Parte I

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 Mis rodillas, manos y mandíbula tiemblan, sin embargo, me enderezo muerta del miedo e ignoro el hecho de que si no me estuviera sosteniendo de la barra del desayuno ya estaría tendida en el piso.

— Vivo aquí –Respondo un poco graciosa para aligerar el ambiente, pero no funcionó.

 Posa sus manos en su cintura y enarca una rubia ceja suya en un perfecto arco fulminante.

— ¿Desde cuándo? —Demanda—. Porque, graciosamente, recuerdo que te dije que te deshicieras de ese problema si querías seguir viviendo aquí –Me mira fulminante al decirlo, con esas miradas que solo ella podía hacer, y me rebaja—. ¿Lo has hecho? 

 Los escalofríos erizan los vellos de mi muslos al no verla inmutarse de su crueldad.

— No voy a deshacerme de mi hijo, que también es tu nieto –Aprieto mis dientes.

 Suspira como si fuese algo normal lo que está pasando justo ahora y me rodea por un lado para apoyar todo su peso en el codo que descansa sobre la mesada.

— Ah, entonces supongo que has venido a recoger tus cosas sobrantes. Porque yo no pienso aceptarte en esta casa de ese modo y estado —Responde frívola y cruelmente.

— ¿Me estas echando? –Pregunto incrédulamente y un poco triste. 

 Podía esperar de todo, pero al mismo tiempo no me esperaba esto de mi madre, de mi mami, mi mamá, mi todo.

— Creí haber sido muy clara ayer –Dice firme, muy firme y frío.

Mis ojos no tardan en llenarse de lágrimas, las espanto sacudiendo mi cabeza y me dedico a protestar.

— ¿Acaso no te duele hacerme esto? ¿Ni siquiera un poquito?

 María decidió dejarnos solas y se fue de la cocina, pero en lugar de ayudarme me sentía más pequeña bajo la mirada de mamá, y muy aterrada por desconocerla ahora. Mamá permaneció todo el tiempo con su mirada intimidante, fría y dura, aún cuando le pregunté con mi alma destrozada.

— No te imaginas cuánto. Pero el error es tuyo no mío.

 No lo entiendo, ella también tiene hijos, su deber es protegerlos al igual que yo lo estoy haciendo ahora. No es confusión, solo no puedo creerlo.

 Podía esperar esto de cualquier persona menos de mamá.

— Soy tu única hija mujer. ¿No te duele perderme como a Dylan? —Suelto sin medir mis palabras, con lágrima brotando de mis ojos.

Ella hierve al momento en que meto a Dylan en nuestra discusión, lo noto por su rostro rojo de furia, la exaltación en su semblante y porque salta de la barra a gritarme, emanando enojo y destrucción en cada palabra.

— No metas a tu hermano en esto, que en paz descanse –Se persigna rápidamente y de una forma tan psicótica que hasta dudo que su estabilidad mental este sana.

 Al terminar de persignarse hace una pausa y continúa —: ¡De seguro ha de estar retorciéndose en su tumba al ver todo los errores que cometes!

— ¿Acaso estas escuchándote? Estoy embarazada, mamá —Le digo pasivamente con las esperanzas que pueda comprenderme y se le ablande el corazón—. No puedes estar haciéndome esto.

 Una lágrima resbala en mi mejilla y ella también se permite soltar una, pero la crueldad permanece ahí, derramando veneno con cada cosa que dice —: Ya lo hice, Daniela. Yo no puedo cambiar tu error, como tú tampoco puedes cambiar mi decisión.

— No voy a irme —Hipo con voz temblorosa—. ¿Vas a permitir que me quede en la calle?

— Te creíste grandecita para embarazarte, supongo que puedes cuidarte sola también.

Memorias de una Madre AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora