Capítulo 8:La academia (1)

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Mientras volábamos hacia la academia, el viento cortaba el aire y rozaba mi piel con una frialdad que me mantenía alerta. Mis músculos gritaban en un dolor punzante, cada fibra de mi cuerpo rogaba por descanso, pero no podía permitírmelo aún. Tenía que seguir adelante. Solo un poco más... un esfuerzo más, y tal vez entonces, podría darme ese lujo. Esto no era nada comparado con lo que había soportado antes.

A mi lado, sentía la mirada del director. Observaba en silencio los rasguños que decoraban mi piel, las marcas de una batalla reciente. Finalmente rompió el silencio.

—Tú... ¿no estás cansado? —me preguntó con cierta curiosidad, su tono mezclado entre la admiración y la incredulidad.

—Un poco —admití, sin darle demasiada importancia—. Pero aún tenemos que llegar a la academia.

—Deberías descansar —me miró con preocupación—. Deja que yo me encargue del resto, no tienes que forzarte más.

—Ya habrá tiempo para descansar —respondí, mi mirada fija en el horizonte. La silueta de la academia se vislumbraba en la distancia, un faro de promesas y desafíos—. Quiero ver la academia con mis propios ojos.

—Eres un niño bastante terco, Drakzhar —dijo entre carcajadas—. ¡HAHAHAHA! Me agradas, ¿sabes? Pero dime, ¿qué piensas sobre la magia?

—¿La magia? —pregunté, algo desconcertado por la repentina dirección que había tomado la conversación. No esperaba ese giro, menos en este momento.

—Exacto, la magia —dijo, su tono más tranquilo ahora, casi reflexivo—. ¿Por qué quieres ser un mago?

Miré hacia el cielo mientras las nubes parecían alejarse del sol, permitiendo que una luz tenue bañara el paisaje.

—La magia... —empecé, buscando las palabras correctas—. Para muchos, la magia es solo una herramienta, un poder que les da ventaja. Pero para mí, es mucho más que eso. La magia no es solo la capacidad de manipular el mundo a nuestro alrededor. Es una expresión de lo que llevamos dentro, de nuestras dudas, nuestras esperanzas, nuestras sombras y luces. Es la conexión entre lo que somos y lo que deseamos ser. La magia no transforma el mundo por nosotros... nos transforma a nosotros, dándonos el poder de cambiar la realidad según nuestra voluntad.

Él me miró en silencio, asimilando mis palabras.

—Interesante forma de verlo —murmuró Claus, con una leve sonrisa en los labios—. Eres un niño bastante peculiar, Drakzhar. ¿Qué piensas de ser mi discípulo? Nunca he aceptado a nadie antes.

—Ya tengo un maestro... —dije con cierto shock, todavía procesando sus palabras—. Además, aún no me has dicho tu nombre.

—Ah, HAHAHAHA, perdóname por eso —se rió con un tono despreocupado, como si se hubiera olvidado de lo más básico—. Mi nombre es Claus, como ya te dije, soy el director de la academia y el mago más poderoso de este imperio. En cuanto a tu maestro Galdor, eso no es un problema —dijo, estudiando mi reacción con ojos astutos—. Él seguirá siendo tu maestro, pero yo también lo seré, si lo aceptas.

Sus ojos se fijaron en los míos, como si su propuesta fuera más que un simple ofrecimiento. Era una puerta a un destino más grande, pero también a desafíos que no podía ni imaginar.

—Entonces, dime, ¿quieres o no?

Aún aturdido por la oferta, bajé la cabeza en señal de respeto, entendiendo la magnitud de lo que me ofrecía.

—Si no hay problemas con Galdor, sería un honor —respondí, agachando un poco más la cabeza.

En ese momento, sentí una mano grande y cálida apoyarse sobre mi cabeza. Al levantar la vista, encontré los ojos de Claus, brillando con una mezcla de afecto y algo más... una pizca de diversión, quizás.

—Buena elección, muchacho —dijo con un tono satisfecho—. Ya que ahora eres mi discípulo, comenzaremos de inmediato con tu primera lección.

