—Drak... Drakzh... DRAKZHAR.
—¿Qué? —Abro los ojos confuso, mi corazón late con fuerza mientras mi mente trata de enfocarse. Todo a mi alrededor es un caos.—¿Dónde estoy? —Miro a mi alrededor, tratando de entender qué sucede.
—Dan... danos tus órdenes, Lord Drakzhar. —Olivia, mi primera guardiana, se arrodilla, la devoción reflejada en sus ojos.
—ESPERAMOS TUS ÓRDENES, LORD DRAKZHAR —Miles de demonkin se arrodillan en señal de respeto, sus voces resonando como un eco distante en mi mente.
Ah... respiro profundo por un segundo, regresando a la realidad que conozco bien. Me pongo de pie, adoptando una postura dominante. Mi mirada fría y decidida. Las imágenes regresan con claridad: la derrota no es una opción.
Con un simple gesto amplifico mi voz, haciendo que resuene en todos los rincones.
—Entiendan esto, y ganarán la próxima batalla. ¡SOMOS DEMONKIN! —Cada palabra cargada de autoridad, de propósito.
El suelo tiembla al unísono con el golpe de miles de pies. La resolución en los corazones de mis guerreros es inquebrantable, sus ojos llenos de determinación.
—¡AHORA, TODOS VAYAN! —Miro al frente, no hacia ningún lugar en particular, sino hacia el futuro. Cierro los ojos, mi mente nublada de recuerdos...
Abro los ojos. Me encuentro en el carruaje nuevamente, el sonido del balanceo de las ruedas sobre el camino me devuelve al presente.
—Ah... ese sueño —murmuro para mí mismo mientras miro al cielo a través de la ventana, buscando algo más allá del azul infinito. Los recuerdos me invaden. Después de dar esa orden, comenzó la última batalla contra Abel... donde todos murieron, yo incluido.
Un peso de arrepentimiento cae sobre mí, algo que nunca había sentido antes de este nuevo mundo. No puedo permitir que eso pase otra vez.
Una sed de sangre me envuelve por completo. Mi cuerpo responde al instinto, como lo hacía en mi vida pasada, y mis sentidos se afinan al máximo. Desplazo lentamente la cortina del carruaje, permitiendo que una pequeña franja de luz atraviese el interior oscuro. Fuera, un bosque espeso se extiende en todas direcciones, sombrío, silencioso, como si el mundo mismo se estuviera conteniendo.
Pero la quietud no me engaña. La presencia de otras personas está clara, su intención hostil se filtra a través de las sombras. No veo a nadie, pero lo siento, igual que antes de cada batalla en mi antigua vida. Una emboscada.
—Señor, ¿a qué distancia estamos de la academia? —le pregunto al cochero, mi tono calmado, pero atento.
—Buenos días, señorito. Estamos a un día de distancia aproximadamente —responde con respeto, como si nada ocurriera.
—Y, ¿qué tan lejos está la ciudad más cercana? —mantengo la compostura, aunque mi mente ya trabaja en posibles rutas de escape y combate.
—Hmm... —titubea— Diría que a medio día, más o menos.
—¿Pasa algo, señorito? —pregunta con una leve inquietud en la voz.
—Deberías saberlo. —Lanzo un hechizo rápido, creando una burbuja insonorizada a nuestro alrededor.—. Hay gente a nuestro alrededor. Nos están acechando.
Veo cómo los ojos del cochero se abren ligeramente, su rostro tiembla antes de recomponerse. Pero no es lo suficientemente rápido. A escondidas, hace un gesto con la mano, sutil para quien no tuviera mis habilidades. Quizás pensaba que un niño de cuatro años no notaría esos detalles.
—No deberías haber hecho eso.
Antes de que termine de reaccionar, conjuro una cuchilla en mi mano derecha. El acero mágico se materializa con un brillo suave, frío y letal. Mi velocidad es sobrehumana, mi cuerpo es pequeño pero ágil. La hoja atraviesa su cráneo en un solo movimiento limpio, directo, y la sangre salpica las paredes interiores del carruaje. El cochero ni siquiera tuvo tiempo de entender que había muerto.
