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❝ Los asesinos no se enorgullecen de luchar limpiamente. Estamos orgullosos de las ganancias❞ — 𝑅𝑜𝑏𝑖𝑛 𝐻𝑜𝑏𝑏, 𝐹𝑜𝑜𝑙'𝑠 𝑄𝑢𝑒𝑠𝑡
𝐈 — 𝐷𝑖𝑒𝑔𝑜 —
MIENTRAS OBSERVABA a su madre seguir contemplando con amor los retratos, Diego suspiró. Tenía la sensación de que no podría hacerla cambiar de opinión, así que se giró e hizo un pequeño gesto para que Mara lo siguiera mientras se dirigía hacia su habitación.
Se frotó los ojos mientras comenzaban a bajar las escaleras, dejando escapar un profundo suspiro mientras Mara lo alcanzaba a su lado. Tenía el ceño fruncido con preocupación y se mordía el labio inferior mientras le ponía una mano en el brazo.
—Ya sabes, mamá es...
—No quiero hablar de eso.
—Está bien—dijo en voz baja, cruzándose de brazos mientras se dirigían al rellano del segundo piso.
Diego no podía dejar de pensar en su madre. ¿Cómo estaba tan convencida y si le lavaron el cerebro para que pensara que Reginald era una buena persona? ¿Vanya podría tener razón? Detrás de la fachada de una madre amable y tierna, ¿realmente estaba el repulsivo Reginald y su programación?
No, Diego sabía que no podía ser eso. Era imposible. No tenía sentido. Cada acción de ayuda, amor y cuidado que hacía su madre era un acto que se oponía a todo lo cruel, malvado y duro que representaba Reginald.
Perdido en sus pensamientos, Diego apenas se dio cuenta cuando Mara se detuvo justo antes de que salieran al pasillo de sus habitaciones, ni cuando lo agarró del brazo y lo jaló hacia atrás.
Sin embargo, sí se dio cuenta cuando ella lo abofeteó.
—¿Qué?—cuestionó irritado, frotándose la mejilla dolorida mientras se giraba hacia ella y levantaba las cejas.
—¡Shh!—Mara le tapó la boca con la mano y sus ojos preocupados lo pasaron rápidamente antes de susurrar:—Algo está mal. Creo que hay alguien aquí.
Él se burló un poco, sacudiendo la cabeza mientras agarraba suavemente su muñeca y bajaba su mano.
—Estás simplemente siendo paranoica.
Ella lo agarró del brazo cuando él se dio la vuelta y lo atrajo hacia ella nuevamente. Su mirada era suplicante mientras miraba más allá de él una vez más y murmuraba:
—Diego, lo digo en serio.
Se acercó a ella, ignorando el hecho de que su ritmo cardíaco se había acelerado por la falta de espacio entre ellos y el fuerte impulso de simplemente acercarla y besarla.