Antes de que pudiera siquiera preguntar de qué hablaba, Claus movió sus manos con una gracia casi imperceptible, y de repente, comenzamos a ascender a una velocidad vertiginosa. El viento rugía a mi alrededor, mi cuerpo luchaba por adaptarse a la presión mientras todo el paisaje se convertía en una mancha borrosa debajo de nosotros. En cuestión de segundos, estábamos tan altos que los árboles de tres metros se veían como diminutos puntos verdes en el suelo.

—Olvidémonos de la academia por un momento... —dijo Claus con una sonrisa traviesa, casi maliciosa.

Mi corazón se aceleró. Algo no estaba bien.

—Tienes que concentrarte, Drakzhar —continuó, su tono ahora más serio—. Siente el viento. Vuelve a ser uno con él. Aprende a dejar de caer.

—¿Qué...? —no terminé de formular la pregunta cuando de repente sentí que mi cuerpo comenzaba a caer en picada. El aire se precipitaba a mi alrededor, mientras intentaba alcanzar a Claus, pero estaba demasiado lejos. Todo sucedió tan rápido que ni siquiera pude gritar. Solo lo veía a él, flotando en el cielo con esa sonrisa burlona en el rostro, levantando la mano en un gesto de despedida.

—Suerte, mi querido discípulo... —susurró mientras desaparecía de mi vista.

El vértigo me golpeó con fuerza. El viento silbaba en mis oídos mientras el suelo se acercaba rápidamente. Mis instintos gritaban por sobrevivir, por encontrar una forma de detener esta caída, pero mi mente estaba desbordada. No había vuelta atrás.

Mientras caía, el viento golpeaba mi rostro con tal fuerza que mis ojos se cerraban involuntariamente. Al principio, una presión agobiante se instaló en mi pecho, un miedo visceral ante la inminente muerte si no lograba detener la caída. Sin embargo, esa sensación rápidamente se transformó en otra cosa. El peligro, tan palpable, se convirtió en una chispa de éxtasis y luego en pura felicidad. Era un sentimiento olvidado, uno que había experimentado constantemente en mi vida anterior.

Dejé que los pensamientos innecesarios se desvanecieran, disipándolos como el viento en mi rostro. Necesitaba concentrarme. Sentí el mana en el aire, una energía sutil que siempre había estado presente pero que ahora, en medio de esta caída, se revelaba con más claridad. Intenté sincronizarme con él, como si mi cuerpo fuera parte de esa energía invisible. Imaginé el mana como un pegamento, adhiriéndose a mí, frenando mi descenso.

Poco a poco, comencé a acumular ese mana. Lo sentí volverse más denso, envolviéndome, hasta que el viento que rugía en mis oídos comenzó a disminuir, y con él, mi velocidad. En un instante, dejé de caer. Abrí los ojos lentamente, y allí estaba el suelo, a tan solo dos metros bajo mí. Lo había logrado.

Miré hacia el frente, y lo vi a él: Claus, saliendo tranquilamente de un arbusto, con una expresión de sorpresa que parecía casi cómica en su rostro.

—¡Wauu! —exclamó, aplaudiendo con entusiasmo—. Ya me había preparado para atraparte antes de que te convirtieras en picadillo —se rió a carcajadas—. ¡Felicidades, lo lograste a la primera! HAHAHAH—

Sentí una pizca de mi sed de sangre surgir sin control, una reacción instintiva ante la provocación. Mis ojos lo observaron como si ya fuera un cadáver, y pude ver cómo una gota de sudor resbalaba por su frente. Su risa se desvaneció de inmediato.

—P-perdón... —murmuró, tocándose la cabeza con nerviosismo—. Solo quería que aprendieras a controlar el mana del aire. ¿No fue bastante... pedagógico? Ja... ja... —Intentó reír, pero el nerviosismo era evidente.

Desvió la mirada, evitando el contacto visual, mientras daba un paso hacia atrás.

—Pero bueno... en fin... vayamos a la academia —dijo, sin atreverse a mirarme de nuevo.

Suspiré, dejando que mi sed de sangre se disipara. No valía la pena. Había aprendido algo nuevo, y aunque sus métodos fueran cuestionables, había logrado controlar el mana en una situación crítica. Eso, en sí mismo, era un avance significativo.

Reencarnación de DrakzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora