El Príncipe no me permitió volver a mi habitación. Dio órdenes de que destruyeran mi antigua vivienda y trasladó mis pertenencias a la gran y espaciosa habitación con el hermoso techo de madera. No pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que el Príncipe me había trasladado a su vivienda privada.
Mi vida en la propiedad del Príncipe cambió de un día para otro.
Cuando el Príncipe se enteró de que me encantaba leer, hizo que construyeran estanterías en la habitación y un diván junto a la ventana. El Príncipe me había dicho que podía pasar todo el tiempo que quisiera en la habitación leyendo. Así lo hice. Junto a la ventana, pasé la mayoría de los días leyendo hasta el cansancio.
Algunos días, el Príncipe volvía temprano para comer conmigo. Otros días, cuando no podía, enviaba sirvientes con más libros o dulces para que yo disfrutara. No importaba lo que pasara, el Príncipe volvería para abrazarme mientras dormía cada noche.
El Príncipe había dicho que mi cuerpo me pertenecía. Ahora me preguntaba si realmente era mío. Él me había salvado y, sin embargo, no le había dado nada a cambio. ¿Qué tengo para ofrecerle? La inquietante pregunta comenzó a ocupar mis pensamientos, más aún durante las noches en que él me sostenía entre sus brazos. Cuando finalmente encontré el valor para besar al Príncipe, él se apartó y me dijo que durmiera. Después, se alejó de la cama por un largo período de tiempo y regresó con un ligero aroma a perfume.
Tenía sentido. Yo no era hermosa como sus concubinas.
Con mi cuerpo envenenado, ¿por qué alguien lo querría?
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