Capítulo 8.

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WEDNESDAY

Cuanto más tiempo nos
desplazábamos en el auto, más
sabía que no debería estar aquí
con esta mujer. Pero estaba y,
honestamente, no me iba a ir a
ninguna parte. Iba a desayunar con
Enid por la sencilla razón de que
no podía ir a otro lugar. Ella me lo
había pedido y yo había aceptado.
No había otra opción.

-Es un poco más allá -dijo Enid,
señalando una pequeña cafetería
escondida en el paseo marítimo. Me
reí para mis adentros. Estaba a tan sólo tres manzanas de mi estudio.

En minutos, había estacionado
El Camino y salimos, con el sol
empezando a asomarse. No
había nadie alrededor, excepto
los trabajadores del mercado
organizándose para el día y los
primeros compradores esperando
el pescado fresco que venía en los
barcos.

Enid y yo entramos en la cafetería
con vistas al Sound, donde nos
dejaron elegir dónde sentarnos.
Los chicos que llevaban el lugar
aún estaban preparándose, así
que caminé por delante de Enid
hasta el último rincón y me senté.
El lugar estaba repleto de banderas
italianas, los camareros con
rasgos latinos y, sin duda, italianos
también.

Me pregunté si ella había elegido este lugar porque había descifrado
mi herencia o, simplemente, porque le gustaba el café.

Mientras me dejaba caer en el
asiento, Enid se sentó frente a mí y
echó otra ojeada a la cafetería vacía. Estábamos solas. Bien.

-Esto, ¿te parece bien? ¿Esta
cafetería vacía? -preguntó con una
sonrisa burlona.

-Sí -respondí, y sonrió más
ampliamente ante mi respuesta
cortante. Y, de nuevo, se encontraba divertida por mi actitud. La mayoría de la gente ya se habría dado por vencida en tratar de hablar conmigo, pero era como si no entendiese que me gustaba estar sola. Que no quería gente alrededor, simplemente quería que me dejaran estar.

-No eres alguien con quien tener
una pequeña charla, ¿verdad?

Los ojos de Enid parecían cansados. Sabía que los míos también, pero los de ella no perdieron su brillo juguetón cuando me miró, esperando mi respuesta.

-En realidad, no.-Se echó a reír
de nuevo.

Entonces, un camarero que venía
hacia nosotros, llamó a otro en la
cocina para acondicionar el patio.
Había hablado en perfecto italiano.
Llegó a nuestra mesa, su mirada
ardía cuando se fijó en Enid.

El chico se ruborizó de un color
rojo brillante y agarró torpemente
su bloc de notas y bolígrafo en
su mano. Algo se apretó en mi
estómago cuando Enid le sonrió y
el condenado camarero le dirigió una ancha sonrisa.

Sintiéndome muy enojada con ese
imbécil que estaba revoloteando,
me recosté en mi silla y lo fulminé
con la mirada. Pronto, se encontró
con mis ojos y, cuando lo hizo, los
suyos cayeron de inmediato al bloc
de notas y, nerviosamente, nos
preguntó qué queríamos.

-Café doppio e una brioche alla
crema (Café doble y brioche de
crema) -pedí.

El camarero levantó la vista y,
aunque su expresión seguía siendo
cautelosa, preguntó:

-¿Tu parli Italiano? (¿Hablas
italiano?)-

-Sí -respondí.

-¿Da dove vieni? -preguntó, queriendo saber de dónde era.

-No, sono americano, i miei
genitori sono italiani-dije,
explicándole que mis padres eran
italianos, no yo.

Apenas había hablado italiano
en años. No podía hacerlo. Sólo
hablaba italiano con la mammá
y mis hermanas. Pero desde que
había salido de prisión, no me
parecía adecuado. La mammá se
había ido. No podía ponerme a
hablar su lengua materna mucho
más de un par de frases sin que eso
me destripara por dentro.

Dulce Esperanza (Wenclair Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora