La Vida Apacible de Clara

67 11 30
                                    


La alarma del pequeño despertador negro sonaba como cada mañana. Clara despertaba una mañana más en su vida tranquila, predecible y llena de una carga de monotonía extra. El sol entraba a través de las cortinas beige que colgaban sobre las ventanas de su dormitorio, acariciando suavemente su rostro mientras sus ojos se adaptaban a la luz del día. A su lado, Robert aún dormía, su respiración era sonora y perturbadora, se asemejaba a un motor de carro
viejo queriendo arrancar una mañana de frío, para ella ya era un sonido que conocía demasiado bien. El martirio matutino y nocturno de los primeros años fue lo más difícil de superar al no poder dormir por las noches, y por las mañanas sustituía a ese viejo despertador negro. Clara lo observó por un momento, notando los detalles que habían pasado desapercibidos a lo largo de los diez años juntos: las finas arrugas alrededor de sus ojos, la barba que crecía desordenada en su mandíbula, la enorme papada que se formaba en su cuello y esa figura que poco a poco se tornaba redonda. Se dio cuenta de que ya no lo miraba con la misma pasión de antes, sino más bien con una indudable mezcla de afecto y resignación.

A sus 35 años, Clara tenía lo que muchas personas describirían como una vida "ideal". Estaba casada con Robert, un hombre decente, trabajador y cariñoso, con quien había construido un hogar confortable. Vivían en un tranquilo barrio residencial, en una casa acogedora que habían comprado juntos poco después de casarse. Trabajaba como administradora en una pequeña empresa, un empleo que, si bien no era su vocación, le ofrecía estabilidad y un horario regular. A su alrededor, todo parecía encajar perfectamente, como las piezas de un rompecabezas que habían armado con esmero a lo largo de los años. Sin embargo, tras esa fachada de perfección, Clara sentía un vacío que crecía día a día. Su matrimonio, que en un principio había estado lleno de emoción y promesas de una vida en común cuál historia de enamorados, se había convertido en una rutina monótona. Las conversaciones diarias entre ella y Roberto eran bastante predecibles, únicamente limitadas a temas cotidianos, vanos y sin profundidad; ya no había esa chispa intelectual. Las noches, que, en los primeros años estaban llenas de excitación y desborde sexual al cumplir cada fantasía que se formulaba en su cabeza, se habían transformado en cenas silenciosas frente al televisor, seguidas de un sueño sin sueños, uno al lado del otro, sin beso de buenas noches, sin abrazos, sin caricias, juntos pero a la vez distantes.

Clara no podía recordar la última vez que había sentido una verdadera emoción, algo que la hiciera vibrar, que rompiera la monotonía de su vida diaria. A veces, mientras preparaba el desayuno o se arreglaba para ir al trabajo, se encontraba pensando en lo que podría haber sido su vida si hubiera tomado otras decisiones, si se hubiera atrevido a seguir sus sueños de emigrar al extranjero en busca de ese nivel profesional que la tuviera satisfecha, en lugar de conformarse con lo que parecía ser lo "correcto". Pero esos pensamientos solo los guardaba para ella llenándola todas las tardes frente aquella taza de café de una tristeza sutil, casi imperceptible, disfrazada bajo esa sonrisa.

En ocasiones, sumergida en la soledad de su habitación, se comparaba con aquella amiga incondicional, Emily, su mejor amiga desde la infancia. Emily siempre había sido su contrapunto, la otra cara de la moneda. Mientras Clara había optado por la estabilidad y la seguridad, Emily había elegido un camino lleno de incertidumbre y aventura. Soltera y decidida a vivir la vida a su manera, Emily no se había atado a ningún lugar ni a ninguna persona. Había tenido varias relaciones a lo largo de los años, pero ninguna había durado lo suficiente como para definirla, era imposible seguirle el ritmo al gran torbellino de emociones que era. En cambio, se había dedicado a su carrera como fotógrafa independiente, viajando por el mundo y capturando momentos únicos con su cámara, un sueño envidiable a decir verdad.

Clara admiraba esa independencia y, en cierto modo, la envidiaba. Emily siempre había tenido un aura de misterio que la hacía parecer inalcanzable, como si viviera en un universo paralelo donde las reglas eran diferentes. A pesar de sus diferencias, las dos mujeres habían mantenido una amistad sólida a lo largo de los años. Emily siempre estaba ahí para Clara, escuchándola sin juzgarla, ofreciendo su perspectiva única sobre la vida.

El Diario de EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora