Capítulo 2: La Orden de la Medianoche

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El crujido de las botas de cuero sobre el empedrado era un sonido que Seulgi había aprendido a reconocer como sinónimo de poder y autoridad. El aire de la mañana en Londres estaba cargado de humedad, un presagio de la lluvia que parecía inevitable. Con las manos en los bolsillos de su abrigo largo, caminaba por las calles sombrías con una única dirección en mente: la sede de la Orden de la Medianoche.

Después del incendio, su vida había dado un giro inesperado. La institución que la había acogido estaba lejos de ser simplemente un refugio. Era un bastión de protección contra las mismas criaturas que habían destruido su hogar. Allí, entre las sombras de los pasillos y el eco de los juramentos, había encontrado un nuevo propósito: cazar a las bestias que amenazaban con hundir al mundo en la oscuridad.

A su lado, Wendy caminaba en silencio, con los ojos fijos al frente. Las dos compartían un vínculo que solo los sobrevivientes entendían, un lazo silencioso de complicidad nacido en las llamas de aquella noche. Wendy era más fuerte de lo que Seulgi había imaginado al principio; su fragilidad aparente ocultaba una fuerza inquebrantable, una que la había mantenido viva cuando todo lo demás se derrumbaba a su alrededor.

—¿Estás lista?—, preguntó Wendy, rompiendo el silencio, su voz apenas audible sobre el ruido lejano de los carruajes y los transeúntes.

Seulgi asintió, aunque no estaba segura de que alguna vez se sentiría verdaderamente preparada. —Lo estoy—, respondió, sus palabras firmes a pesar del nudo en su estómago.

Entrar a la Orden había sido un salvavidas para ambas, pero también un recordatorio constante de lo que habían perdido. Cada misión, cada entrenamiento, las llevaba de vuelta al horror de aquella noche. Pero también las acercaba a su objetivo: encontrar a las criaturas que las habían arrebatado todo.

Al llegar a la gran puerta de la sede, Seulgi sintió una familiar mezcla de admiración y tensión. Las imponentes torres góticas, casi invisibles entre la niebla de la mañana, parecían estar vigilando la ciudad, como si fueran una barrera invisible contra lo que acechaba en las sombras.

Dentro, el ambiente era diferente. Más cálido, más humano. Los ecos de voces y pasos resonaban en el interior de la antigua edificación, dándole vida. Fue entonces que los reconoció entre la multitud. Sunmi, con su andar despreocupado pero lleno de una confianza inquebrantable, fue la primera en acercarse.

—¿Llegan tarde otra vez?—. Sonrió, su tono era un suave reproche, pero sus ojos brillaban con una chispa de diversión. —Taeyong ya está en la sala de mapas esperando instrucciones. Y Bambam… bueno, quién sabe dónde está metido—.

Wendy se rió entre dientes, pero Seulgi solo esbozó una pequeña sonrisa. En la Orden, las risas eran escasas, pero entre ellos, su pequeño grupo, había aprendido que la camaradería era una forma de aferrarse a la humanidad que las criaturas querían arrebatarles.

—Es bueno verte, Sunmi—, dijo Seulgi, mientras la otra mujer se acercaba y le daba un pequeño golpe amistoso en el brazo.

—¿Y qué tal tu mañana? ¿Ya lista para cazar monstruos?—, preguntó Sunmi con una sonrisa.

—Como siempre—, respondió Seulgi, aunque su mente seguía atrapada en el sueño de la noche anterior.

Se adentraron más en el edificio, los corredores oscuros y angostos resonando con sus pasos. El tiempo en la Orden había endurecido a Seulgi y sus amigos, pero también les había dado algo que ninguno de ellos esperaba: una nueva familia.

Al llegar a la sala de mapas, Taeyong estaba inclinado sobre una mesa grande, examinando documentos con detenimiento. Siempre tan concentrado y meticuloso, Taeyong había sido una de las primeras personas en ganarse el respeto de Seulgi en la Orden. Su capacidad para analizar las tácticas de las criaturas era incomparable, y aunque a veces su seriedad rozaba lo frío, su lealtad al grupo era indudable.

—Pensé que no llegarían—, comentó sin levantar la vista de los pergaminos. —Hay un nuevo caso. Algo grande—.

Bambam apareció casi al instante, como si hubiera esperado ese momento para hacer su entrada. —¡Lo grande es mi especialidad!—, bromeó, su energía era contagiosa, un contraste marcado con el ambiente sombrío de la Orden.

Seulgi se dejó caer en una de las sillas, observando a sus amigos. Sunmi había tomado asiento junto a Taeyong, estudiando los mapas con interés, mientras Bambam continuaba con sus habituales bromas, intentando animar al grupo.

Wendy permanecía de pie, cerca de Seulgi. Ella y Wendy no necesitaban hablar para entenderse; el silencio compartido entre ellas era suficiente. Habían vivido el mismo horror, y aunque los demás del grupo también compartían batallas propias, lo que las unía a ellas era algo más profundo, una cicatriz que jamás sanaría.

—¿Qué es esta vez?—, preguntó Seulgi finalmente, observando el mapa.

—Desapariciones—, dijo Taeyong, con la misma frialdad de siempre. —En los alrededores del río Támesis. Los informes hablan de ataques nocturnos, cuerpos desaparecidos, y… bueno, las mismas señales de siempre—.

Seulgi asintió. Sabía lo que eso significaba. Las criaturas estaban cerca, demasiado cerca. Y esta vez, no pensaba dejar que se llevaran a nadie más.

Cenizas de un viejo amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora