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❝El miedo a la muerte se deriva del miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está dispuesto a morir en cualquier momento❞ —𝑀𝑎𝑟𝑘 𝑇𝑤𝑎𝑖𝑛
𝐈 — 𝐸𝑢𝑑𝑜𝑚𝑢𝑠 —
𝐄𝐔𝐃𝐎𝐌𝐔𝐒 CAMINÓ POR el pasillo del segundo piso del motel, en alerta máxima y miró con recelo cada puerta azul oscuro por la que pasaba.
Sabía que el hermano de Diego estaba en una de estas habitaciones. Y con él, los dos asesinos enmascarados que Eudomus había estado buscando durante los últimos días.
Eudomus mantuvo sus pasos en silencio mientras miraba el teléfono que llevaba sujeto al cinturón, preguntándose si Diego estaba en camino.
De mala gana, se dio cuenta de que Diego probablemente sería útil en este caso y llamó al gimnasio de boxeo donde vivía. Desafortunadamente, Diego no había contestado, pero Eudomus había dejado un mensaje al dueño y sólo podía esperar que Diego lo recibiera a tiempo.
De repente se detuvo cuando escuchó un ruido sordo en el aire, y luego aceleró el paso mientras intentaba encontrar la fuente. Se detuvo en el lugar donde los golpes sonaban más fuertes y presionó su oreja contra la puerta: la habitación 225.
Lentamente, sacó el arma de su funda y se colocó frente a la puerta, presionando su oreja contra ella una vez más para asegurarse de que esa era la habitación correcta.
De repente, una señora de la limpieza vestida con uniforme azul salió de la habitación de la derecha, sin prestarle atención a Eudomus mientras se dirigía hacia su carrito.
Eudomus se acercó a ella, gesticulando para que le entregara la llave.
Mirando el arma en su mano, la mujer sacó una tarjeta de acceso de su bolsillo y rápidamente se la entregó antes de abandonar su carrito de limpieza y correr por el pasillo, mirando hacia atrás de vez en cuando.
Aún escuchando los golpes, Eudomus deslizó lentamente la tarjeta de acceso en la cerradura y escuchó el pitido de confirmación de que la puerta se había abierto.
Abrió la puerta con cuidado y vio a un hombre sin camisa, empapado en sudor y sangre seca y con una tira de cinta adhesiva sobre la boca.
El hombre, que había estado sollozando, levantó la vista al oír el sonido de la puerta abriéndose y sus ojos se abrieron al ver a Eudomus. Comenzó a gemir, arrastrándose ligeramente en la silla a la que estaba atado.
