Su habitación en el primer piso de la casa no había cambiado casi en absoluto. Solo las sábanas limpias de color azul eran lo único diferente. Algunos de sus libros viejos habían quedado abandonados en un estante de madera en la pared. Trazó con los dedos las portadas polvorientas de las novelas paranormales que devoró en su adolescencia mientras otros asistían a las famosas fogatas del bosque a beber cerveza.
Su equipaje estaba abierto a los pies de la cama sobre el piso de madera así que eligió la ropa que iba a ponerse para salir de la casa. Había un espejo ovalado frente a la cama. Se puso unos shorts deportivos de color negro que se pegaban a sus muslos tonificados y una camiseta blanca de mangas cortas que se ajustaba a su torso atlético. Pensó que las zapatillas deportivas serían la mejor opción porque tendría que caminar hasta el supermercado. Guardó en su riñonera de cuero marrón su billetera con sus tarjetas, algo de efectivo, su celular y se puso anteojos para el sol. Luego acomodó su cabello rubio y lacio justo como el peluquero en la ciudad le había enseñado.
Caminó durante varios minutos por el centro. Era cierto que la gente vivía de forma más lenta allí. Algunas mujeres se quedaban con las bolsas plásticas de las compras en la acera charlando con sus vecinas y muchos negocios recién abrían sus puertas alrededor de las nueve de la mañana. Atravesó la gran plaza que ocupaba toda una manzana. Había árboles con flores amarillas en pleno florecimiento y al transitar por allí sintió el beso fresco del rocío de agua de la gran fuente en el centro de la plaza.
Minutos más tarde llegó a la tienda y la puerta de vidrio corrediza se abrió para él. ¡Eso era nuevo! El lugar se veía más grande que el año anterior y había más variedad de productos. Pensó que sorprendería a su hermano con unas deliciosas pastas así que se perdió un buen rato entre los pasillos del lugar mirando los productos alojados en las altas estanterías. Tomó una caja de ravioles de verduras, pulpa de tomate en lata y unos gramos de carne molida. Eligió algunas cebollas y el mejor morrón rojo que encontró en el cajón de madera. Contento con su compra se acercó a la caja para pagar la mercadería. Solo había una mujer de cabello gris delante de él y no dejaba de hablar con la cajera. Al parecer iba a tener que esperar un rato. Giró con prisa para observar detrás de él por si olvidaba algo y se chocó contra un cuerpo macizo que en algún momento se había aparecido a sus espaldas. Su canasto de plástico negro cayó al piso y las cebollas rodaron por el suelo junto con los demás productos.
—¡Mierda! Lo siento. ¡Qué torpe! —exclamó sin mirar a la otra persona y se agachó con prisa para recoger sus cosas justo cuando unos dedos con anillos de piedras negras se rozaron con los de él sobre la caja de ravioles. Levantó su mirada y su corazón dio un salto antes de estrellarse contra su pecho. Pensó que iba a caerse al suelo sobre su trasero. Los ojos verdes de Casiano Blackwood lo estaban viendo de lleno. Había sorpresa y descreimiento en su mirada, como si él fuera un fantasma o una aparición inesperada.
—¿Valen? —preguntó en susurros poniendo los productos dentro del canasto porque él no podía mover su cuerpo y menos pensar en las cebollas o el morrón rojo—. ¡No puede ser!
El rubio no supo cómo sucedió, pero en un minuto estaba de pie con su canasto en una mano, los productos recogidos y la cajera, con una sonrisa pícara en los labios habiendo observado la situación, pasaba la mercadería frente al lector de códigos de barra. El chillido de la máquina lo mantenía concentrado en el presente para olvidar la presencia oscura detrás de él exigiendo su atención. Tomó con manos temblorosas el dinero de la billetera, intentando no dejar caer los contenidos de la riñonera sobre la cinta para productos. Le dio plata de más a la muchacha y con una bolsa plástica se fue del lugar con prisa.
—No me sigas, no me sigas, no me sigas... —susurró como una plegaria. Las viejas decían que los deseos en triplicado tenían poder, pero él no se creía con tanta suerte. Su corazón no había dejado de latir con prisa al verlo. ¡Imposible! ¿Qué hacía justo allí? La puerta de cristal se abrió detrás de él y escuchó pasos apresurados sobre el cemento. Su magia no había tenido éxito.
ESTÁS LEYENDO
PERVERSO
ParanormalCon dos gotas de nuestra sangre te atamos para siempre. Cortamos tus alas negras para que ya nunca vueles... Un conjuro de magia negra hecho en la adolescencia. Un muchacho internado en un asilo mental como consecuencia del hechizo. Dos amigos separ...