Alaia estaba durmiendo muy cómodamente en su habitación, era la primera vez que podía dormir más de cuatro horas desde que comenzaba sus prácticas y labores como princesa, pero su tranquilo sueño se arruinó cuando su madre entró con tanta prisa que parecía que se estaba acabando el mundo, a los gritos llamó a su hija mientras le habría las ventanas, dejando que el sol ilumine la habitación y con ello, la cara de Alaia, la cual comenzó a quejarse por la luz que recibía pidiéndole a su madre que la deje dormir un poco más,
- Mamá, hoy es mi día libre ¿puedes dejarme en paz solo cinco minutos?
- Por favor Alaia, son las diez de la mañana, por cierto, escribió Dalila hace un rato.
- ¡¿De verdad?! ¿Y qué dijo? ¿Cómo está ella?
- Ella está bien, dice que quiere verte para almorzar juntas en su casa hoy y ponerse al día, ya le dije que irías así que aséate y vístete rápido.
Alaia se emocionó mucho, Dalila es su mejor amiga, se conocieron en unas clases de teatro a los diecisiete y desde entonces se habían vuelto inseparables, pero habían perdido un poco de contacto en este último tiempo, cada una se centró mucho en sus deberes como futuras monarcas, Dalila era la heredera de la corona de Noruega cuando su padre el rey Harald V se retirara.
Aunque Alaia y Dalila se escribieran seguidamente, sabían que no era lo mismo, ambas extrañaban quedarse hasta tarde hablando sobre las travesuras que hacían de adolescentes, aunque en cierta parte aún lo sean.
Mercedes salió de la habitación de su hija, la cual se limitó a sonreír y comenzó a prepararse para verse con su amiga más tarde, se dirigió hasta el baño y luego de tomar una ducha se vistió con un bonito vestido blanco con cerezas dibujadas, Alaia no lo sabía, pero ese vestido fue un regalo de su padre, pero su madre se lo ocultó, no quería que ese hombre tuviera algún tipo de conexión con sus hijos, él los había abandonado para irse con otra y formar su familia soñada, a los ojos de mercedes, él era un cobarde.
Dalila y sus padres vivían en el palacio real de Oslo, en Noruega, pero gracias a la gran amistad que habían formado los reyes con la madre de Alaia y sus hijos decidieron comprar una casa de verano en Inglaterra para poder viajar cada tanto y no perder la conexión con los Roberts.
Alaia esperaba frente a la puerta de la casa de Dalila, esperando a que la puerta es abierta por alguien, enseguida que levantó su brazo para poder golpear por segunda vez, la puerta fue abierta por una mujer de aproximadamente unos treinta y cinco años de edad, estaba vestida con un uniforme de mucama y la miraba con una sonrisa cálida.
- Buenas tardes, majestad, usted debe ser Alaia ¿Cierto?
- Buenas tardes, sí soy yo- Alaia estaba un poco nerviosa, ya que no conocía a la mujer y tampoco sabía que tenían mucama en esta casa -Disculpe ¿Sabe si Dalila se encuentra en casa?
- Oh, si alteza, pase adelante- Alaia pasa adentro y se frena en la parte de las escaleras, donde espera a su amiga -ella enseguida baja, yo les estoy preparando el almuerzo, está casi lista.
- Muchas gracias...- se quedó pensando su nombre, la mujer lo entendió y le contestó.
- Alba.
- Alba...- repitió ella asintiendo y dedicándole una sonrisa sincera de labios cerrados -Gracias.
- Saludos a su madre- la mujer le dio la misma sonrisa.
- ¿Conoce a mi madre?- preguntó la joven.
- Solo un poco, podría decirse que eramos amigas en nuestra adolescencia - cuando Alba terminó de decir eso, hizo una pequeña reverencia con los hombros para luego salir hacia la cocina.
Aláia se quedó pensando en eso último que le había dicho la mujer, no se imaginaba de donde ella y su madre podrían conocerse, rápidamente se distrajo mirando los cuadros que estaban apoyados en un viejo mueble al lado de las escaleras, miraba con atención y nostalgia las fotos de Dalila y su padre tan felices, de pronto se empezó a escuchar el sonido de unos pasos de tacón provenientes de las escaleras, giró en sí y vio como su mejor amiga se le abalanzaba hacia ella para darle un cálido abrazo el cual correspondió también con fuerza, ambas lo habían esperado.
- ¡Por dios! Te extrañé tanto ángel ¿Cómo has estado?- Dalila habla muy apurada y desprendiéndose del abrazo el cuál estaba dejando sin aire a Alaia.
- Yo también te extrañé rubia, estoy bien creo- a Alaia se le escapa una risa -¿Qué tal tú y tu vida alocada en Noruega?
- Pues bastante bien de hecho, mi padre sabe como manejarlo, pero no lo sé, lo veo y empiezo a pensar que no creo poder hacerlo igual que él cuando sea mi turno- Dalila se desanima un poco y toma el brazo de su amiga para enganchar el suyo y encaminar hacia el patio de la casa.
- ¿Qué? ¿Estás loca? Claro que serás una gran reina lila, solo debes ser un poco más segura de ti misma, eres una líder nata, yo sé que te irá bien- Dalila abraza por los hombros a su amiga como agradecimiento por sus palabras y llegan al patio donde ambas ven una mesa grande con dos platos de comida servidos al igual que las copas, Alba estaba terminando de poner un florero color celeste con unas hermosas rosas blancas justo en el medio.
- Ya me voy señorita Dalila, está todo listo, si necesitan algo estaré en la cocina terminando de preparar el postre.
- Muchas gracias Alba, puedes retirarte- y así la mujer se retiró a la cocina nuevamente -ven siéntate- le habló a Alaia y esta hizo exactamente eso.
Ambas comenzaron a comer y beber lo servido, mientras en las pausas hablaban de diversos temas y reían a carcajadas recordando momentos de su adolescencia, pasaban los minutos y comenzaron a apreciar el cielo, pero sobre todo el precioso día que había y pensando en los felices que estaban de poder volver a verse.
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UNA PRINCESA DIFERENTE
RomanceElla se guiaba por la razón, él por el corazón, ella era como un témpano de hielo, él la chispa que podía derretirla, ella decía que no tenía debilidades, pero era la debilidad de él. Alaia y Oliver se habían conocido a los cinco años, y once años f...