El Caos

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Clara regresó a su vida, pero todo había cambiado. Lo que alguna vez fue una rutina cómoda, ahora se sentía como un campo de ruinas. Su matrimonio con Robert, que alguna vez había sido estable aunque monótono, ya no existía. Los trámites de divorcio se habían puesto en marcha, y las reuniones con abogados se sucedían en un ciclo dolorosamente burocrático que parecía eliminar cualquier resquicio de humanidad que alguna vez pudo haber entre ellos. Clara se sentía desconectada de todo, como si estuviera viviendo una pesadilla de la que no podía despertar.

En las reuniones con Robert y los abogados, había poco o nada que decirse. Los silencios eran más elocuentes que cualquier palabra. Robert, quien siempre había sido calmado y predecible, parecía ahora una figura distante, casi un extraño. A veces, cuando Clara lo observaba mientras él firmaba documentos o escuchaba a su abogado hablar de la división de bienes, se preguntaba si él también estaba sufriendo en silencio, o si su indiferencia era real. Ella ya no lo conocía, y eso la aterraba tanto como la idea de enfrentarse a un futuro sin él.

Las reuniones con los abogados eran solo una parte del caos en su vida. El distanciamiento con Emily había sido el golpe más devastador. La conexión que había compartido con ella se había fracturado irreparablemente, y Emily había desaparecido por completo de su vida. Clara intentó llamarla varias veces, pero ella no contestaba. Sus mensajes quedaban sin respuesta. La realidad era innegable: Emily había cortado todos los lazos, y Clara no podía culparla. Sabía que había cruzado límites que no podía deshacer. El hecho de haber leído su diario, de haberla seguido, de haber caído en una obsesión insana, había destruido lo que alguna vez había sido una amistad sólida y pura.

Clara estaba completamente sola. No solo había perdido a Robert y a Emily, sino que también había perdido el control sobre su trabajo y sobre sí misma, Su mente era un caos de pensamientos confusos y emociones desbordantes. Pasaba las noches sin dormir, tumbada en su cama, mirando el techo mientras las imágenes de lo que había hecho la atormentaban. No podía dejar de revivir sus errores: leer el diario, los encuentros sexuales con desconocidos, su intento desesperado por atraer a Emily a su vida y su fracaso al final.

A veces, en medio de la noche, se levantaba de la cama y caminaba sin rumbo por su apartamento, como si las paredes pudieran ofrecerle alguna respuesta que su mente no podía encontrar. El silencio del lugar, que antes encontraba reconfortante, ahora solo hacía eco de su propia soledad. La realidad de lo que había perdido, y lo que había hecho, comenzaba a hundirse profundamente en su conciencia. Se preguntaba si había alguna forma de redención, si podría aprender algo de todo esto, pero por ahora, solo encontraba vacío.

Una mañana, mientras se levantaba de la cama tras otra noche de insomnio, Clara sintió algo extraño. Un ligero mareo, una punzada de náuseas que la sorprendió. Al principio lo atribuyó al estrés, al igual que la vez que le sucedió estando en la cabaña, algo que no era sorprendente dado todo lo que estaba enfrentando. Aunque esa no era la respuesta. Los días pasaron y los síntomas persistieron. El cansancio se apoderaba de ella, y la náusea se hacía cada vez más constante, especialmente por las mañanas.

Una semana después en la que los síntomas no disminuyeron, algo dentro de ella comenzó a encender una alarma silenciosa. Había algo que no estaba bien, algo que no podía seguir ignorando. Así que, casi en un acto reflejo, una tarde salió a la farmacia más cercana y compró una prueba de embarazo. Mientras caminaba de regreso a casa con la pequeña caja en la mano, sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho. La posibilidad de estar embarazada era absurda, casi surrealista, pero algo en su interior la empujaba a confirmar esa posibilidad, por improbable que pareciera.

De vuelta en su apartamento, Clara se encerró en el baño, mirando el paquete de la prueba con una mezcla de miedo y negación. "Esto no puede estar pasando", se repetía a sí misma, pero la ansiedad no dejaba de crecer. Finalmente, se decidió a hacerlo. Tomó la prueba y esperó los minutos más largos de su vida. Cuando el resultado apareció, sus manos comenzaron a temblar.

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