El calor siempre es lo primero. Al principio, es como una caricia cálida que envuelve sus sentidos, pero pronto se transforma en una mordida abrasadora, sofocante. Seulgi intenta abrir los ojos, pero su visión es un caos de sombras y llamas danzantes. Está corriendo, aunque no sabe hacia dónde. El rugido del fuego llena sus oídos, como un monstruo hambriento devorando todo a su paso.
A su alrededor, las figuras se disuelven entre el humo. Las voces de los adultos se mezclan con los gritos, mientras los niños son arrastrados por manos invisibles hacia las sombras. "¡Mamá!", escucha su propio grito ahogado. Pero no hay respuesta. Solo el eco del caos.
Seulgi tropieza y cae al suelo, la tierra ennegrecida por las cenizas. El aire es pesado, como si el mismo cielo estuviera descendiendo para aplastarla. A lo lejos, entre el resplandor infernal, aparecen los ojos. Ojos que no son humanos. Fríos, calculadores, y llenos de una promesa de algo peor que la muerte.
Despierta de golpe. Su corazón late con fuerza, como si aún estuviera corriendo. El sudor frío recorre su frente, y por un momento, no sabe dónde está. El fuego ya no la rodea, pero el miedo sigue ahí, latente, como una herida que nunca ha sanado.
Seulgi permanece inmóvil durante unos segundos, intentando controlar su respiración, que sale en jadeos cortos y entrecortados. Aún siente el olor a humo, aunque sabe que es solo su mente jugándole malas pasadas. Lentamente, lleva una mano a su pecho, notando el latido frenético de su corazón, y cierra los ojos, tratando de anclarse en el presente.
Está a salvo. Ese pensamiento debería tranquilizarla, pero la palabra "seguridad" hace mucho que dejó de tener sentido. Desde aquella noche, desde el incendio, nada ha vuelto a ser seguro.
Con un suspiro, Seulgi se incorpora en su cama, el frío de la habitación ahora en contraste con el calor opresivo de sus recuerdos. Afuera, la luna ilumina débilmente la habitación a través de la pequeña ventana. La luz siempre había sido una especie de refugio, algo en lo que podía confiar, pero después de lo que había visto, incluso la luz tenía sus secretos.
No todas las sombras desaparecen con el amanecer.
Seulgi observa sus manos, las cicatrices invisibles que el fuego dejó en su piel. No hubo heridas físicas, pero algo dentro de ella había quedado marcado, un rastro imborrable del horror que había presenciado. Las criaturas… Ellas habían sido reales. Más reales que el propio fuego que devoró todo a su alrededor.
No todos tuvieron su suerte. La mayoría no escapó. Ellos no lo permitieron.
El recuerdo del incendio nunca desaparecía del todo. Siempre estaba ahí, agazapado en los rincones más oscuros de su mente, esperando a la hora más tranquila de la noche para atacarla. Había visto a esas criaturas arrastrar a los más jóvenes, a los más vulnerables, mientras los adultos gritaban en desesperación, incapaces de protegerlos. Había corrido, había huido, porque su instinto de supervivencia la había impulsado, pero el peso de la culpa la seguía como una sombra constante.
Lentamente, Seulgi se levanta de la cama, sin encender la luz. No lo necesita. Ha aprendido a moverse en la oscuridad como si fuese su segunda piel. Cruza la pequeña habitación, pasando sus dedos por las paredes desgastadas, en busca de esa sensación de solidez que le recuerda que sigue viva.
Llega hasta la ventana y mira hacia el exterior. El mundo sigue girando, indiferente al dolor que ella arrastra. Desde su habitación, apenas puede ver las luces de la ciudad en la distancia. Todo parece tan tranquilo, tan diferente de la locura de aquella noche. Pero sabe que la calma es solo una fachada. Las criaturas siguen ahí, escondidas, esperando. Y ella no tiene duda de que volverán.
Sus manos se cierran en puños. Los vio, los recuerda. Ellos estaban detrás de todo, del incendio, de las desapariciones… El fuego fue solo el principio, una distracción mientras ellos se llevaban a los jóvenes para cumplir con su oscuro propósito. Durante años, Seulgi ha intentado entender lo que sucedió esa noche, el porqué. Ninguna respuesta la ha satisfecho. Pero si había algo de lo que estaba segura, era que había sobrevivido por una razón.
Había algo en ella que ellos no lograron controlar.
Un ruido la saca de sus pensamientos. Seulgi se gira rápidamente, alerta, aunque su corazón sigue latiendo fuerte por el sueño. No es más que el sonido de la madera crujiendo en la vieja estructura del edificio. Relaja los hombros, aunque la tensión no desaparece del todo. Ha aprendido a estar siempre en guardia.
Se dirige al pequeño baño, el agua fría ayuda a despejar los restos del sueño, pero no borra las cicatrices del alma. Seulgi se mira en el espejo por un momento, su rostro cansado y pálido la observa de vuelta. Hace tiempo que la vitalidad de su juventud se fue. El reflejo que la mira es el de una sobreviviente, pero no se siente así. Una parte de ella sigue atrapada en ese fuego, entre las criaturas y los gritos de los que no lograron escapar.
Mientras el agua gotea de sus manos, Seulgi deja escapar un suspiro. El tiempo pasa, pero las heridas no sanan. Y aunque ha tratado de huir de su pasado, sabe que pronto será imposible seguir corriendo. Las criaturas la querían entonces, y la quieren ahora.
Lo siente.
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Cenizas de un viejo amor
VampireTras escapar de los conflictos sociales y económicos de su país, una familia originaria de Asia Occidental encuentra refugio en el Reino Unido, buscando un futuro más próspero. Durante quince años, disfrutan de una vida tranquila, hasta que un fatíd...