La Primera Transgresión

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La noche estaba particularmente tranquila. Afuera, la ciudad descansaba en un silencio inquietante, mientras Clara se retorcía en la cama, mirando el techo de su habitación con los ojos bien abiertos. Esa noche era diferente. Había algo en el aire, algo que la inquietaba más de lo habitual. La intensidad de sus pensamientos la estaba consumiendo. Se revolvió en la cama, sintiendo el calor de su cuerpo elevarse, aunque no era el calor del sueño, sino de un deseo que se negaba a desvanecerse. Sus pensamientos regresaron al diario, a las páginas que había leído una y otra vez en secreto. Recordaba con detalle los encuentros apasionados que Emily había descrito, las palabras, los gestos, las sensaciones. Cada una de esas imágenes estaba grabada en su mente, inalterables, vivas.

Clara se sentía atrapada entre dos mundos: uno de monotonía y rutina con su esposo, y otro de pasión e incertidumbre, encarnado en la figura de Emily. Y en ese tira y afloja emocional, Clara estaba perdiendo el control de sí misma. La extraña mezcla de ansiedad y frustración no la dejaba tranquila. Se sentó en la cama, mirando a Robert mientras él se afeitaba en el baño. El ruido de la cuchilla deslizándose sobre la piel y el gorgoteo del agua llenaban el silencio del dormitorio. Aunque su esposo estaba justo allí, Clara sentía que estaba sola, en un abismo del que no sabía cómo escapar.

Su cuerpo, sin embargo, contaba una historia diferente. Había una energía nerviosa, por una necesidad física que no lograba satisfacer, y que tenía poco que ver con su esposo. La distancia entre ellos se había hecho insoportable, pero esa noche, algo dentro de Clara se rompió. Sentía la necesidad de hacer algo, de escapar de su mente. De una forma inexplicable, una ola de deseo la invadió, y sin saber exactamente por qué, tomó una pastilla azul del cajón superior del tocador la corto por la mitad y la tomó. Bastaron un par de minutos para comenzar a sentir esa cesación caliente recorrer todo su cuerpo encendiendo la flama del deseo, decidió actuar.

Robert salió del baño, con una toalla enredada en la cintura; sorprendido al ver a Clara aún despierta, sentada en la cama con una expresión extraña en el rostro. Ella lo miró durante un largo momento, como si estuviera evaluando algo. Y entonces, en un movimiento inesperado, lo llamó con voz suave, casi seductora.

—Robert, ven aquí un momento.

Él, sorprendido por el tono inusual, se acercó lentamente, con una mezcla de curiosidad y confusión. Clara rara vez lo llamaba así, con ese matiz en su voz. Cuando llegó a su lado, Clara lo atrajo hacia ella, besándolo de una manera que no lo había hecho en mucho tiempo. Robert respondió, al principio con desconcierto, pero pronto se dejó llevar por el momento. Para él, esto parecía un reavivamiento de la pasión que había estado ausente durante semanas.

Pero para Clara, el beso no era más que un medio para algo que estaba mucho más allá de él. En su mente, las imágenes de Emily y el contenido del diario llenaban cada rincón de su conciencia. Mientras seguía besando a Robert, su mente viajaba hacia esos relatos eróticos que había leído con tanta avidez. Las palabras de Emily sobre encuentros apasionados, los detalles de cada caricia, cada sensación, todo ello fluía en su mente como si lo estuviera viviendo en ese preciso instante.

Robert, ajeno a los pensamientos de su esposa, intentaba seguir el ritmo. Clara lo besaba con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo, como si algo dentro de ella se hubiera desatado. Pero en el fondo, sabía que esto no tenía nada que ver con él. A pesar de estar físicamente presente, Clara estaba lejos, muy lejos. Cada toque, cada movimiento que hacía estaba inspirado en otra persona, en otro deseo que Robert no podía ni siquiera empezar a comprender.

Retiró la toalla de su cintura, tomó con su mano el miembro de Robert y lo introdujo en su boca, estaba tan duro, el solo podía ver como su alejada esposa movía su cabeza de arriba a abajo brindándole una sensación olvidada. Ella se enderezó y lo tiró sobre la cama, quitó su ropa interior y se subió en el. Sus caderas se movían en círculos sintiendo lo duro dentro de ella. —¿Te gusta mi amor?—. El solo se limitaba a dejarse llevar por el placer. Clara se sumergió más en sus fantasías. Cerraba los ojos para poder visualizar mejor a Emily, recreando en su mente las escenas del diario intensificadas por la pastilla imaginándose en el lugar de las amantes que Emily describía. Sus manos sobre el cuerpo de Robert arañaban su pecho, dejando marcas del largo de sus uñas rojas. No eran más que una extensión de esos pensamientos prohibidos. Por primera vez en mucho tiempo, Clara se sintió viva, pero no por la relación que compartía con su esposo, sino por la conexión imaginaria que estaba forjando en su mente con Emily. Su cuerpo se estremecía con cada orgasmo, Robert hacia un par de minutos que ya había terminado dentro de ella, pero quería más, seguía arriba de él dejándose llevar aún por lo duro de su pene, un par de orgasmos más bastaron para quedar rendida.

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