El día que cumplí 17 años, me colocaron dentro del gran carruaje rojo y me enviaron sin despedirse. En mi noche de bodas, me dejaron sola en la cama esperando en completo silencio. No hubo celebración, ni risas, ni sonrisas, ni lágrimas. Fue solo otro día, como cualquier otro día.
Durante toda la noche, el novio no vino a la suite nupcial para levantar el velo rojo de mi cabeza. Conocí la crueldad del hombre cuando escuché gemir a una mujer a través de las delgadas paredes, podía escuchar todo. Cuando el gemido se hizo más fuerte, comprendí que había sido intencional. Me trataron como una broma, nada más.
¿Cómo podría importarme algo que nunca fue mío?
Incluso cuando el sonido se hizo más fuerte y la delgada pared temblaba, con calma me quité el velo para ver que estaba en una habitación no diferente a la mía en la propiedad del Marqués.
Fui al pequeño tocador en la esquina de la habitación y comencé a quitarme la pesada corona y las joyas de la cabeza. Dicen que una mujer es más bella en su noche de bodas, pero en el reflejo del espejo, todo lo que vi fue un fantasma: piel blanca y pálida. Mis labios estaban igual de pálidos cuando quité el tinte rojo.
Aunque era primavera, mis manos, piel y cuerpo estaban fríos. Mi mente estaba vacía mientras los gemidos seguían golpeando contra las delgadas paredes. Una vez que me limpié la cara y me quité el pesado vestido de novia rojo, fui a la ventana más alejada de la pared que temblaba.
No había una luna... ni estrellas en el cielo.
Me senté en una pequeña silla de madera cerca de la ventana abierta para poder mirar el oscuro cielo nocturno. No había viento, ni el sonido de los grillos o ranas. Esa noche, dormí apoyada contra la repisa de la ventana.
Sin deseos, ni esperanzas ni sueños, solo la realidad de que estoy, una vez más, sola.
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