Silencio.
Hasta que, de pronto, oigo el crujido de ramas y el susurro de hojas moviéndose. Las figuras empiezan a salir de los arbustos, envueltas en ropas negras, tratando de tomarme por sorpresa.
Mi cuerpo se mueve antes de que mis pensamientos los alcancen. Me impulso con un hechizo de viento en la planta de los pies, lanzándome desde el carruaje hacia lo profundo del bosque. El aire me rodea, me eleva. Controlo el aterrizaje con precisión, cayendo en una rama alta, oculta entre las sombras.
—¡Atrápenlo! ¡Está huyendo! —grita una de las figuras.
Puedo verlos ahora con claridad, unos diez en total. Movimientos torpes, ruidosos. Quizá en este mundo piensen que soy una presa fácil. No saben que, aun en el cuerpo de un niño de cuatro años, mi instinto de combate no ha disminuido en lo más mínimo.
Corro a través del bosque, mis piernas cortas pero veloces, sortean los árboles con precisión, ocultando cada traza de mi paso. No dejo que una sola rama cruja bajo mi peso, ni permito que mis respiraciones agiten el aire a mi alrededor. Mi magia se encarga de silenciar hasta el sonido de mis pasos.
Encuentro un árbol lo suficientemente grueso, de unos tres metros de altura. Su corteza áspera y robusta será mi refugio momentáneo. Con un pequeño impulso, me encaramó hasta una rama alta, oculta entre las sombras. Mi magia se activa sin esfuerzo, invocando un tenue resplandor apenas visible, lo justo para observar lo que ocurre en el suelo sin revelar mi posición. Y espero. 1 minuto... 2 minutos... 30 minutos.
El silencio del bosque es interrumpido por voces. Tres figuras se acercan, sus pisadas rápidas, aunque torpes para mis oídos. Me quedo inmóvil, sintiendo la tensión en el aire. Uno de ellos, al parecer el líder, está furioso.
—¡¿Dónde está?! —ruge con una voz que corta el aire—. ¡Banda de inútiles! ¿Cómo perdieron a un niño? ¡El cochero! Tráiganme al cochero.
Uno de los subordinados, un hombre de rostro pálido y tembloroso, da un paso al frente.
—Jefe... El cochero está muerto. El niño lo acuchilló en la sien, traspasando su cráneo. Estamos persiguiendo a un niño anormal... —su voz tiembla, apenas controlada por el nerviosismo.
—¿Qué? —El capitán lo mira incrédulo, su expresión oscura y llena de ira—. ¡Me dijeron que era la primera vez que salía de su hogar! ¿Cómo pudo darse cuenta de la emboscada?
El subordinado agacha la cabeza, incapaz de responder. El miedo es palpable en su cuerpo.
—No lo sé, jefe...
—Espárzanse. —La furia del capitán brota como un torrente—. ¡Búsquenlo por todo el bosque! No puede haber ido muy lejos. Encuentren sus huellas.
Los subordinados se dispersan con pasos apresurados, despareciendo entre los árboles, dejando al capitán solo.
Desde mi posición en la rama alta, observo su figura bajo la luz tenue que proyecta la luna entre las copas de los árboles. Este capitán es diferente de los demás. Su presencia es más pesada, su respiración controlada, y sus movimientos, aunque tensos, muestran entrenamiento. Un luchador experimentado. Pero no lo suficiente. No sabe que yo lo estoy acechando ahora. La presa se ha convertido en cazador.
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Reencarnación de Drakzhar
FantasyVive con la desesperación de que aquel, quien mato a todos sus seres queridos reviva, y acabe como termino con su anterior mundo, para ello necesita ser más fuerte.. pero antes de eso ¡necesita crecer! renació como un bebé de la raza más débil de to...