Me desperté cansada y hambrienta. Sentada en la cama, me pregunté si alguien me traería comida o si el castigo continuaría. Cuando varias sirvientas entraron inesperadamente en mi habitación, me sobresalté. Cada sirvienta sostenía algo en sus manos: una bandeja de agua y una toalla, una taza de té caliente, zapatos, ropa e incluso accesorios. Me pregunté si entraron en la habitación equivocada hasta que una de las sirvientas me dijo que estaban allí para servirme.
Después de limpiarme y ponerme el vestido de seda verde, me senté en el tocador mientras las sirvientas peinaban mi cabello en trenzas. Me sentí extraña, pero guardé silencio. Cuando terminaron, me dijeron que el Príncipe me estaba esperando en el salón principal para el desayuno.
Cuando entré al comedor, todos ya estaban sentados en la mesa. Nuevamente vi al mismo grupo de cuatro hermosas mujeres sentadas alrededor del Príncipe. No queriendo enojarlo por mi demora, me senté en el asiento disponible frente a él. Mantuve mis ojos en la mesa mientras el sirviente traía los platos. Mientras todas las mujeres adulaban al Príncipe y le ponían comida en el cuenco, yo no apartaba la vista de su mano, esperando a que tomara los palillos. Durante un buen rato, su mano no se levantó de la mesa. Entonces las mujeres preguntaron si la comida no era de su agrado, y el Príncipe no respondió.
Cuando quedó claro que el Príncipe no iba a comer, una de las mujeres ordenó a los sirvientes que limpiaran la mesa. Se dieron órdenes adicionales para que el cocinero fuera castigado por desagradar al Príncipe. Durante todo ese tiempo, me agarré el estómago que me dolía por estar vacío.
Esa mañana, volví a mi habitación sin comer. El día transcurrió lentamente y, una vez más, no me trajeron ninguna comida. Para mí, el peor tipo de castigo siempre había sido negarme la comida.
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