancas hacían al agitarse en la oscuridad, pero no quería mirar hacia atrás.

—¿Estás listo, Cas? ¿Vas a dejarlo ir en serio? —preguntó el rubio mirando a su amigo que sostenía el diario de cuero marrón cubierto entre las manos. Era un objeto demasiado preciado como para enterrarlo.

—Estoy listo. Es hora de darle descanso a Irina y a ella también... —susurró el moreno y dio un vistazo por sobre su hombro. Puso el diario en el hueco y lo cubrió con la tierra recién extraída. En un frasco de vidrio tenía una mezcla de hierbas: salvia blanca, romero y ruda. Cubrió la tumba del diario de Irina con ellas. Además de eso, había un trozo de palo santo. Encendió ese último y el aroma se esparció alrededor de ellos. De una caja de madera tomó la misma aguja con la perla que habían usado en el hechizo de protección. Se picó el dedo y dejó caer una gota de sangre sobre el hueco cubierto de tierra y hierbas. El humo del palo santo que antes había sido gris comenzó a volverse rojo.

—¿Puedo? Lo haré con cuidado —preguntó el moreno con voz ronca.

—Sí —asintió Valentino y le dio su mano. Con gentileza Casiano lastimó la yema de su dedo con la aguja y el rubio dejó caer su sangre también. El humo escarlata se intensificó creando un círculo alrededor de sus cuerpos. Su amigo tomó su mano y besó la herida en su dedo y ambos sonrieron antes de decir el conjuro que habían escrito y practicado por varios minutos antes de que la noche llegara.


Con dos gotas de nuestra sangre te enterramos para siempre.

Te damos eterno descanso y pasaje al mundo donde nada duele.

Con palabras amables y dedos lastimados.

En la tierra oscura tu pena depositamos.

Con hierbas buenas y humo de palo santo.

Señora de las polillas, te rogamos escuches nuestro canto.

Deja descansar a tu madre y también a todos sus hijos.

Agradecemos tu eterno cuidado, pero ya nos sentimos benditos.

Las heridas del pasado pronto sanarán.

Ha llegado tu hora de descansar.

Con dos gotas de nuestra sangre en una noche oscura.

Te damos descanso y un gran amor que todo cura.


Detrás de ellos se escuchó un aullido de dolor que le puso los pelos de punta a Valentino. Los dos muchachos giraron sus rostros para mirar y observaron a la Señora de la polillas, como habían decidido llamarla cuando escribieron el conjuro, flotar por el suelo a toda velocidad. Iba hacia ellos envuelta en un tornado de insectos de alas blancas y polvo del suelo. Los dos se abrazaron, cerraron los ojos y una brisa fuerte jugó con sus cabellos por un segundo antes de desaparecer. El sonido de los grillos se dejó escuchar y ya no había rastro de las polillas. La entidad de velo negro también desapareció.

Casiano tomó el rostro de Valentino con sus dos manos y le plantó un beso en los labios. De rodillas en un bosque con el cielo tormentoso arriba se besaron y ese amor que parecía despertar por fin entre los dos, selló el hechizo. Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre ellos, las plantas y la tierra. Como habían dicho con sus voces juntas unos minutos antes, las heridas pronto iban a sanar.

PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora